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La
madrugada del miércoles pintaba larga, fría pero sobre todo tranquila,
al menos eso creía Hernández, un activista del sindicato de camioneros
con muchas manifestaciones en su haber. Si hasta creyó que cuando
comenzaron a movilizarse los policías nada iba a suceder. Es por ello que
cuando vio que un grupo de efectivos se acercaban por Callao decidió,
junto a un compañero, quedarse parado y dejarlos pasar. Se fueron
arrimando hasta una verja. "En eso un policía, que venía disparando
itakazos nos vio --recuerda Hernández--. Nosotros nos quisimos meter detrás
de un puesto de diarios. El hizo un primer disparo justo cuando resbalaba
y por eso creo que me hirió en la pierna." El efectivo se acercó
unos pasos más, recargó el arma: "¡Pará! Por favor no disparés",
le gritó Hernández antes del segundo disparo. Esta vez los perdigones
dieron en el cuerpo del camionero que cayó inmediatamente.
--¿El policía le decía algo?
--preguntó este diario.
--Negro hijo de puta, repetía.
Luego disparó y yo caí. Entonces se me vinieron todos y comenzaron a
pegarme patadas, bastonazos y a gritarme: "Negro sucio, hijo de puta.
¿Querés gritar, querés seguir dándole al bombo, querés seguir a
Moyano?". Hasta que uno me da un culatazo con una Itaka y me rompe la
frente.
Hernández comenzó entonces a
recitar un rosario de quejas, pordioses y perdones. Pero parece que eso
enfureció más a los federales. "¿Ahora pedís perdón. Ahora decís
que no hiciste nada?", le gritaban los policías. Mientras estaba
tirado en el suelo el camionero sintió que le agarraban la campera, de
esas verdes que usan en el sindicato. "Yo les pedí que no me la
saquen. Uno de ellos me gritó: `No me mirés, negro hijo de puta'.
Entonces siento como que rajan algo y creí que me iban a matar..." Y
Hernández interrumpe su relato, las lágrimas comienzan a brotar de sus
ojos. Para él, el sonido que hizo la navaja del federal cuando desgarró
el nylon sonó a muerte. "Disculpame, pero creía que no iba a ver más
a mis hijos", dice queriendo justificar las justificadas lágrimas. A
su lado está Socorro Arancibia, su esposa y madre de sus hijos. Está
seria y cuando su marido calla, agrega: "Ellos estaban reclamando por
sus derechos y ni al peor enemigo se le hacen esas cosas".
En la cama de al lado está
Carlos López. Tiene 31 años y un hijo. Está afiliado al gremio pero no
milita. Escucha con atención el relato de su compañero. Dice que la
experiencia de la madrugada del miércoles le dejó heridas internas en el
estómago fruto de las patadas y garrotazos que le propinaron varios policías.
"Yo tenía un bombo, pero
cuando vi que la policía se ponía brava comencé a retirarme. Iba por
Entre Ríos cuando se acercaron unos seis vigilantes. Me quedé quieto y
fue peor porque me comenzaron a pegar, a dar patadas.
"¿Así que vos sos
basurero, y no te la bancás?", le gritaban a López mientras
descargaban sobre su humanidad una lluvia de patadas y bastonazos.
"Yo les decía que no había hecho nada --recuerda López--, que tenía
un hijo, que no me pegaran. Ellos se enfurecían más y me gritaban: `¿Que
no hiciste nada? ¿Querés que te dejemos tranquilo, basurero hijo de
puta? ¡Te vamos a matar!'." López creyó que la amenaza era seria,
y no era para menos. Cerró su boca y se propuso aguantar las patadas. Tenía
terror de que le dispararan. Lo último que sintió fue un terrible golpe
en la frente que lo dejó inconsciente. Unos federales lo levantaron y lo
dejaron en un colectivo. Lo despertaron los intensos dolores del estómago.
Allí se dio cuenta de que estaba en un calabozo. "Cuando pude hablar
les pedía a los otros muchachos que estaban conmigo que pidieran un médico.
Ellos comenzaron a pedir a los gritos una ambulancia pero no les hicieron
caso." Tras dos interminables horas, López fue sacado de la celda.
Lo llevaron a una oficina y allí lo tuvieron sentado: "Me caía del
dolor y los policías se reían. No me creían hasta que por fin llamaron
a la ambulancia y me llevaron al hospital Ramos Mejía".
Ahora los dos están recuperándose.
Hasta el humor les cambió, si hasta se ríen de la citación que les
trajo un policía para que se presentaran a declarar el jueves pasado en
el juzgado de Gabriel Cavallo. "Yo en realidad quiero ir a la plaza
el próximo miércoles. Si puedo voy a estar con toda mi familia",
dice Hernández mientras su esposa asiente con su cabeza. López no piensa
igual: "Ya no se puede ir a protestar por algo justo porque te pueden
matar. Además, te tratan como si fueras un perro; cuando el milico estaba
parado encima mío pensé que él creía que yo era un animal. La verdad
que fue una verdadera cacería humana".
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