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OPINION

Economía de lo incierto

Por Julio Nudler  

Tras los recientes bandazos de Wall Street, el gran tema de discusión es cuánto daño podría causarle a la economía estadounidense, y por tanto a las relacionadas con ella, un derrumbe bursátil. En este debate hay todo menos acuerdo. Como dato, los derrapes sufridos en lo que va de este año "destruyeron" riqueza (¿ficticia o real?) por entre dos y tres billones de dólares (unas diez veces el PBI argentino). En promedio, cada norteamericano poseedor de acciones (la mitad de la población, por lo menos) perdió unos 12 mil dólares, cifra que para un argentino medio puede representar un año de trabajo, si lo tiene.

  Aunque los optimistas ven a la economía estadounidense demasiado sana --por el pujante aumento de productividad y el superávit fiscal, entre otras razones-- como para quedar malherida, cual le ocurrió a la japonesa una década atrás, por el eventual desgarro de la burbuja bursátil, los agoreros acopian datos inquietantes. Por ejemplo, que la mitad del crédito tomado por las corporaciones en el último bienio fue para recomprar sus propias acciones y así apuntalar su cotización. Entretanto, la trepada accionaria inducía a los consumidores, vía efecto riqueza, a endeudarse paga gastar cada vez más. Las ventas minoristas crecieron 10 por ciento en los últimos doce meses.

   A este frenesí le corresponde un déficit en la cuenta corriente del balance de pagos que ya llega al 4 por ciento del Producto, y una deuda neta con el exterior cinco veces mayor: 1,5 billones de dólares. La misma cifra cuantifica el déficit financiero del sector privado, que representa la insuficiencia del ahorro para sostener las inversiones. La experiencia indica que, cuando una economía llega a este punto, una caída en el valor de los activos la sume inevitablemente en la recesión. La gente, en lugar de seguir comprando, debería dedicarse a cancelar deudas.

  Más allá de las fuerzas espontáneas, todas las miradas se concentran en la Reserva Federal. La pregunta es si Alan Greenspan, después de haber subido en cinco ocasiones y de a cuarto de punto, desde junio de 1999, la tasa de los fondos federales, la bajaría esta vez para acudir en rescate de los tenedores de acciones. Por ahora, lo concreto es que con una tasa de inflación que ya flota en el 3,7 por ciento anual deberían presagiarse nuevos toques alcistas en el costo del dinero. Salvo que el propio tambaleo bursátil pinche la inflación. 

  Todas estas dudas proyectan sobre una economía tan vulnerable como la argentina un ancho manto de incertidumbre, que seguirá cubriéndonos con pegajosa insistencia.

 

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