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Por Claus Lutterbeck y Sven Michaelsen Nueva York, Upper Eastside, un séptimo piso. Una pequeña vivienda y una mesa de centro cubierta de libros. Arthur Miller está sentado, recto como una vela, en una silla de madera construida por él mismo. El autor de Muerte de un viajante valora lo incómodo desde siempre. A sus 84 años no piensa nunca en su retiro. Tiene demasiadas cosas que hacer: le hubiera gustado asistir en Hamburgo al estreno de Mr. Peter�s connections, pero finalmente no va a poder ser: lo reclama su próxima obra en Broadway. �Usted es uno de los principales dramaturgos del siglo XX, ¿va mucho al teatro? �A lo sumo, tres o cuatro veces al año. Hace unos días, el redactor jefe de The New York Times me invitó a comer. Y esos señores empezaron a alabar la maravillosa creatividad y vitalidad de Broadway. Pensé que no estaba oyendo bien. Mi obra El precio, que data de hace 32 años, es prácticamente la única obra dialogada que se está exhibiendo ahora mismo en Broadway. El resto son esos musicales. Es una tragedia. Esta ciudad está habitada por 12 millones de personas y en Broadway apenas si se exhiben obras de teatro. Somos un país que carece de cultura escénica. �Sus piezas se exhiben más en Londres que en su ciudad de origen, Nueva York. ¿Por qué desde hace años tiene tan mala prensa aquí? �En esta ciudad, un solo hombre decide sobre la vida y muerte de una pieza. Cuando el crítico del todopoderoso The New York Times sale del estreno de la obra con el pulgar hacia abajo, cualquier nueva producción morirá en poco tiempo. A veces pienso que el monopolio de la cultura de ese periódico sería más propio de Moscú. �Si escribiera hoy su clásico Muerte de un viajante, ¿encontraría un teatro que representase su tragedia social? �No en Broadway. Allí la puesta en escena podría llegar a costar dos millones de dólares, y hoy día ningún productor se arriesgaría a ello. Cuando Elia Kazan realizó la producción original de esta obra en 1949, tuvimos que rascar hasta conseguir 38.000 dólares. En aquella época todavía se podía acudir a los amigos ricos y preguntarles si querían participar con 5000 dólares, pero tratándose de dos millones de dólares puede usted olvidarse. Ya pasó el tiempo en el que Broadway presentaba nuevas ideas y formas. Hoy día sólo reina esa mierda de espectáculos de entretenimiento. Un dramaturgo de crítica social sólo puede esperar a que una de las estrellas de Hollywood se empeñe en interpretar su obra. Si tiene una de esas estrellas a mano encontrará un productor. �¿Qué es lo que hace que Broadway sea tan caro? �Parece increíble, pero, según mi experiencia, en los teatros no especializados en obras comerciales se trabaja mejor y más rápido. Debido a los sindicatos, en Broadway hay tres personas asignadas a cada trabajo. Por ello, una entrada media cuesta 75 dólares. Esos precios, nada irrisorios, han llevado a que ahora sólo vayan a los teatros turistas y ricos. Cuando escribía mis primeras obras, en la sala también se encontraban policías y bomberos. Hoy día ni siquiera los maestros pueden permitirse una entrada. Para nosotros, el teatro ha dejado de ser una variedad artística democrática. Y no conozco a nadie que tenga una propuesta sobre cómo cambiar esta situación. �En Europa, los escenarios reciben importantes subvenciones. ¿Qué le parecería algo similar en Estados Unidos? �¿Está usted de broma? Subvención en este país es lo mismo que comunismo. La máxima principal dice: sólo tiene derecho a existir aquello que dé beneficios. Si algo no proporciona dinero significa que el público tampoco quiere ir a verlo. �En Estados Unidos se patrocina la ópera, el ballet y la música clásica. ¿Por qué no el teatro? �Desde hace 50 años recibo de los políticos la misma contestación idiota a esa pregunta: �Los productores nos han dicho que han ganado millones con una obra teatral. ¿Por qué motivo tendríamos que patrocinarlo?�. Cuando yo les respondía que ésas no son las obras que yoescribo, escucho lo siguiente: �Entonces, debería ponerse a escribir ese tipo de obras sin perder un minuto�. �En su nueva obra, Mr. Peter�s Connections, el protagonista es un hombre mayor depresivo que ya no comprende su propio país. ¿Un autorretrato? �Mr. Peter se siente como alguien que tiene que impulsar su canoa con ayuda de dos raquetas de tenis. Y a veces no puede desprenderse de ese sentimiento. Es como si Dios hubiera dado cuerda al mundo como a un reloj y luego se hubiera esfumado. Las circunstancias de Mr. Peter me son conocidas. Todavía no he podido escribir una línea sobre ningún personaje sin compartir sus sensaciones. �La crítica norteamericana ha calificado su trabajo como �sombría y pesimista obra de vejez�. �Un pesimista convierte sus propias derrotas en su visión del mundo. Sin embargo, Mr. Peter se rebela contra el hecho de que su vida deba ser una nada absurda. Mientras busque la verdad y la trascendencia sigue habiendo esperanza para él. Al escribir mis obras siempre he insistido en que también en las tragedias debe existir la posibilidad de una victoria. �Mr. Peter se cree rodeado de envidia, superficialidad y decadencia moral. ¿Qué puede esperar? �La mayoría de los norteamericanos conviven con la sensación de que nada funciona bien en sus vidas. A pesar de ello, todas las mañanas se levantan con la certeza de que ese día lo conseguirán, de un modo u otro. Uno de los principios morales de este país es agarrarse a la más mínima brizna de esperanza. En Europa se es mucho más fatalista y quejoso. Uno se siente como dentro de una vieja catedral, y se cree que la historia ya ha pasado. Los norteamericanos, por el contrario, creen que todo puede cambiarse, lo cual significa: ¿que no le gusta esta casa?, de acuerdo, la derruimos y construimos una nueva. �Mr. Peter fue piloto en PanAm hasta que un �sudoroso y bajito estadístico de la empresa� le echó como a �un saco de mierda�. Tras su despido se dedica a dar conferencias sobre �El impulso suicida en las grandes empresas�. �Alguien anónimo le ha arrebatado su trabajo y sus ingresos sin mostrar nada parecido al respeto y el agradecimiento. Desde ese punto de vista, Mr. Peter es una prolongación de Willy Loman en Muerte de un viajante. Cuando Loman es despedido a los 60 años, con el orgullo herido, arremete contra un árbol con su viejo Studebacker. �Los ciudadanos de Estados Unidos son más ricos que nunca. A pesar de ello, su Viajante sigue representándose con gran éxito. �Porque la gente tiene miedo de que la Bolsa vuelva a pasar por un crac. Sienten que el suelo se tambalea bajo sus pies. El destino de Loman también podría ser el suyo. Mire la fiebre de las fusiones, que se extiende por este país como una peste. Antes, el propietario de una empresa sentía una cierta responsabilidad por sus trabajadores. Hoy día, por el contrario, los directores de las grandes empresas ni siquiera se han encontrado cara a cara con sus trabajadores, así que, si tienen que echar a una cuarta parte de la plantilla para dar un empujón a la cotización de las acciones, no se les hace tan cuesta arriba. Y por eso no saben de escrúpulos. Para ellos, el dinero en metálico lo es todo. �Sin embargo, la economía norteamericana se ha situado en un puesto modélico para el resto del mundo. �Tras la muerte del comunismo, el capitalismo norteamericano queda como único vencedor. Pero ¿qué pasa con un sistema que ya no tiene oponentes? Se vuelve increíblemente grasiento y comienza a cometer errores porque no hay ningún competidor pendiente de él. Hasta los ochenta, el mundo estaba sentado en una silla con tres patas: Estados Unidos, Rusia y China. Hoy día, el mundo se encuentra sobre una silla que sólo tiene una pata: Estados Unidos. ¿Cuánto tiempo se puede mantener nadie sobre una silla de una sola pata? �¿Prevé un gran crac? �Yo no soy economista, pero me enseñaron que el valor en Bolsa de una empresa se mide en productividad y beneficio. Parece que eso ya no va a seguir siendo verdad durante mucho tiempo. La propaganda de Wall Street nos quiere hacer creer que una acción tiene el valor que cuesta. Que está pasado de moda preguntar si una acción también representa un valor real. Yo he vivido el crac de la Bolsa de 1929. En aquella época se oían decir las mismas cosas a los expertos. Y luego llegó el Viernes Negro. �¿Tiene acciones? �Algunas, pero no dependo de ellas. Si explotase el globo de la especulación podría sobrevivir. �Precisamente su padre perdió su fortuna millonaria en el crac de 1929. Entonces tenía usted 14 años. �Mi padre apenas tenía formación académica. Antes de la Primera Guerra Mundial emigró desde Polonia hasta Estados Unidos. Pasados unos años era propietario de una fábrica de ropa femenina que funcionaba a las mil maravillas. En 1927 hizo un maravilloso descubrimiento: que invertir su capital en acciones le proporcionaba mucho más dinero que invertirlo en la producción de abrigos. Entonces, cuando se produjo el gran crac continuaba teniendo una fábrica que iba a las mil maravillas, pero no podía pagar a sus trabajadores porque todo su dinero se había ido por el desagüe. Las personas no cambian mucho. Siempre es la misma historia: ambición. Y yo también lo entiendo. La perspectiva de hacer dinero sin necesidad de trabajar es muy, pero que muy atractiva. �¿Se enfadó con su padre al quedarse sin chofer y sin niñera de repente? �No. El derrumbamiento absoluto de nuestro mundo familiar durante la Gran Depresión me ha enseñado que no hay nada que tenga estabilidad en este mundo. La inseguridad es el único principio válido. Mientras tanto, he llegado a saber que sin la ruina de mi padre nunca hubiera llegado yo a ser dramaturgo. Su destino está presente en cada una de mis obras. �En Mr. Peter�s Connections se dice: �Al final le asalta a uno una especie de indiferencia desesperanzada tal que cualquier actividad intestinal es más excitante que unas elecciones presidenciales�. ¿Sigue siendo, a sus 84 años, el iracundo moralista de antes? �No me siento lo suficientemente inocente como para maldecir a otros, y cuanto mayor se hace uno, más se ríe uno íntimamente de todo. No tiene más que ver la campaña electoral que estamos teniendo. Yo tampoco entiendo qué hay de excitante en todos esos rituales del negocio del entretenimiento. Ningún candidato discute sobre los problemas que tienen una auténtica relevancia. Observe ese histérico debate sobre el aborto. Si escucha a nuestros políticos pensará que para un norteamericano medio el aborto es un tema esencial. ¡Mierda! Esos polí-tipos sólo quieren beneficiarse. ¿Por qué el hecho de que haya 20 millones de niños norteamericanos que viven por debajo de los límites de la pobreza no despierta en ellos una indignación generalizada? Los conservadores no paran de lamentarse quejándose de que este país necesita recuperar sus valores. La ironía reside en que estos mismos conservadores ocupan puestos destacados en ese sistema que destroza nuestros valores día a día. La mayor comedia para mí es ese millonario, Steve Forbes, que ahora aparece hecho un idiota. Ha gastado 70 millones de dólares en su campaña electoral y, a pesar de ello, sólo consiguió quedar el último con diferencia. Ha demostrado que ni siquiera un Forbes puede darse el gusto de comprar unas elecciones, incluso teniendo todo el dinero del mundo. �Los europeos miraban a Estados Unidos sin dar crédito a lo que veían durante todo el caso Lewinsky. ¿Qué ha sido del intento de convertirse en fundamentalistas religiosos, de raptar la política? �Han intentado todo, pero los norteamericanos no han perdido la cabeza. �Ahora, en algunos estados quieren incluso colgar los Diez Mandamientos en las paredes de las aulas de los colegios. �¿Y por qué no un régimen iraní? ¿No sería maravilloso? ¿Con mujaidín? Dios, me aburre el tema. Los Diez Mandamientos en un aula es algo ilegal. �En la actual campaña electoral, la religión desempeña un papel importante. Hasta el demócrata Al Gore reza ante las cámaras. ¿Qué explicación da a tanta piedad? �La política y la religión en este país nunca estuvieron verdaderamente separadas. Lo que es nuevo es la pura utilización por parte de los políticos. Nunca un derechista, como lo era Eisenhower, se ha atrevido a instrumentalizar a Dios. Se había llegado a un consenso mediante el cual simplemente no era propio mostrar las propias creencias a lo largo de una campaña. Ahora, incluso ese límite de pudor ha sido derribado. En vez de llevar a los hijos ante la cámara, ahora se vuelve a enseñar el misal de cada uno. �¿Teme que surja un fundamentalismo religioso en su país? �Los derechistas religiosos son expertos en propaganda, pero si se cuentan no alcanzan un número elevado. Según las encuestas, un 80 por ciento de los norteamericanos cree que irá al cielo. Sin embargo, la mayoría también cree que no se encontrará allí con nadie conocido. Verá, la religión tiene en Estados Unidos la profundidad espiritual de una tira de comic. �Desde 1962 está usted casado con la fotógrafa austríaca Inge Morath. ¿Qué dice su esposa sobre la carrera de su compatriota Jörg Haider? �Está increíblemente furiosa. Cuando ves a Haider en televisión y quitas el volumen, podrías tomarlo por norteamericano. Tiene esa apariencia relajada de un Tom Cruise. Yo he acompañado a Inge a menudo a su país. Los austríacos no se han enfrentado a su historia hasta hoy. Por eso no entienden por qué en el extranjero hay tanta preocupación por Haider. Siguen considerándose las primeras víctimas de Hitler. Pero también amaron a este hombre y fueron los mejores nazis que hubo. Los austríacos siguen creyendo que son el muro de retención de Europa contra los turcos. En este sentido son como los texanos, que odian a los mexicanos. En ningún lugar hay tanta xenofobia como en los estados fronterizos. Mi mayor esperanza es la industria del turismo austríaca. Ahora, algunos de mis amigos ya no han ido a Austria a practicar deportes de invierno. Probablemente serán los dueños de los telesillas de las estaciones de esquí los que se preocuparán de que Haider no adquiera demasiado poder.
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