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La eterna complicidad con los sospechosos de siempre

Vicente Battista, María Angélica Bosco y Jorge Rivera participaron en la Feria de una charla sobre "el violento encanto de la novela policial".


Por C.B.
t.gif (862 bytes) Desde el principio los asistentes estaban desconfiados. Sentados en el borde de las sillas, miraban a un lado y a otro con recelo. Acaso adivinaban un rostro criminal tras el bigote anónimo del hombre sentado a su derecha, o una pistola con mango de carey entre las chucherías que asomaban de la cartera de una anciana en la segunda fila. Aún sin carteles a la vista --o quizás por eso-- era imposible equivocarse de sala. Con la promesa de develar "el violento encanto de la novela policial", la charla había convocado a todos los lectores llenos de sospechas que deambulaban el fin de semana por los pasillos de la Feria. Vicente Battista, María Angélica Bosco y Jorge Rivera eran los panelistas de turno en esa habitación de clima inquieto.

  "¿Puede el encanto ser violento?, ¿puede la violencia ser encantadora?" se preguntó Bosco, y el auditorio casi por reflejo aguzó los oídos y entrecerró los ojos. Una aparente contradicción parecía el modo más indicado de comenzar la noche. La autora, sin embargo, despejó las sospechas a tiempo. "Parece una contradicción, pero no lo es tanto. La palabra encanto significa persuación, seducción. En la seducción, aunque no sea violenta, existe aquella voluntad de tomar algo del otro", expuso. "Creo que el verdadero encanto de la novela policial reside en la intención de participar. Es un género que no merece ediciones de lujo, y se guarda --con suerte-- en el último estante de la biblioteca. Y sin embargo el lector se sumerge, se convierte en cómplice del autor." La media sonrisa de uno de los asistentes indicaba que Bosco había dado en el clavo. Su público de cómplices parecía saber perfectamente de qué hablaba.    El perfil del escritor de policial tomaba forma: metódico, concentrado en la construcción del crimen perfecto como si fuese el asesino mismo. Y aún así, relegado al callejón oscuro de la literatura. "Hay cierto rechazo a que el libro entre en la biblioteca", explicó Battista. "El escritor de este género es algo así como el pariente pobre de las letras, y esto tiene que ver con que los títulos entran por la puerta de servicio, se consideran desechables. La historia está llena de ejemplos de autores de policiales que necesitaron demostrar que además podían hacer literatura."

  ¿El crimen como una ecuación a resolver, o el clima de misterio por el clima mismo? El planteo llegó desde el público, y los autores se declararon más cerca de Chandler que de Agatha Christie: "Por fortuna, la llegada de Hammett y Chandler al género policial opera en él una vuelta de tuerca, y surge la novela negra. En este tipo de historias el final no es la clave, porque la violencia proviene por lo general de la sociedad y no del asesino", sintetizó Battista. La evolución del género fue vista por Rivera a la luz de la geografía: "es comprensible el folletín en un país como Francia, donde el lector recibía pronto el siguiente ejemplar y podía saciar su ansiedad de suspenso. En la misma época en los Estados Unidos, un jinete avezado tardaba doce días en cruzar el país de Nueva Inglaterra a California. El recurso que encontraron para comercializar el género fue incluir un relato de este tipo en el magazine, cuya extensión era controlada para que pudiese ser leído de una sola vez". La sala se vació con rapidez, cuando todavía resonaba el eco de la última frase. Hábiles en el arte de confundirse en la multitud, los lectores se alejaron. El último pasó, con el mayor de los disimulos, un pañuelo de hilo por el picaporte y se perdió de vista entre los stands, mascullando algo sobre un mayordomo.

 

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