Carlos
"Chacho" Alvarez transcurrió los últimos días en una
grata zona de microclima: su vista oficial a Gran Bretaña, plena de
halagos. A su regreso encontró una temperatura ambiente mucho más cálida
que la que padeció en Londres y alrededores y, en política, una
sensación térmica ardiente. Y no era para menos: la semana pasada
fue la peor del gobierno de la Alianza. La signaron la brutal represión
policial en Congreso, el debate en el gabinete acerca de la resolución
sobre Cuba y la pobre repercusión de la aparición de Fernando de la
Rúa en un spot-mensaje presidencial llamando a la lucha contra la
evasión fiscal.
Casi al alba, en
Ezeiza, Chacho propugnó total apoyo al Presidente y la atenuación
del nivel de debate interno de la Alianza. "Hay que fortalecer el
poder presidencial", fue su explicación.
El mensaje está
formulado como uno urbi et orbi pero parece apuntar a dos
destinatarios bien precisos: las huestes del Frepaso y el propio
Presidente. Chacho optó por ratificar el rumbo que eligió en el
mismo momento en que aceptó ser candidato a vicepresidente: jugar la
suerte del Frepaso en la gestión del gobierno aliancista, sin
guardarse ninguna carta en la manga. "No somos los fiscales del
Gobierno. Somos parte del Gobierno", insiste a cualquier
frepasista que rezonga por la pérdida de identidad de su partido. La
identidad del Frepaso, redondea, está consolidada. Así como ningún
radical se pasará al Frepaso, ningún frepasista virará a la UCR.
Según su lectura la
diferenciación interna, la competencia que también existe en toda
coalición se expresará midiendo estilos y desempeños.
Ayer Alvarez dobló
su propia apuesta. Y, aunque se atajó diciendo que lo suyo no era
"sidelarruismo", tácticamente fue más delarruista que
varios radicales de pura cepa: los miembros del gabinete que se
opusieron a la decisión sobre Cuba (Federico Storani, Ricardo Gil
Lavedra, Nicolás Gallo y Rodolfo Terragno) y el presidente de la UCR,
Raúl Alfonsín. Al fin y al cabo, ellos no pueden ser sospechados por
De la Rúa de rupturistas. Chacho (a esta altura seguramente con
exageración) nunca se siente totalmente dispensado de esa sospecha.
Un viejo adagio político
dice que el que avisa no es traidor. Y Alvarez, ya se dijo, viene
avisando cuál es su camino de ida sola desde hace rato. Claro que no
ser traidor no implica un rumbo sin riesgos. El emprendido por el líder
del Frepaso tiene, como poco, tres:
* El prestigio simbólico
del Frepaso como ala progresista de la Alianza se ha deteriorado desde
el 10 de diciembre. Graciela Fernández Meijide añadió a una gestión
complicada el escándalo que desembocó en la renuncia de su cuñado a
la intervención del PAMI. Alberto Flamarique quedó envuelto en un
zigzag de operaciones y negociaciones con el sindicalismo y como
adalid de una ley que no le ahorrado papelones al Gobierno: desde la
foto del Presidente con Daer hasta la saña represiva contra los
militantes del MTA. Sólo Alvarez mantiene su imagen más o menos
indemne. Es difícil que haya una deserción masiva de frepasistas,
pero es aún más arduo imaginar por qué una sola figura, cuadro,
militante o votante independiente o de otra fuerza ha de optar en el
futuro por el Frepaso antes que por la UCR.
* La interna que
Alvarez no quiere exacerbar eppur si muove y, obviamente, con
creciente la hegemonía radical. El año que viene se eligen todos los
senadores y la mitad de los diputados nacionales. Si el Frepaso fuera
a una interna con su socio (anhelo que soplan en la oreja del
Presidente más de cuatro radicales, muy de su confianza) sería
arrasado. Un dato, nada menor: en Buenos Aires ya es casi seguro que
el primer candidato a senador por la Alianza (el único que tiene la
banca asegurada) será Alfonsín, cuando hace cinco meses parecía un
hecho que ese lugar lo ocuparía Fernández Meijide. Al Frepaso sólo
le queda el tiro de un acuerdo por consenso en las listas. Los
chachistas se precian de obrar con grandeza. Pero parece difícil que
--mesa de negociación de por medio-- los radicales premien esa
grandeza con porotos, renunciando a traducirla (y
"cobrarla") como debilidad.
* El estilo político
de De la Rúa es gambetear todo conflicto o confrontación, tendencia
que no propende a anular los enfrentamientos sino a cristalizar las
relaciones de fuerzas preexistentes, a consolidar el peso de los
poderes fácticos. Si se deja acríticamente manos libres al
Presidente, no se pone en riesgo la unidad de la Alianza pero sí
--como se atisbó la semana pasada-- la diferenciación de este
gobierno con el menemista.
Chacho hace un nuevo
gesto para alinear su tropa. Su poder y su capacidad de maniobra
superan largamente a los del conjunto de sus seguidores. Seguramente
conseguirá alto acatamiento, un buen nivel de sapofagia, a costa de
algunas protestas. Y reforzará su óptima relación política con el
Presidente. Habrá que ver si su actitud de verticalizar a la Alianza
justo en su momento más crítico es un buen modo de consolidarla como
opción progresista o, aún, como un oficialismo perdurable.
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