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el Kiosco de Página/12

Elián y los simbolos
Por Sandra Russo 

Nadie vio la cara de Elián González mientras miraba ahogarse a su madre en el mar. Esa escalofriante escena nocturna, equiparable en todos sus detalles a la peor pesadilla infantil, quedó solamente registrada en su cabeza y en su alma. Nadie estuvo allí fotografiándolo ni recostándose lloroso en un segundo plano que recorrería el mundo. Todo lo que siguió, y que aún no ha culminado, tuvo un punto de inflexión en una nueva pesadilla, pero esta vez soñada con aviso y debidamente documentada: el terror de esa cara de seis años ante el señor disfrazado de Rambo que lo rescató de quien lo había rescatado de las aguas. Rescate tras rescate, la psiquis de Elián parece intervenida por gente que nunca es ella misma, sino lo que representa. 
Elián tampoco es él en este juego perverso en el que todos se lo disputan. Disparado por circunstancias que le son ajenas al status de símbolo, el chico vive desde hace seis meses entre otros símbolos que no puede descifrar. Su tragedia puso en marcha un engranaje paradójico que ahora les está estallando en las manos a quienes Fidel Castro llama despectivamente �la parentela�. Acodados en los resortes mediáticos, confiados en los mecanismos que en una sociedad capitalista mueven a la opinión pública, los anticastristas de Miami apostaron a una presión tan fuerte y tan directa sobre el chico que comenzaron a producir su propio efecto boomerang. Puede que el norteamericano medio tenga una vaga idea de que en Cuba no se vota cada cuatro años, pero de ahí a creer que un chico, a cuya madre vio morir, se dirija a la cámara para avisarle a su padre que no quiere volver con él hay un trecho grosero de manipulación que los enajenados tíos, primos y vecinos de Elián no midieron. Casi un 60 por ciento de los norteamericanos desaprueba, según una encuesta de la CNN, el modo en que sus familiares trataron al niño en Miami, convirtiéndolo en un rehén político al que presuntamente había que liberar de otros. 
La salud mental de Elián ha sido desde hace semanas objeto de una preocupación, por otra parte, muy norteamericana. Hubo psicólogos infantiles que hacían diagnósticos a través de la pantalla y detectaban síntomas, después hubo un psiquiatra militar que supervisó su viaje hasta el reencuentro con el padre y coligió que �primero estuvo lloroso� y �después fue feliz�. Ahora, desde Cuba, Castro propone mandarle al chico un tratamiento itinerante de readaptación, esto es, un contingente de psicólogos, compañeros de colegio y maestras que lo ayuden a preservar su identidad en un refugio norteamericano. 
Mientras tanto, el episodio parece colocar a los anticastristas de Miami en un punto sin retorno dentro del país en el que ellos buscaron libertad, y que ahora les recuerda dramáticamente que no hay libertad sin reglas, y que las reglas deben acatarse. Con marchas, oraciones, peregrinajes y una santidad que le confiere a Elián básicamente su edad y su poca capacidad de discernimiento entre el amor y la furia, los cubanos de Miami se juegan una carta que puede aislarlos no sólo del país en el que intentaron fundirse, sino también de la comunidad latina que es proclive, sí, al pensamiento mágico, pero que no se chupa el dedo.
El drama de Elián comenzó cuando vio morir a su madre en el mar. En ese momento no sólo la perdió a ella. Se perdió, además, a sí mismo. Desde entonces no es más quien era, sino otro, o peor, es otra cosa. Es un símbolo rasgado, capturado, recapturado, rescatado, escondido,fotografiado, interrogado, abrazado, besado, trasladado, compadecido, venerado y apuntado por gente que ve en él algo que no es él. De lo que habría que rescatarlo es de ese estado difuso en el que Elián entró aquella noche, y donde está todavía. 

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