Por Cecilia Hopkins
El director Rubén Szuchmacher tiene en los actores Ingrid Pelicori y Horacio Peña dos finos intérpretes, que dan prueba de sensible entendimiento mutuo al momento de llevar a escena espectáculos de pequeño formato. Así ocurrió en Amor de Don Perlimplín y Martes eróticos, espectáculos que montó luego de llevar a escena Decadencia, de Steven Berkoff, y Traición, de Harold Pinter. Nuevamente junto al músico Edgardo Rudnitzky, con quien comparte esta vez la dirección, Szuchmacher estrenó en febrero La biblioteca de Babel, espectáculo estructurado en base al cuento homónimo de Jorge Luis Borges, que sigue presentándose en forma gratuita los sábados a las 19.30 en la Biblioteca Miguel Cané, con el auspicio del Gobierno de la Ciudad.
Físicamente irreconocibles, los dos actores ya asumieron sus roles cuando el público entra a la sala: se han transformado en dos oscuros bibliotecarios, de esos que pasan sus horas consumiendo galletitas de agua y tomando mate, mientras ejecutan parsimoniosas anotaciones o permanecen absortos en sus pensamientos. Enfundados en sendos guardapolvos celestes, ignoran al lector (interpretado por Pablo Caramelo) que da a conocer al público un fragmento de la autobiografía de Borges, en la que el autor, con su humor insuperable, cuenta cómo transcurrían sus días en esa misma biblioteca, donde trabajó entre 1938 y 1946 por unos 210 pesos mensuales. Si bien el dato no es mencionado en la referencia, se sabe que allí escribió sus famosos cuentos �La muerte y la brújula� y �Las ruinas circulares�, así como el que inspira el espectáculo. Tampoco se dice que Borges renunció a su puesto de auxiliar de biblioteca cuando, en una actitud provocativa, el gobierno peronista lo nombró �Inspector de conejos y aves� de una feria de barrio. Seguidamente, el lector solicita el cuento de marras a los bibliotecarios y es entonces cuando ellos parecen despertar de su letargo, disponiéndose a hacer suyas las palabras que Borges pone en boca de un narrador, también bibliotecario.
Repartiéndose el texto entre los dos, el cuento se dramatiza en tanto los personajes contraponen sus dichos como si sustentaran opiniones diferentes. Describen a dúo una biblioteca que juzgan ilimitada, un laberinto de anaqueles repletos de obras irrepetibles, sucedáneo del caos y el misterio del universo y correlato de la infinitud que le es propia, en su juego de simetrías y repeticiones por demás característico del autor de Ficciones. Los bibliotecarios �ella con gesto cansino y la voz aflautada de maestra ciruela, él con el cuerpo indigente y un humor de pocas pulgas� defienden o refutan diferentes teorías que, en última instancia, cumplen con la función de ironizar sobre los afanes del conocimiento humano que intenta a toda costa descifrar las verdades eternas. Apenas un pañuelo o un lápiz sirven a los actores al momento de apoyar las actitudes de sus personajes que aseveran pensamientos propios y ajenos, con apasionamiento o condescendencia. La banda sonora repite frases subrayando ciertos momentos que se destacan del resto, por inquietantes. Tal vez lo único que puede objetársele a esta puesta sugerente y medida es el uso del micrófono, por demás inútil por tratarse de un lugar tan pequeño.
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