Por
Nora Veiras
El represor
indultado Luciano Benjamín Menéndez preparaba su bolso. Tenía que ir a
declarar ante la jueza Cristina Garzón de Lascano por la causa denominada
"búsqueda de la verdad", sobre el destino de los desaparecidos.
Estaba decidido a no decir una palabra, preparado para pasar el fin de
semana en la cárcel por su negativa, por eso armaba su bolsito. Entonces
recibió el llamado: el jefe del Ejército, teniente general Ricardo
Brinzoni, se puso personalmente al teléfono para saber "si
necesitaba algo", pregunta que se transformó en un gesto político
que ningún militar había tenido para con un represor desde el último
levantamiento carapintada en 1990.
El "gesto solidario" del jefe del Ejército era comentado
ayer con beneplácito entre altos oficiales del Edificio Libertador. Los
militares repiten que "hay que darle una solución legal o política
a este tema", es decir la revisión de las aberraciones cometidas
durante la represión ilegal que salen nuevamente a la luz en los juicios
por la verdad.
El camino legal pasa por
encontrar el mecanismo para que el tema llegue a la Corte Suprema y se
fije un criterio común para los procesos iniciados en las cámaras
federales de Bahía Blanca, La Plata, Córdoba, Rosario y Buenos Aires.
Los uniformados hasta se atreven a sugerir la posibilidad de que por vía
de un decreto el presidente Fernando de la Rúa les ponga punto final a
los juicios. A cambio, proponen la posibilidad de sentarse a una mesa a
dialogar para aportar información sobre el destino de los
detenidos-desaparecidos.
"No estamos preparando
nada raro, simplemente queremos dejar en claro que estamos molestos por
estas citaciones", explican y abundan en un análisis que ya no
oculta la reivindicación de su actuación durante la dictadura
"porque fuimos convocados por la sociedad para tomar el
gobierno".
Quienes tienen contacto diario
con Brinzoni justifican el viaje del secretario general de la fuerza,
Eduardo Alfonso, a Córdoba para visitar a los oficiales detenidos que se
negaron a declarar, de esta manera: "No podemos dejar que cada uno
diga lo que quiera o se resista a ir, es preferible idear una estrategia
común". En el marco de esa estrategia común, los uniformados se
sentían ayer representados por las declaraciones de la secretaria de
Derechos Humanos, Diana Conti (ver página 5), quien había calificado
como una "payasada" el juicio que instruye Garzón de Lascano y
aseguraban que De la Rúa la había llamado para felicitarla por sus
apreciaciones.
Después de haber obtenido los ascensos a militares cuestionados
por los organismos de derechos humanos, del pronunciamiento del Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas reclamando para sí la investigación sobre
el robo de bebés, de las declaraciones de Brinzoni en la que dijo
desconocer la existencia del Plan Cóndor y de un plan sistemático de
robo de menores, el Ejército va por más. Ahora, sólo temen que el
ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, sea trasladado a otra cartera
y se preocupan por graduar la "presión" pública sobre el
"malestar" que padecen. Quieren evitar que el aval político que
obtuvieron hasta ahora se les restrinja por una reacción social en
sentido contrario.
EXPONENTE
DE UNA IDEOLOGIA MILITARISTA
El general que quiso "mear champagne" en el Pacífico
Por
Luis Bruschtein
Para muchos
historiadores habría que filmarlo, ponerlo en formol, evitar el
deterioro del tiempo. Habría que protegerlo detrás de un panel de
vidrio en algún lugar que los jóvenes puedan visitar para conocerlo.
Se trata de un producto de laboratorio de 50 años de intervenciones
golpistas. Alguien cuya existencia termina de hacer creíbles todos
los testimonios que él mismo rechaza. Así el general (R) Luciano
Benjamín Menéndez explicó, por ejemplo, que no quiere aceptar que
hubo torturas, desapariciones, asesinatos o robo de bebés durante la
dictadura "porque si la subversión vuelve, vamos a tener que
utilizar los mismos métodos".
El tiempo potencial que usó
en esa frase fue un rasgo de diplomacia del general, porque en 1989
escribió en La Prensa que "no se trata de reconciliar a nadie
con nadie pues la lucha no ha terminado. No hay tiros ni bombas
--aclaró--, pero la lucha transcurre silenciosa por el dominio de las
mentes, el empeño en quitarnos el amor a la patria, la fe en Dios, el
orgullo de ser argentinos, la devoción por la familia, el recuerdo de
nuestras tradiciones, la esperanza en el futuro". Y por si no
estuviera claro de qué guerra habla, sentenció que "los
argentinos tenemos que convencernos, como lo estuvimos cuando las
balas silbaban y explotaban las bombas, que estamos envueltos en la
III Guerra Mundial".
Cualquiera que lo lee y
escucha podrá pensar que el hombre está mal de la cabeza, pero sería
sacarlo de su contexto histórico. Porque si tiene algún padecimiento
se trata de una enfermedad argentina cuyo virus encontró caldo de
cultivo en los regimientos a partir de 1930 cuando comenzó el ciclo
del golpismo. Menéndez nació en un hogar castrense en San Martín,
provincia de Buenos Aires. Es raro encontrar en las reseñas biográficas
el día de 1927 en que nació. Pero en todas está la fecha en que
ingresó como cadete al Colegio Militar de la Nación: el primero de
febrero de 1943, como si ese fuera su nacimiento real. Era sobrino del
general Benjamín Menéndez que en 1951 sublevó Campo de Mayo contra
el gobierno peronista. Y fue tío del coronel Benjamín Menéndez que
comandó las tropas argentinas en Malvinas durante el conflicto con
Gran Bretaña.
"Y así llegamos al
nudo de la cuestión: lo que cuenta no es el método que se utilice,
sino los propósitos", afirma en sus escritos el hombre que fue
jefe de por lo menos tres campos de concentración clandestinos en la
provincia de Córdoba, por donde pasaron más de tres mil
desaparecidos, donde se torturó a hombres, a mujeres y ancianos
indefensos y se destruyó a familias enteras.
Por su gesto y tenacidad,
de niño se ganó el apodo familiar de "Cachorro". En 1949
ya era teniente primero y sirvió en distintos destinos como oficial
de Caballería, incluyendo cursos de perfeccionamiento en los Estados
Unidos. De allí regresó con dos ideas: lo que llamaba "el
expansionismo chileno" y la Doctrina de la Seguridad Nacional con
su viñeta de la III Guerra Mundial. Dos temas que seducían a muchos
generales de esa época. Entre sus camaradas era más famoso por su
"cara de perro" que por el apodo de "Cachorro" y
afirman que era tan poco sociable que sólo obtuvo el grado de coronel
en 1966, gracias a los oficios del entonces general Alejandro Lanusse,
que había acompañado a su tío en el levantamiento de 1951.
En 1975 asumió la
comandancia del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba y tras
el golpe del 24 de marzo de 1976, además de encabezar la represión
ilegal, comenzó una política de armamento desaforado de sus
regimientos con vistas a la guerra con Chile. En septiembre de 1978,
cuando la dictadura en pleno se disponía a lanzarse a esa aventura
militar, brindó con sus amigos: "Si nos dejan atacar a los
chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, el brindis de fin de año
lo haremos en la Palacio La Moneda y después iremos a mear el
champagne en el Pacífico".
Para el año siguiente, su alianza con "Pajarito" Suárez
Mason había perdido la interna de la dictadura contra los generales
Roberto Viola y Leopoldo Galtieri.
Se levantó contra Viola pero el "Cachorro" se rindió
vergonzozamente solo, unas horas después, sin disparar un tiro.
Estuvo preso pocas semanas y salió en libertad para afirmar que el
"Proceso de Reorganización Nacional" había fracasado. Por
decir bastante menos que eso, Menéndez había mandado torturar y
asesinar.
En 1983 comentó su intención
de postularse como candidato en las listas del Partido Federal del
capitán (R) Francisco Manrique. Desde 1984 se convirtió en un
votante a conciencia de la Unión de Centro Democrático, (UCeDé) el
partido del capitán (R) Alvaro Alsogaray. Otro condimento esencial de
su pensamiento ha sido el antiperonismo furioso: "Así como la
Argentina fue nazi después del '45, hubiéramos sido comunistas con
Santucho y Firmenich en los 70".
Con matices, coincidió con
Carlos Menem en su alergia hacia el peronismo histórico del '45. Y
concordó con Alsogaray al rescatar el curso del Partido Justicialista
a partir de 1989. Ese año declaró a la revista Somos que no habría
golpe "porque hoy ni las fuerzas políticas ni las sindicales lo
piden, porque lo que nosotros empezamos en el '76, lo está terminando
Menem". Además de sus coincidencias, Menéndez le debía a Menem
el indulto que lo salvó de la acusación por 77 casos de tormentos,
47 homicidios y cuatro sustracciones de menores que se tramitaba en la
Cámara de Córdoba. Poco antes se había lanzado con un cuchillo de
comando contra un grupo de manifestantes que le gritó
"asesino". "Tanto escándalo porque un hombre se
defiende cuando lo insultan", explicó después.
Fue formado para grandes
guerras contra países hermanos y heroicos conflictos mundiales y sólo
le sirvió para convertirse en un asesino de sus propios compatriotas,
perdonado por un indulto que la sociedad no respalda. Soñó con ser
un valiente y se vio reducido a la cobardía de no asumir siquiera los
horrores que ejecutó contra otros argentinos. La sociedad lo repudia,
pero las autoridades del Ejército se solidarizan ahora con Menéndez,
exponente de la concepción militar histórica que provocó el
aislamiento y la casi destrucción de la institución que comandan. Le
llaman solidaridad de cuerpo, pero en este caso, el cuerpo se
solidariza con su cáncer.
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