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Brinzoni llamó al represor por si "necesitaba algo"


Por Nora Veiras
t.gif (862 bytes) El represor indultado Luciano Benjamín Menéndez preparaba su bolso. Tenía que ir a declarar ante la jueza Cristina Garzón de Lascano por la causa denominada "búsqueda de la verdad", sobre el destino de los desaparecidos. Estaba decidido a no decir una palabra, preparado para pasar el fin de semana en la cárcel por su negativa, por eso armaba su bolsito. Entonces recibió el llamado: el jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, se puso personalmente al teléfono para saber "si necesitaba algo", pregunta que se transformó en un gesto político que ningún militar había tenido para con un represor desde el último levantamiento carapintada en 1990. 

  El "gesto solidario" del jefe del Ejército era comentado ayer con beneplácito entre altos oficiales del Edificio Libertador. Los militares repiten que "hay que darle una solución legal o política a este tema", es decir la revisión de las aberraciones cometidas durante la represión ilegal que salen nuevamente a la luz en los juicios por la verdad.

  El camino legal pasa por encontrar el mecanismo para que el tema llegue a la Corte Suprema y se fije un criterio común para los procesos iniciados en las cámaras federales de Bahía Blanca, La Plata, Córdoba, Rosario y Buenos Aires. Los uniformados hasta se atreven a sugerir la posibilidad de que por vía de un decreto el presidente Fernando de la Rúa les ponga punto final a los juicios. A cambio, proponen la posibilidad de sentarse a una mesa a dialogar para aportar información sobre el destino de los detenidos-desaparecidos.

  "No estamos preparando nada raro, simplemente queremos dejar en claro que estamos molestos por estas citaciones", explican y abundan en un análisis que ya no oculta la reivindicación de su actuación durante la dictadura "porque fuimos convocados por la sociedad para tomar el gobierno".

  Quienes tienen contacto diario con Brinzoni justifican el viaje del secretario general de la fuerza, Eduardo Alfonso, a Córdoba para visitar a los oficiales detenidos que se negaron a declarar, de esta manera: "No podemos dejar que cada uno diga lo que quiera o se resista a ir, es preferible idear una estrategia común". En el marco de esa estrategia común, los uniformados se sentían ayer representados por las declaraciones de la secretaria de Derechos Humanos, Diana Conti (ver página 5), quien había calificado como una "payasada" el juicio que instruye Garzón de Lascano y aseguraban que De la Rúa la había llamado para felicitarla por sus apreciaciones.

  Después de haber obtenido los ascensos a militares cuestionados por los organismos de derechos humanos, del pronunciamiento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas reclamando para sí la investigación sobre el robo de bebés, de las declaraciones de Brinzoni en la que dijo desconocer la existencia del Plan Cóndor y de un plan sistemático de robo de menores, el Ejército va por más. Ahora, sólo temen que el ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, sea trasladado a otra cartera y se preocupan por graduar la "presión" pública sobre el "malestar" que padecen. Quieren evitar que el aval político que obtuvieron hasta ahora se les restrinja por una reacción social en sentido contrario.

 


EXPONENTE DE UNA IDEOLOGIA MILITARISTA
El general que quiso "mear champagne" en el Pacífico

Por Luis Bruschtein 
Para muchos historiadores habría que filmarlo, ponerlo en formol, evitar el deterioro del tiempo. Habría que protegerlo detrás de un panel de vidrio en algún lugar que los jóvenes puedan visitar para conocerlo. Se trata de un producto de laboratorio de 50 años de intervenciones golpistas. Alguien cuya existencia termina de hacer creíbles todos los testimonios que él mismo rechaza. Así el general (R) Luciano Benjamín Menéndez explicó, por ejemplo, que no quiere aceptar que hubo torturas, desapariciones, asesinatos o robo de bebés durante la dictadura "porque si la subversión vuelve, vamos a tener que utilizar los mismos métodos".

  El tiempo potencial que usó en esa frase fue un rasgo de diplomacia del general, porque en 1989 escribió en La Prensa que "no se trata de reconciliar a nadie con nadie pues la lucha no ha terminado. No hay tiros ni bombas --aclaró--, pero la lucha transcurre silenciosa por el dominio de las mentes, el empeño en quitarnos el amor a la patria, la fe en Dios, el orgullo de ser argentinos, la devoción por la familia, el recuerdo de nuestras tradiciones, la esperanza en el futuro". Y por si no estuviera claro de qué guerra habla, sentenció que "los argentinos tenemos que convencernos, como lo estuvimos cuando las balas silbaban y explotaban las bombas, que estamos envueltos en la III Guerra Mundial".

  Cualquiera que lo lee y escucha podrá pensar que el hombre está mal de la cabeza, pero sería sacarlo de su contexto histórico. Porque si tiene algún padecimiento se trata de una enfermedad argentina cuyo virus encontró caldo de cultivo en los regimientos a partir de 1930 cuando comenzó el ciclo del golpismo. Menéndez nació en un hogar castrense en San Martín, provincia de Buenos Aires. Es raro encontrar en las reseñas biográficas el día de 1927 en que nació. Pero en todas está la fecha en que ingresó como cadete al Colegio Militar de la Nación: el primero de febrero de 1943, como si ese fuera su nacimiento real. Era sobrino del general Benjamín Menéndez que en 1951 sublevó Campo de Mayo contra el gobierno peronista. Y fue tío del coronel Benjamín Menéndez que comandó las tropas argentinas en Malvinas durante el conflicto con Gran Bretaña.

  "Y así llegamos al nudo de la cuestión: lo que cuenta no es el método que se utilice, sino los propósitos", afirma en sus escritos el hombre que fue jefe de por lo menos tres campos de concentración clandestinos en la provincia de Córdoba, por donde pasaron más de tres mil desaparecidos, donde se torturó a hombres, a mujeres y ancianos indefensos y se destruyó a familias enteras.

  Por su gesto y tenacidad, de niño se ganó el apodo familiar de "Cachorro". En 1949 ya era teniente primero y sirvió en distintos destinos como oficial de Caballería, incluyendo cursos de perfeccionamiento en los Estados Unidos. De allí regresó con dos ideas: lo que llamaba "el expansionismo chileno" y la Doctrina de la Seguridad Nacional con su viñeta de la III Guerra Mundial. Dos temas que seducían a muchos generales de esa época. Entre sus camaradas era más famoso por su "cara de perro" que por el apodo de "Cachorro" y afirman que era tan poco sociable que sólo obtuvo el grado de coronel en 1966, gracias a los oficios del entonces general Alejandro Lanusse, que había acompañado a su tío en el levantamiento de 1951.

  En 1975 asumió la comandancia del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba y tras el golpe del 24 de marzo de 1976, además de encabezar la represión ilegal, comenzó una política de armamento desaforado de sus regimientos con vistas a la guerra con Chile. En septiembre de 1978, cuando la dictadura en pleno se disponía a lanzarse a esa aventura militar, brindó con sus amigos: "Si nos dejan atacar a los chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, el brindis de fin de año lo haremos en la Palacio La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico".  

  Para el año siguiente, su alianza con "Pajarito" Suárez Mason había perdido la interna de la dictadura contra los generales Roberto Viola y Leopoldo  Galtieri. Se levantó contra Viola pero el "Cachorro" se rindió vergonzozamente solo, unas horas después, sin disparar un tiro. Estuvo preso pocas semanas y salió en libertad para afirmar que el "Proceso de Reorganización Nacional" había fracasado. Por decir bastante menos que eso, Menéndez había mandado torturar y asesinar.

  En 1983 comentó su intención de postularse como candidato en las listas del Partido Federal del capitán (R) Francisco Manrique. Desde 1984 se convirtió en un votante a conciencia de la Unión de Centro Democrático, (UCeDé) el partido del capitán (R) Alvaro Alsogaray. Otro condimento esencial de su pensamiento ha sido el antiperonismo furioso: "Así como la Argentina fue nazi después del '45, hubiéramos sido comunistas con Santucho y Firmenich en los 70".

  Con matices, coincidió con Carlos Menem en su alergia hacia el peronismo histórico del '45. Y concordó con Alsogaray al rescatar el curso del Partido Justicialista a partir de 1989. Ese año declaró a la revista Somos que no habría golpe "porque hoy ni las fuerzas políticas ni las sindicales lo piden, porque lo que nosotros empezamos en el '76, lo está terminando Menem". Además de sus coincidencias, Menéndez le debía a Menem el indulto que lo salvó de la acusación por 77 casos de tormentos, 47 homicidios y cuatro sustracciones de menores que se tramitaba en la Cámara de Córdoba. Poco antes se había lanzado con un cuchillo de comando contra un grupo de manifestantes que le gritó "asesino". "Tanto escándalo porque un hombre se defiende cuando lo insultan", explicó después.

  Fue formado para grandes guerras contra países hermanos y heroicos conflictos mundiales y sólo le sirvió para convertirse en un asesino de sus propios compatriotas, perdonado por un indulto que la sociedad no respalda. Soñó con ser un valiente y se vio reducido a la cobardía de no asumir siquiera los horrores que ejecutó contra otros argentinos. La sociedad lo repudia, pero las autoridades del Ejército se solidarizan ahora con Menéndez, exponente de la concepción militar histórica que provocó el aislamiento y la casi destrucción de la institución que comandan. Le llaman solidaridad de cuerpo, pero en este caso, el cuerpo se solidariza con su cáncer.

 

 

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