¿Pueden
las democracias políticas soportar sus propias verdades? Les cuesta,
para decir lo menos, y los gobernantes prefieren arrullarse con las
versiones que mejor les acomoden. Por eso, los héroes patrios son de
bronce o de mármol, sin dimensiones humanas. Los amoríos de
Sarmiento, las úlceras de San Martín o los extravíos pasionales de
algunas damas patricias son ocultados a los ojos públicos como se hacía
con el idiota de la familia. Con estas costumbres, puede juzgarse la
madurez de una sociedad por su aptitud para el olvido o la memoria. En
el país y en otros de la región, el extremo perverso del
ocultamiento fue la represión mafiosa del terrorismo de Estado:
creyeron que si desaparecían los cuerpos no habría delito. La
memoria, sin embargo, está siempre ahí, lista para emerger, sobre
todo cuando los velos sobre el pasado se convierten en manto de
impunidad para cubrir crímenes horrendos.
El jefe del Ejército,
Ricardo Brinzoni, apareció en público a quejarse por la detención
de
oficiales en retiro y en actividad porque, según él, las decisiones
de algunos tribunales empeñados en los que se llaman "juicios
por la verdad" estarían generando "inquietud entre el
personal del Ejército". ¿Con qué atribuciones un subordinado
del Poder Ejecutivo se permite cuestionar en público la gestión de
miembros de la Justicia, un poder independiente y autónomo según las
normas constitucionales? En el sentido común de los ciudadanos
alejados de las altas cumbres de la burocracia institucional, lo lógico
sería que si ese jefe militar tenía algo para quejarse debió
hacerlo con el ministro de Defensa. Más aún: debió contar con el
permiso correspondiente de la misma autoridad para enviar al
secretario general del Ejército a interesarse por la situación de
oficiales detenidos por una jueza de Córdoba, porque no maneja una
empresa privada que vela por su personal. Si no cumplió con estos
requisitos, ¿no debería ser apercibido, amonestado o enviado a la
cama sin postre? Por abrir la boca sin respeto, el presidente uruguayo
Jorge Batlle, que localizó a la nieta de Juan Gelman, pasó a retiro
al jefe del Estado Mayor Conjunto de su país. Batlle es conservador;
el ministro local Ricardo López Murphy es afiliado a la UCR.
En privado, los jefes
militares extrañan a Menem, su amigo, que era tan ejecutivo con sus
demandas. Dicen a los cronistas, aunque sin permiso para mencionar la
fuente, que en este gobierno no tienen interlocutores válidos y que
encuentran dobles discursos, uno para la intimidad, que les da la razón,
y otro para el exterior, que deja hacer. "Si dejamos hacer,
cualquiera nos va a tocar el trasero", agregan con lenguaje
cuartelero. Cualquiera no: jueces, en tribunales legítimos, con
derecho a defensa y plenas garantías, todo lo que no tuvieron los
detenidos-desaparecidos. Además, son injustos con el gobierno
nacional: si hasta Diana Conti, subsecretaria de Derechos Humanos,
"reflejó bien cual es la situación", opinó López Murphy
y fotocopias con sus declaraciones eran distribuidas en el Estado
Mayor del Ejército acompañadas de comentarios favorables.
Conti declaró que el
trámite judicial en Córdoba "llama a risa", que citar
"a alguien como testigo para después detenerlo, es hacer un
circo" y les negó "legitimación legal" aunque aceptó
que "están legitimados por una suerte de voluntad popular".
Entre los presos del "circo" figura desde ayer Luciano
Benjamín Menéndez, un intocable en esa provincia y personaje emblemático
del terrorismo de Estado. Conti llegó a su cargo con el apoyo del
movimiento de derechos humanos, algunos de cuyos representantes
opinaron, también en la edición de ayer de este diario, en términos
muy diferentes. Simón Alberto Lázara, vicepresidente de la APDH,
anotó que cuando comienzan "a circular las versiones de las
usinas de acción psicológica acerca de una cuota de intranquilidad
militar si alguien es convocado o detenido, todos pudimos decir: 'Esto
ya lo vimos'. Y, lo que es peor, 'ya lo vivimos'". En el mismo
texto, se pregunta los motivos para las reacciones contra la jueza de
Córdoba y después de una amplia respuesta, concluye: "...estas
situaciones fueron rápidamente aprovechadas por el viejo dinosaurio
(Menéndez) no sólo para polarizar la crisis y aumentarla sino también
para utilizarla como escudo de protección personal". Estas
fueron las últimas declaraciones de Lázara, que murió ayer. Lástima,
por él, por su familia, y por el movimiento de derechos humanos, en
el que se desempeñó con integridad, porque la verdad que pugna por
emerger necesita otra vez de todas las energías posibles, aunque sea
para compensar las que se pierden entre las "razones de
Estado" o el magma de la gobernabilidad.
Hay quienes suponen
que los militares quieren que el "derecho a la verdad" sea
materia exclusiva de la Corte Suprema. Otros sospechan que el mismo
propósito anima a un sector del oficialismo, puesto que el Gobierno aún
no tiene posición unánime y el tema es "materia de debate
abierto", según palabras de Lázara. En un caso como en el otro,
la intención sería la misma: impedir que los trámites se extiendan
por el país en cascada y dada la parsimonia de la Corte, como bien lo
saben los demandantes de la AMIA, sumerja ese derecho en un pozo de
agua estancada. El Gobierno no define posiciones unívocas en materia
de militares y derechos humanos, como tampoco lo hace en otros asuntos
de interés nacional. La indefinición no es el resultado de
agotadoras contraposiciones de líneas internas, sino más bien el
temor al contraste entre la verdad y la gobernabilidad, como si fueran
términos incapaces de coexistir. Por la fisura entre el decir y el
hacer intentaron colarse los gobernadores peronistas que firmaron una
carta crítica, dirigida al Presidente, acusándolo de inercia o
exagerada lentitud, igual que los militares, otra película ya vista
y, lo que es peor, sufrida hace casi cuatro décadas cuando esos
argumentos le abrieron camino a Juan Carlos Onganía.
En este caso, era sólo
una actitud oportunista, destinada a reforzar el plan canje que estaba
operando en el Senado, mediante el cual esos gobernadores obtuvieron
miles de subsidios del Plan Trabajar para que lo manejen entre su
clientela, a cambio del voto a favor de la reforma laboral, con
algunos retoques consentidos por el oficialismo. Quienes hayan seguido
el debate tal vez coincidirán en que la intervención del senador
Antonio Cafiero ha sido un brillante modelo de la doctrina de Diógenes.
En su primera parte, hizo una rigurosa descripción del modelo
explotador que utiliza al salario como variable de ajuste en nombre de
la supuesta competitividad. Ningún opositor a la ley aportó a la crítica
con tanta claridad expositiva los antecedentes, aun los más remotos,
y las estadísticas apropiadas y confiables. Tras lo cual, el mismo
senador preguntó: "Ustedes estarán pensando que voy a votar en
contra". Y se respondió: "No, voy a votar a favor".
Era la esencia del Pacto de Olivos, aplicada a las nuevas condiciones,
en la que los opositores son oficialistas, y viceversa.
Esas operaciones no
alcanzan para definir políticas públicas y son apenas una apariencia
de consenso nacional. Tampoco en materia de seguridad pública la
experiencia de la semana anterior fue suficiente, nada más que para
evitar una reiteración inexplicable en la Capital, pero ese mismo día
en el que los funcionarios se felicitaban por el orden porteño, en
Chaco, la policía provincial y la Gendarmería reprimían a
manifestantes como si estuvieran otra vez en la guerra de la Triple
Alianza. ¿Para qué sirven los servicios de inteligencia del Estado
si los ministros no pueden prevenir y actúan sólo después que
repasan las crónicas periodísticas? Chaco tiene un gobierno
aliancista desde antes que existiera en el orden nacional y hasta se
presumió en algún momento que su gobernador, Angel Rozas, tenía
destinos más amplios que el mandato provincial. Ayer justificó la
represión con la supuesta presencia de "activistas". Tras
quince años de democracia, no es posible aceptar este lenguaje, otra
forma de impedir una aproximación cercana a la verdad más evidente:
hay pobreza desesperada que ya no aguanta más. Sólo los
sobrevivientes podrán comprobar el año próximo si las esperanzas
oficiales en la reactivación, y su consecuente creación de empleos,
serán verdad. Mientras tanto, el dominó de la impotencia voltea
fichas ya vividas. Si no hay pan para distribuir, hay palos.
Cuando comienzan a agitarse las brujas del
"activismo", que existe sin duda pero que está muy lejos de
tener la capacidad de movilización que se le adjudica, los
cazafantasmas están más cerca del general uruguayo destituido que
del presidente Batlle. El boquiflojo militar había dicho que "la
izquierda sigue siendo el enemigo" y que tarde o temprano las
Fuerzas Armadas tendrán que enfrentarla de nuevo. No es el caso: si
algún enemigo tiene la democracia no está a la izquierda del
espectro político, por muy dogmáticas que sean sus débiles
expresiones locales, agónicas de tanto ayuno propositivo. Será más
realista, aun más pragmático, seguir buscando las verdades
emergentes, en todos los campos, antes que cualquier aventura sea
mejor que las opciones en oferta para los descreídos, los
oportunistas, los nostálgicos y los desesperanzados. El hambre devalúa
a la democracia y el ejercicio de la libertad requiere respeto a la
dignidad humana.
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