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Por Horacio Bernades ![]() Era inevitable que, tarde o temprano, Argento filmara una versión de El fantasma de la ópera, el clásico de Gaston Leroux que transcurre en París a fines del siglo XIX y que lleva la vinculación entre terror y bel canto al plano de lo literal. Lo hizo en 1998, con su bellísima hija Asia en el protagónico y Julian Sands como el �fantasma�, en el marco de una coproducción hablada en inglés, que por estos días el sello Transeuropa lanza en Argentina, directo a video. El realizador de El pájaro de las plumas de cristal contó con la colaboración de Gerard Brach, quien supo escribir para Polanski los guiones de Repulsión, El inquilino y Tess, entre otras. En la fotografía, el inglés Ronnie Taylor (que iluminó Gandhi, entre otras) e Il maestro Ennio Morricone en la batuta aseguran la excelsitud de la que a Argento le gusta rodearse. Vale aclarar que el realizador ya había filmado, a fines de los �80, una versión no acreditada de la misma novela, que en Argentina se conoció con el título de Terror en la ópera. Curiosamente, el romano se toma aquí ciertas libertades que allá no se había permitido. Tal como lo reinventan el realizador y su coguionista, el �fantasma� tiene algo de Moisés, otro poco de Rómulo y Remo y bastante de niño-rata. Ocurre que de niño es abandonado por sus padres, que lo echan a la deriva en su cunita, pero no en aguas del Nilo sino en un canal subterráneo, poblado de roedores. Que lo acogerán y, vaya a saber cómo (Argento nunca se preocupó mucho por la coherencia de sus guiones), lo criarán. El rostro de una mamá-rata, gigantesco en primer plano, y la manito del niño apoyándose sobre su hocico, ambos visiblemente trucados, tienen, en su atrevido jugueteo con el ridículo, el exceso y el lirismo (todo junto) la marca típica de su autor. Que es también la que el film portará a lo largo de su recorrido. Desde ya, quien se impresione con aquellos peludos roedores no debería ver El fantasma de la ópera. Donde hay más (y más activos) que en cualquier basural porteño. Dada su crianza, el �fantasma� tendrá �una doble naturaleza�, como se ocupa de explicitar mucho más tarde, en uno de esos diálogos que tampoco fueron nunca el fuerte de su autor. Donde sí destaca Argento es en esa imaginería propensa al desmelenamiento barroco, encantada aquí por escenarios teatrales y de los otros. Sobre todo las cavernas (y esa mansión en medio de ellas) donde el fantasma romántico arrastrará a su amada, luego de haber seccionado, alegremente y a dentellada limpia, a rivales y enemigos.
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