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Por Inés Tenewicki La nueva obra teatral de Pipo Pescador, Cáscara colorada, fue definida por su creador como �un homenaje a la infancia�. Enrique Fisher �tal el nombre real del famoso trovador� se refería a su propia infancia en el campo entrerriano, y por eso recreó, bajo la dirección de Claudio Hochman, un esmerado cuadro campestre donde transcurre una historia que reivindica �entre los valores �de antes�� atributos como la sencillez, la sinceridad, la picardía o la inocencia. La obra es ciertamente naïf y deliberadamente ingenua. Aspira a explotar el lenguaje teatral para contar un cuento simple, pero cerrado y bien resuelto. No tiene más pretensiones �ni menos� que contarlo bien: para eso apela a buenas interpretaciones, excelente manejo de títeres y muñecos �a cargo de Carlos Martínez, titiritero autor de El molinete e Historias del espejo�, y una escenografía, responsabilidad de Julia Díaz, llena de detalles y sugerencias que configuran la identidad de la antigua vida campestre. El resultado es una entretenida comedia especialmente apropiada para chicos de 5 o 6 años (esto no excluye otras edades) acompañados por algún adulto que no saldrá, a pesar de algunos momentos iniciales que transcurren con cierta lentitud, ni aburrido ni defraudado. Pipo Pescador, autor del libro y de las canciones, se limita a aparecer en el escenario como narrador, destacando en palabras lo que luego contarán con acciones los personajes. Su intervención en la obra es notoriamente menos protagónica que en sus trabajos anteriores, respondiendo quizás a una exigencia de la dirección para hacer del espectáculo un producto más teatral, sin las características de show musical que cultivó desde la década del 70 el cantautor responsable del clásico �En el auto de papá�. En este sentido, actores y títeres de Cáscara colorada comparten equilibradamente el estrellato, mientras que el juglar se reserva el lugar del cuentacuentos al comienzo y final de cada escena. Los personajes humanos, definidos y aprehensibles para los niños, son el viejo Don Ramiro, fabricante del disputado queso Mar del Plata de cáscara colorada; su nieta Celeste, que se ocupa de él y de las tareas domésticas, la también vieja vecina Gertrudis, y el enamorado de Celeste, Apolinario. Los animales-títeres que completan el universo de esta historia son los cuatro ratones aspirantes al queso, que aparecen como multiplicados por todo el escenario, dando la impresión de ser muchos más de los que son, el pajarito del reloj cucú y la vaca Sinforosa, impactante muñeco que sorprende por su tamaño y certeros movimientos. La pelea por el queso dará lugar a una sucesión de tretas urdidas por los ratones que, a la manera de chicos traviesos, elucubran la mejor manera de apropiarse del exquisito Mar del Plata. En el final, previsible pero esperado, se hace justicia y los roedores son desalojados de la vieja casona. Una serie de enredos enhebrados entre sí por las letras de las canciones le dan ritmo a la historia, que en ningún momento abandona la gracia y el humor. Con este estreno, Enrique Fisher continúa con el ritmo de temporada que había reiniciado el año pasado, con Viva el teatro,también dirigido por Claudio Hochman y que sigue en pie en el Auditorium de San Isidro a las 17 horas.
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