Por Miguel Bonasso
�El día que se llevaron a Susana, Nina y Dito Fino, vino personalmente Menéndez, y pienso que presidió la ceremonia de fusilamiento, porque siempre que venía era para algún fusilamiento. Quería dar ejemplo.� Ocurrió en Córdoba, en el campo de concentración de La Perla, en febrero de 1977 y la escena fue relatada dos años más tarde por Graciela Susana Geuna, una de las 17 personas que sobrevivieron al mayor centro de reclusión del Tercer Cuerpo de Ejército. En el que desaparecieron para siempre tres mil argentinos, por órdenes del general de división Luciano Benjamín Menéndez. El mismo que se niega a responder ante la Justicia sobre lo que ocurrió en el área bajo su mando durante los años de plomo. El testimonio de la Gringa Geuna, una militante periférica de Montoneros que fue secuestrada en junio de 1976 cuando apenas contaba veinte años, es uno de los más desgarradores y precisos de todos los que se han volcado sobre el terrorismo de Estado. Fue brindado inicialmente en Madrid, ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU) y la versión original consta de 118 fojas oficio escritas a un espacio. En ellas desfilan personajes conocidos como el capitán retirado Héctor Vergez (alias Vargas o Gastón), creador del grupo terrorista Comando Libertadores de América y autodenominado �padre de La Perla�. O el entonces teniente primero Ernesto Guillermo Barreiro (alias Hernández, Rubio o Nabo), quien por negarse a declarar ante la Justicia en 1987, desencadenó la crisis de Semana Santa.
Graciela Susana Geuna (alias Gringa, JUP 252 en la ficha de La Perla) fue secuestrada el 10 de junio de 1976 en la ciudad de Córdoba, junto con su compañero Jorge Omar Cazorla, miliciano de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) como ella. Aunque estaban desarmados, los dos chicos se resistieron al secuestro. Graciela se tiró del auto en marcha, en cuyo baúl la llevaban, pero fue recapturada. Su compañero fue asesinado por los hombres que comandaba el capitán Vergez y el capitán Jorge Ezequiel Acosta (alias Rulo). �Se detienen los autos, me bajan, me ponen de cara al baúl de otro auto, me levantan la venda y veo a mi compañero muerto, con los ojos abiertos, un hilo de sangre le salía de la boca y el pecho, los ojos muy abiertos. No lloro. No digo nada. No entiendo nada.� Más tarde, ya en el infierno circular de La Perla, Gastón (Vergez) le dirá: �a tu marido lo agarré yo y lo detecté por el olor, por el olor a sucio, a monto sucio que tenía y ahora ya no tiene más olor a sucio, tiene olor a podrido porque está muerto y se está pudriendo; vos a vas a tener el mismo olor�.
La tortura personalmente Hernández (Barreiro), que luego se enamorará de la prisionera y decidirá protegerla y salvarla con la misma arbitrariedad �de Dios� con que podría mandarla �al pozo�, a la muerte ignota sufrida por miles de detenidos-desaparecidos. Pero en los primeros días Gastón y Hernández se enfurecen con ella, porque insiste en decirles que �es peronista�. A ellos tan luego, que se definen como peronistas en lo político y fascistas en lo ideológico. Y en este punto (al menos) no mienten, porque tienen conexiones con personajes del fascismo como Stefano Delle Chiaiaie y los terroristas italianos que metieron la bomba en la estación de Bolonia. La tortura no se reduce a la picana, asume muchas formas. Una tarde, Angel, un secuestrador que se las da de humanitario, le levanta la venda y ella se pone a llorar al ver el saco que el tipo lleva puesto: es el que vestía su compañero el día que se casaron.
La Perla (Tercera Sección de Operaciones Especiales del Destacamento de Inteligencia 141 del Tercer Cuerpo de Ejército; OP3 o �la Universidad� en la jerga de la noche y la niebla) es un lugar fuera del tiempo y el mundo, ubicada a veinte minutos de la ciudad de Córdoba, en el camino a Carlos Paz, unos 100 metros a la derecha de la ruta. Donde se levantan varios edificios. El de la cuadra, donde se hacinan cuando menos 70 prisioneros, más algunos galpones y antiguas caballerizas. El edificio número 10esconde la �Sala de Máquina� o �Sala de Margarita�, donde reinan los garrotazos, los alaridos y la 220. Unos y otros conforman el escenario donde deambulan, encapuchados, aquellos a quienes los oficiales y suboficiales del Ejército Argentino denominan muertos-vivos. Un escenario del que se sale hacia los pozos (las tumbas masivas) en un camión Mercedes Benz, que las propias víctimas rebautizan Menéndez Benz. �Al principio se llevaban grupos de 20 o más, luego de a tres compañeros diarios, para �que alcanzaran para todos�, es decir para todos los militares. Porque desde los generales hasta el último subteniente están comprometidos, todos han fusilado. Se transforma en una ceremonia militar al mando por lo menos de un mayor. Por supuesto Menéndez fue varias veces. Le daban todo el carácter de ceremonia para que no pareciera asesinato. No recuerdo si fue a fin del �76 o del �77 que me dijeron: �sólo estarán limpios los nuevos subtenientes que salgan el año próximo�. Todos los oficiales fusilaron en el 76/77, al menos en el Tercer Cuerpo.�
Había también otras formas de morir, no menos atroces, como la que debió sufrir una muchacha María Luz, esposa del médico Fernández Samar, abatido por la patota del Tercer Cuerpo igual que el compañero de Graciela Geuna. La habían torturado con ferocidad y aunque al comienzo pareció que estaba relativamente bien, pronto empezó a tener dificultades para caminar y orinar. �A las 11 de la noche del tercer o cuarto día estaba como siempre y a las 12 comenzó a quejarse. Le pido al guardia si podía atenderla y me dice que no. La compañera cada vez gritaba más. Me largo a llorar y viene el guardia y me pregunta qué pasa. Le digo que a dos o tres metros de mi se está muriendo una compañera a quien yo quería mucho y me deja levantar para ir a atenderla. Se quejaba mucho y teníamos que darla vuelta cada media hora y luego cada veinte minutos, cada 10 y luego continuamente. Como a las 5 ya estaba totalmente transfigurada, hinchada. Era una compañera que afuera siempre sufrió de los riñones. Allí no había atención suficiente, sólo calmantes y desinfectantes. Gritaba continuamente, decía �boluda, sos una perejil boluda� y luego �basta Luis, basta�. Luis es quien la torturó y lo de perejil es lo que le decían por el nivel. Con Tita (otra prisionera que estaba autorizada para curar a los heridos) le contábamos que estábamos en el río con su mamá, que a los hombres malos ya los habíamos echado. Ella hablaba delirando sobre el río, el agua, su madre. Por momentos recuperaba la lucidez un momento y se daba cuenta de que todo era mentira, nos puteaba y luego seguía delirando. Luego volvía: �no me mientan, Gringa no me mientas� y luego seguía delirando. Tuvo una regresión total. Recuerdo que para entonces se había acercado Miguel (Horacio Dottori, otro desaparecido que luego fue liberado) y como ella pedía que su compañero la besara, Miguel la besó como si fuera su compañero muerto. Luego la acunábamos; pensaba que era una bebita y así pasamos dos horas cantándole canciones de cuna mientras se moría. Por momentos ella decía �fuerza, valor, coraje� y repetía delirando estas palabras. Le movíamos las piernas constantemente haciendo �la bicicleta�. Tenía un terrible olor a podrido en la vagina por la infección de la tortura. No se puede relatar la horrible muerte de esta compañera: en pocas horas desfigurarse y la regresión a la infancia y caminar hacia la muerte acunada por nosotros que le cantábamos el arrorró. Todavía me parece que la escucho. Como a las ocho de la mañana llegó Inteligencia y dijeron que se la llevaban. Nosotras dijimos que no, que se moría, que la dejaran morir entre nosotras. Después de varias idas y venidas de ellos y consultas vienen y dicen que se la llevan al Hospital Militar. Nosotras sabíamos que era mentira, ya le faltaba muy poco para morirse. Recuerdo que vinieron Fogo y el Yanqui (dos miembros de la patota) a buscarla. En ese momento ella recuperó el conocimiento, los ojos se le agrandaron por el horror. Nos mira y nos dice: �¡me mintieron, son los hombres, no dejen que me lleven los hombres!�. Y perdió el conocimiento. La arrastraron enla frazada hasta la puerta de la cuadra ayudados por Tita y yo que quisimos acompañarla. Pensamos que le pegarían un tiro. Esa tarde Fogo nos lleva a limpiar autos al galpón. Vamos en trencito (uno detrás de otro, vendados). Ana y yo salimos llorando. Hernández (Barreiro) me para y me pregunta por qué lloro y le digo que por María Luz y me dice: �¿por qué, si la llevamos al hospital?�. Le digo si se cree que soy boluda. Tiempo más adelante, para confirmar, yo pregunté en la oficina qué ponía en la ficha de María Luz y me dijeron: QTHF, o sea muerta. Fogo me contaría después que la llevaron al galpón de las caballerizas y la dejaron morir allí. Murió al rato. En verdad nosotras deseábamos que se muriera mientras la estábamos acunando. Queríamos ganar tiempo para que muriera entre nosotras. Ellos, como �son católicos� y no matan si no es en �ceremonia militar� no le pegaron un tiro que es lo único que se podía hacer a esa altura por ella. La dejaron morirse solita, delirando en el galpón.�
Algunos desaparecidos eran asesinados en La Perla pero sus cadáveres eran �descubiertos� en otros escenarios, para despistar a los familiares o cubrir objetivos de inteligencia. Así ocurrió, por ejemplo, con Patricio Calloway (el Barba), a quien hicieron aparecer muerto frente al Sindicato de Luz y Fuerza que estaba en conflicto gremial, para hacer creer que había estado �volanteando� y que los Montoneros estaban detrás de los sindicalistas.
La propia Graciela Geuna estuvo a punto de ser víctima de una maniobra de este tipo. Sus padres, que tenían contactos con militares y jerarcas de la Iglesia Católica llegaron hasta el general Juan Bautista Sasiaiñ, quien les �informó� que su hija estaba clandestina en La Plata y sería abatida en cuanto la detectaran. Sasiaiñ sabía de lo que hablaba: los de Inteligencia pensaban �ventilarla� en la capital bonaerense, idea que luego abandonaron cuando un amigo de la infancia de su padre, el coronel Raúl Fierro, la descubrió �en las listas del Comando� y fue a verla a La Perla, que en Madrid, dos años después, la seguía marcando a fuego:
�Eso era La Perla, los mil lentes de la locura, un planeta ignorado. Voces recogidas en la marcha, la muerte y la demencia. Nunca he vuelto a ver los ojos que vi en La Perla. Ojos agrandados por tanto espanto, asombrados por tanta mierda; eran todos espejos del horror, de los que viven esperando la muerte todos los días�. Espejos en los que no desea mirarse el indultado Luciano Benjamín Menéndez, los oficiales que lo secundaron y los responsables actuales del Ejército que han acudido en apoyo de sus camaradas.
�No habrá carapintadas�
El ministro del Interior Federico Storani descartó que puedan producirse levantamientos militares por las detenciones en Córdoba de oficiales retirados que se negaron a declarar. �No creo que existan condiciones objetivas ni subjetivas para nuevos levantamientos carapintadas, no veo ningún marco para que se produzca un levantamiento�, afirmó Storani. El ministro coincidió así con el jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, que sin embargo admitió que existe �inquietud y preocupación� en el arma. Al finalizar el seminario sobre Reforma Política que se realizó ayer en Rosario, Storani dijo que �todos deben cumplir con la ley, tanto militares como civiles� y aseguró que �se debe garantizar el debido proceso porque hay un juicio que tiende al esclarecimiento de la verdad�. |
|