Por Marta Dillon
�Me imagino a un pibe con dudas sobre su identidad alquilando la película, viéndola a solas. Que se encuentre con esos músicos al final, que hablan su idioma, que mandan un mensaje... y bueno, es una manera de llegar a esos chicos que estamos buscando.� Mariana Pérez sabe esperar y tal vez por eso piense en la película de David Blaustein, Botín de guerra, como un futuro clásico que circule de mano en mano, haciendo escuchar, de algunos de sus protagonistas, el relato de un retazo de historia argentina. Uno que ha sido desgarrado y que con paciencia de abuelas, las de Plaza de Mayo, se ha ido reconstruyendo lentamente. Mariana tiene otra fantasía: ella se expone frente a las cámaras con la esperanza de que su hermano, nacido en cautiverio, la vea y se sienta seguro de que no va a estar solo cuando le toque encontrarse con su historia. Mariana no duda, tiene una �esperanza absoluta� de que llegará el día en que se fundan en un abrazo.
Mariana Eva (�es importante ese nombre�) Pérez Roisinblit es una integrante del grupo de jóvenes que trabaja con las Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de chicos apropiados durante la dictadura militar. Ella sabe que su hermano nació, sabe que su madre lo nombró Rodolfo y que parió en la ESMA, pidiendo por favor que le quitaran las cadenas para poder pujar y que le dieran a su hijo antes de que cortaran el cordón umbilical. Temía esa primera separación porque ya sabía cuál era el destino que le habían asignado. El relato del parto de su mamá se escucha en la película, en la voz de una testigo, aunque no se la nombra. �A mí me hubiera gustado que se sepa que esa mujer que se aferraba a su hijo era mi vieja. Pero bueno, entendí que son detalles, que lo importante es que se cuente la historia colectiva�, que quede claro que lo que le pasó a su familia es lo que les pasó a muchos, víctimas del plan sistemático de apropiación de los hijos de los desaparecidos. Como si fueran, justamente, botín de guerra.
Juliana García también siente como una falta que no se terminen de atar los lazos de las historias que se cuentan, �lo que pasa es que entre todas arman una sola y eso, al final, resulta efectivo�. A ella le hubiera gustado que la gente supiera que esa beba rubia que canta el payaso plin plin con su media lengua de dos años es la hija de Carla Rutila Artes, a quien las Abuelas recuperaron de manos de su apropiador, Juan Carlos Ruffo, un militar que descargó su violencia sobre la niña que después de cada paliza llamaba a su mamá, una mamá que no conocía, pero sabía que no podía ser esa que consentía los golpes. Carla llamó Gracielita a su propia hija, el nombre de esa madre por la que pedía cuando estaba desesperada, con la que convivió hasta los nueve meses, cuando la secuestraron.
Juliana busca a Ignacio, su hermano, nacido en Campo de Mayo y apropiado hace ya 23 años. Ella sabe que el encuentro con él va a llegar y cuando vio por tercera vez la película de Blaustein, se le hizo �un clic, en la cabeza, porque después de ver a los chicos que recuperaron su identidad contar su experiencia, lo que les había costado reunirse con la verdad y cómo ahora estaban mejor, yo pienso ¿por qué no me puede tocar un hermano así? Siempre pensé en el encuentro como algo difícil, imaginaba que me iba a rechazar. Pero ahora no sé, tengo otra esperanza. Cada vez son más los chicos que se acercan a Abuelas espontáneamente. Lo mejor de la película, para mí, es que al final dice que hay 64 chicos recuperados, pero es un dato de noviembre de 1999. Estamos en abril de 2000 y ya son 67. Me encanta que ya esté desactualizada�.
Tatiana Sfiligoy lleva con orgullo un embarazo de nueve meses que no le pesa. Nació en Córdoba, en 1973, aunque años después ella sentiría que volvía a nacer. Hasta los siete años su memoria estuvo recortada. Sabía que había sido adoptada por una familia que no quiso separarla de su hermanita menor, de meses apenas, aun cuando el juez que tenía la guarda de ambas se hubiera negado reiteradas veces. En Botín de guerra se la ve con los ojos húmedos por la emoción y eso no le gustó demasiado. �Seré llorona, pero ¿por qué tenían que elegir esa parte?�, se queja a medias, porque sabe que ahora lo que le toca es �hacerme cargo�. Ahora recuerda perfectamente el día en que se llevaron a su madre, encapuchada, de una plaza céntrica del partido de San Martín. Se acuerda de esas horas eternas que pasó sentada en un cantero de la plaza, cuidando de su hermana de meses, cómo paseó por varias comisarías y terminó durmiendo en un Instituto de Menores de Villa Elisa. Pero sólo hizo memoria cuando se reencontraron con sus abuelas, que las buscaron hasta que dieron con la familia que las adoptó y que siempre estuvo dispuesta a ver la verdad. �Al principio fue difícil, no quería reconocer a mis abuelas, tenía miedo de que otra vez todo empezara a cambiar, fue un trabajo largo. Me acercaba y me alejaba alternativamente de mi historia. Ahora sé que nunca voy a terminar de reconstruirla del todo. Es un trabajo que empieza, pero el final está siempre abierto a una pregunta más.� Ahora que está a punto de tener a su hija, Tatiana siente que a lo mejor alguna respuesta más se le presenta. �Me quedé embarazada cuando empezaba a acercarme más a la figura de mi madre y aunque en un momento dudé si seguiría adelante, supe que frente a algunas cosas no me podía hacer la boluda.�
Clara Petrakos, a los 24, ya tiene dos hijos. �Si a la película la ve la gente adecuada, se van a cumplir los objetivos, aunque eso es lo más difícil.� El que ella imagina como el objetivo principal es que los chicos apropiados, después de ver Botín de guerra, se decidan a despejar sus dudas. Clara tiene una hermana que nació en el Pozo de Banfield, no la conoce y no la imagina. Recién pudo comprometerse con su búsqueda hace muy poco, después de que pasó eso que ella vivió como un período de prueba: �Tuve a mi primer bebé a la misma edad que mi vieja me tuvo a mí. Y hasta que Marcos no cumplió los nueve meses �nueve meses fue el tiempo que Clara vivió con su mamá� tenía la fantasía de que me iba a pasar algo, que lo iba a dejar solo. No era racional, pero el sentimiento estaba�. Marcos creció; Clara se recibió de ingeniera química y cuando quedó embarazada de Lucía, que ahora duerme en sus brazos, supo que había llegado el momento de buscar a su hermana.
Tatiana escucha los consejos de Clara sobre el parto y el puerperio. Tatiana ofrece a quien quiera escucharla su testimonio para contar que la verdad puede ser dolorosa, pero siempre libera. Ella quiere caminar �sin cadenas en los pies�, como dice la canción de Los Pericos que cierra la película. Aunque a ella no le gusta ese final que �parece feliz y no puede ser feliz realmente mientras los asesinos estén sueltos�. Juliana y Mariana no coinciden, defienden la alegría como una trinchera aunque les duela ver las imágenes que les recuerdan la marcha contra el indulto. Un día se encontraron en una maternidad, el día que nació la hija de Clara, y no pudieron dejar de pensar en sus madres, en esos partos que alumbraron en la oscuridad del cautiverio. Ahora sus ojos piden otra luz, la del encuentro con sus hermanos. Y por ellos, están despiertan y esperan. Y los buscan.
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