Por Hilda Cabrera
�Salido de la imaginación de mi infancia, rodeado de personajes que no son peores ni mejores que él, Bip es un héroe poético y burlesco de nuestra época�, escribió el mimo francés Marcel Marceau recordando a su célebre personaje, presentado por primera vez en el Théâtre de Poche de París, el 22 de marzo de 1947. De ese año, vital para este artista que en pocos días estará nuevamente en Buenos Aires, data su creación del hoy mítico Bip y su trabajo en la compañía de Madeleine Renaud y Jean� Louis Barrault, de quien aprendió la marcha sin avanzar y la ilusión de la escalera. Un año antes había debutado en el Teatro Sarah Bernhardt con la compañía de Charles Dullin, uno de sus maestros junto a Etienne Decroux, quien lo adiestró en la técnica de �la estatua en movimiento�. Enriqueció sus creaciones con nuevas historias, desarrollando la fábula onírica, la sátira social, y consolidando un estilo y una forma de combate, como ha dicho él mismo, al comparar a Bip con el Quijote, �el caballero errante que lucha contra los molinos de viento de la existencia�. Cree a Bip descendiente de los mimos griegos y romanos, del Pedrolino de la Commedia dell�Arte, hijo del Pierrot de rostro enharinado, y hasta �elegido del pueblo, nacido de la Revolución de 1789 y la de 1848�, amigo del Gavroche que desde las barricadas lanzó frases como emblemas. �Pariente de los héroes de Charles Dickens, acosados por la miseria en los suburbios de Londres�, y como éstos dueño de un fuerte instinto de supervivencia.
En este regreso a la Argentina, Marceau traerá Los siete pecados capitales y Pantomimas de Bip, que se verán el 5 y 6 de mayo en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, trabajos con los que �según anuncia� se despide a los 77 años del público argentino. Trae a su Bip, cuyo nombre proviene de Pip, �héroe de Grandes esperanzas�, inspirado en el Pierrot francés y el Charlot de Chaplin, quien �como ha dicho� maravilló su infancia. Como éste, buscó la risa y la emoción �que no tiene fronteras�: son atemporales, como �los combates de la vida�. Por eso tal vez su Bip desafía a las nuevas técnicas. A cambio, �se impregna de la necesidad de ser inocente y joven el mayor tiempo posible y de tomar para sí la lucidez del hombre adulto que se descubre vulnerable�.
Artista de gestos menudos pero firmes, de figura elástica y pequeña, Marceau suele transformar el escenario en silenciosa y rara aventura. Desarrolla con igual perfección situaciones gozosas o dramáticas, como los impactantes matchs de manos con fondo musical de una pieza suya de 1969. Las apariciones de Bip son un clásico en su repertorio, pero no el único. A este personaje de rostro pintado de blanco y sombrero encopetado por una flor, que expresó en el París de la posguerra las alegrías y los dolores del sobreviviente, se suman otros protagonistas, en los que Marceau se multiplica, tanto en las viejas pantomimas de estilo como en las metamorfosis. Entre éstas, Adolescencia, madurez, vejez y muerte, pieza creada en 1946 sobre música de Bach, en la que reconstruye con perfección minimalista el paso del hombre por la vida; El pajarero, con música de Peter Gabriel, y El fabricante de máscaras, de Marceau y Alexandre Jodorowski, estrenada en 1959. Aquí es el ser humano en lucha con las máscaras de la risa y el dolor, el asombro y la indiferencia.
Sorprendiendo siempre, incluso con sus piezas narrativas, que a la pantomima contemporánea le parecen cosa del pasado. Estas han sido reproducidas en cortos y mediometrajes, como la mítica El jardín público, de 1955, un desfile de personajes cotidianos dibujados con humor crítico y con fuertes influencias de Buster Keaton, Stan Laurel y Charles Chaplin, a quien Marceau rindió homenaje en 1988 con su obra Le chapeau melon, junto a la Nouvelle Compagnie de Mimodrame, conformada por ex alumnos.
�Las palabras y los silencios tienen la misma resonancia, pero su significado es diferente�, escribió a propósito del arte del mimo. �Las palabras están llenas de verdades y mentiras: trampean, exaltan, hieren, descubren y explican los fundamentos de nuestra vida, pero todas terminanen silencio. Es ahí donde comienza nuestro arte.� El mimodrama es �un grito interior�, transforma lo invisible en real, dice este artista que retorna periódicamente a la Argentina desde 1951, salvo el intervalo que él mismo se impuso durante la dictadura militar. �No quise volver porque había gobiernos militares �precisó en una entrevista a Página/12� y se podía creer que yo estaba de acuerdo. Lo que ocurría aquí me hacía recordar al nazismo, a la época en que milité en la Resistencia, a la muerte de mi padre a manos de la Gestapo. Era demasiado.�
Durante esos años, fundó en París una escuela de mimodrama y publicó una novela, Pimporello, donde cuenta las peripecias de un niño italiano bajo el fascismo. Ultimamente se lo vio en Buenos Aires junto con otros artistas de su troupe, fiel a su estilo y a su Bip, el personaje que, cuando se apagan las luces del teatro, se refugia en las calles del viejo París y �como quiere Marceau� desaparece y resurge imprevistamente, con un simple aleteo.
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