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OPINION

El miedo a uno mismo

Por James Neilson

El general Luciano Benjamín Menéndez tiene fama de ser un duro entre los duros, un hombre que no se dejaría intimidar por nada. ¿Lo es? Claro que no. Es un débil, lo cual es motivo de alivio. Si fuera tan duro como se dice, no vacilaría en reivindicar sus hazañas en la �lucha contra la subversión� ante la jueza Cristina Garzón de Lascano, dándole todos los detalles y explicándole que si bien sus órdenes eran despiadadas eran necesarias para salvar a la Patria del enemigo ateo. Pero Menéndez y otros como él rehúsan asumir la plena responsabilidad por lo que efectivamente hicieron. No es que teman terminar sus días entre rejas �riesgo que en el caso del ex gauleiter de Córdoba apenas existe y que de todos modos no impresionaría a un duro auténtico�, es que entienden que conforme a los valores morales �occidentales y cristianos� con los cuales se suponen comprometidos la �metodología� de la guerra sucia era indefendible.
Cuando Lord Acton dijo que el poder absoluto corrompe absolutamente, aludía no sólo al dinero sino también al abismo moral en el que suelen caer quienes se creen por encima de todo. Si no hay normas, cualquier aberración se vuelve posible; la única barrera es la constituida por los límites de la imaginación de los más perversos y sádicos. En la actualidad, existen normas, razón por la que los admiradores de los monstruos mienten: pocos neonazis celebran la matanza de seis millones de judíos por Hitler, los más insisten en que �sólo� murieron un millón o dos y que el Führer no fue debidamente informado sobre lo que sucedía. Aunque en muchos países es un crimen negar que el holocausto tuvo lugar, podría considerarse positivo el que hasta los ultraderechistas lo sepan imperdonable. Algo similar ocurre con los veteranos del proceso: dicen no haberse enterado de nada, que acaso hubiera algunos �excesos� atribuibles al accionar de lo que los jefes mismos del régimen calificaban de �dementes� pero que lo de las desapariciones en escala masiva es una patraña.
Hablan así no por ahorrarse una querella por apología del crimen. Lo hacen porque quieren convencerse de que no son lo que efectivamente fueron, delincuentes que operaron según reglas que incluso la Mafia juzgaría despreciables, sino que siempre han sido guerreros fieles al código severo de su vocación. Aunque la terca resistencia de los procesistas a asumir la verdad no es muy honorable, es reconfortante saber que tanto ha cambiado desde los años setenta que incluso un �duro� como Menéndez la cree tan vergonzosa que prefiere actuar como si el pasado no existiera

 

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