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Por Hilda Cabrera Fijado en ese pasaje irrepetible que va de la vida a la muerte, Ulises, el protagonista de esta última obra conocida de Osvaldo Dragún (fallecido el 15 de junio de 1999), hace recuento. Adoptando la modalidad del viaje, el director Rubén Pires apuesta a un itinerario de sensaciones donde el pasado no es una historia agotada sino una sucesión de presentes. Concilia situaciones dispares, cómicas y tristes, en las que percute la angustia de lo inacabado y de lo que nunca volverá. La obra toma momentos de la existencia de un simbólico Ulises (Luis Campos), personaje que encubre en parte al autor, y los expone con cierta distancia, evitando que las emociones del personaje se fusionen totalmente con cada acontecimiento. Coherente, en todo caso, con la personalidad del protagonista, de quien su madre, Zapolska (Marzenka Nowak), insiste en aclarar que nunca contesta cuando lo llaman y que una de sus características es mentirse a sí mismo. Ella es, por lo contundente, la voz contraria de Ulises, y quien, en ese contrapunto, permite al espectador atar cabos y formarse alguna idea sobre la personalidad de este singular viajero. Este recurso no es sin embargo suficiente para aclararlo todo. De ahí que muchos de los apuntes autobiográficos, expresados como al descuido por los demás personajes, se conviertan en enigmas para los espectadores. Este es el riesgo que se corre al pretenderse que una obra, en este caso con ribetes de homenaje, sea un compendio del legado artístico y humano de su autor. Es acertada, de todas formas, la toma de distancia que propone el director Rubén Pires (el mismo de los premiados montajes de Marat/Sade, de Peter Weiss, y Los indios estaban cabreros, de Agustín Cuzzani) respecto del protagonista y sus emociones. Esta opción torna menos artificioso el lenguaje de la obra, mezcla de frases simples, propias del teatro popular, y de otras acaso altisonantes pero rápidamente bajadas de su pedestal con alguna ironía. Es el caso de las secuencias en las que se dice �el tren parte, está cada día peor, y yo, como los dioses, no existo�, o cuando se habla de buscar �el sentido de la vida�, pero inmediatamente se pregunta �¿es mucho, no?�. Se trata en todo caso de una construcción siempre en fuga, hecha de episodios breves pero significativos, puesto que todos han dejado cicatrices. Si bien este espectáculo no abre explícitamente un camino al pensamiento crítico, propósito que ha sido evidente en otras piezas de Dragún (como, entre otras, El jardín del infierno y Heroica de Buenos Aires, considerada su obra más ambiciosa), aquél se inserta sin anunciarse, a veces a través de una acotación extemporánea. La puesta de Pires expresa en todo caso parcelas de una realidad vivida que necesita ser verificada. De ahí quizásesos cabos que no terminan de anudarse en una existencia, donde probablemente el entusiasmo debió imponerse a la fatiga. Actitud acaso festejada en El pasajero... con una atmósfera circense que incluye rutinas (de clowns, acróbatas, malabaristas y diábolos de fuego) y secuencias musicales inspiradas en el cabaret literario. Si bien el gusto por lo fragmentario enmaraña un tanto el recorrido, el montaje resulta siempre atractivo, sea por los aciertos técnicos o por la exigida y lograda actuación del elenco. El exilio es otro de los elementos incluidos en el itinerario de este Ulises escritor. Un exilio que es también huida interior, condiciona una escritura a distancia y una vida de carencias y vanos anhelos, como los de reconciliarse con la familia, con una amante abandonada o un hijo al que antes nunca se quiso reconocer como propio. En este pasaje hacia la muerte, presentado festivamente como un simulacro por la comparsa de El pasajero..., queda incluso espacio para otro intento: desenmascarar los mecanismos teatrales. El director embarca en ese empeño a la totalidad del elenco, permitiendo a cada integrante lucirse individualmente, pero subordinando el trabajo a la totalidad de una puesta que gira en torno de un Ulises que requiere ser �reinventado� -.tal como se dice en la obra� por quienes lo conocieron. Un personaje que cree haber �envejecido en los espejos� y no abraza precisamente un ataúd sino su memoria. Que debe trasponer un hueco, acaso la entrada a un mundo paralelo, virtual, o un espejo en negativo tal vez, donde, como el viajero de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, advierte lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido ni tendrá.
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