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El arte de armar grupos de jazz
que toquen sobre la cuerda floja

Miles Davis y John Coltrane tocaron juntos entre 1958 y 1961. Seis CDs reúnen lo que grabaron para Columbia, incluyendo 90 minutos inéditos.

Davis, Coltrane y Evans: tres en equilibrio inestable.
La tensión entre ellos produjo una música única y genial.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Hubo una vez un recital al que se consideró un fracaso. Y un disco, con la grabación del concierto, que fue unánimemente señalado como un despropósito. Las críticas, por supuesto, tenían razón. Pero el disco se convirtió en uno de los más geniales de la historia del jazz. Y también para eso había buenas razones. Miles Davis siempre eligió saxofonistas con los cuales su estilo contrastaba. Ni Parker (que lo eligió a él, en realidad), ni Rollins, ni Coltrane, Mobley, George Coleman o Wayne Shorter se parecían e Miles en su manera de tocar. Pero el delicado manejo de esa tensión era una de las características que hacía únicos a los grupos del trompetista. Había algo de caminata sobre la cuerda floja. Todo podía ser explosivo, y a veces lo era. Todo podía caerse y romperse en pedazos. Y a veces lo hacía.
En el sexteto más importante de los años �50 tocaban juntos dos músicos de naturaleza casi opuesta: Miles y Coltrane. También había un saxofonista de técnica deslumbrante, fraseo tan explosivo como sutil y estilo diferente del de ambos, Canoball Adderley. Y había, además, un gran malentendido llamado Bill Evans: un blanco viajando de polizonte en un proyecto de la negritud y metiendo de contrabando armonía francesa de principios del siglo XX (Fauré, Ravel, Debussy) disfrazada de primitivismo africanista. La cuerda floja funcionó una vez (y cómo) en Kind of Blue, el álbum más canonizado del jazz, el más consensuado y, en muchos sentidos, el más significativo de su corta historia. Pero el mejor disco resultó el otro, el fallido. 
La actuación había sido en el Festival de Newport, en 1958. Coltrane hacía sus solos sin tener en cuenta lo que antes había tocado Adderley y sin rescatar uno sólo de sus motivos o ideas rítmicas. A Coltrane, además, había que pararlo a palos. Jimmy Cobb, en la batería, tocaba demasiado fuerte. Davis hacía lo suyo, lo de siempre, y Evans intentaba, en el medio del descalabro, delicadezas armónicas que nadie oía. ¿Y qué es lo que tiene de genial esa sesión en la que faltan una a una todas las virtudes que hacen grande a un grupo de jazz? Precisamente eso. Y, desde ya, la lectura que permite el paso del tiempo. Hoy se sabe cuáles fueron los caminos posteriores tomados por cada uno de ellos. Cada uno de ellos fue un fundador de un estilo. Y en la grabación de esa actuación puede verse, actualmente, algo imposible de ser percibido en el momento: esa cualidad de fermento, de potencia no domesticada, de energía dispuesta a dispararse en direcciones divergentes. Algo así como la privilegiada contemplación del exacto momento del big-bang (que nadie dijo que fuera lindo ni que sonara bien). Esa sesión, en todo caso, nuclea de manera casi perfecta lo que fue la unión creativa de Davis y Coltrane. O, si se prefiere, es el inevitable yin de un yang inigualable llamado Kind of Blue. 
La maravillosa caja que acaba de editar Sony con todas las grabaciones realizadas por Davis y Coltrane para el sello Columbia abarca, desde ya, mucho más que esos dos extremos de radicalidad flagrante. Los seis CDs lujosamente presentados, con una remasterización sonora superlativa y un libro que, además de ser bello, ofrece información completísima acerca de cada sesión de grabación, incluyen no sólo todos los discos existentes hasta el momento (y los temas no editados en su momento, pero publicados más adelante como parte de antologías) sino 18 tracks totalmente inéditos, lo que suma aproximadamente una hora y media de música de Davis y Coltrane que no se había escuchado nunca. No hay una sola nota que sobre. No hay un solo sonido que falte. Si, como en aquella película de Woody Allen, se trata de hacer una lista de las cosas por las que la vida vale la pena, este álbum debería ocupar allí un lugar privilegiado.

 

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