Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Una peculiar campaña contra la
pena de muerte llega a nuestro país

George White integra un grupo que reúne a familiares de víctimas de asesinatos que se oponen a la pena capital. Juntan firmas en todo el mundo para suspender las ejecuciones.

George White fue acusado por la muerte de su esposa, pero luego se demostró su inocencia.
�Entendí que una persona podía ser acusada y condenada a muerte por algo que no había hecho.�


Por Eduardo Videla

t.gif (862 bytes) La mayor cruzada mundial contra la pena de muerte ya llegó a la Argentina, de la mano de una asociación que reúne, paradójicamente, a familiares de víctimas de homicidios y, también, de condenados a muerte.
�La ejecución de un homicida no previene el crimen, sólo continúa el círculo de violencia�, dice George White (50), miembro de Murder Victims Families for Reconciliation, de los Estados Unidos. White llegó a Buenos Aires como parte de una campaña conjunta con Amnesty International y la comunidad católica de San Egidio para reunir 10 millones de firmas en todo el mundo a fin de suspender la aplicación de la pena de muerte en aquellos Estados donde se aplica. La asociación que integra fue fundada en 1976 y desde entonces ha logrado reunir a unos 8000 integrantes en los Estados Unidos. Antes de participar de mesas redondas en la Feria del Libro, la Facultad de Derecho de la UBA y la Fundación Navarro Viola, White dialogó con Página/12.
�Por una cuestión emocional, los familiares de las víctimas suelen ser los primeros en pedir la pena de muerte. ¿A partir de qué circunstancia ustedes se oponen?
�Si matar es malo, está mal que como sociedad demos como respuesta legal matar al otro. Entiendo los sentimientos de ira, la sed de venganza. Yo también tuve esos sentimientos cuando mi mujer fue asesinada. Son respuestas normales de un ser humano. Pero hay una gran diferencia entre los sentimientos y los hechos. Comprendí que estos sentimientos de ira no estaban afectando al asesino de mi mujer sino que me afectaban a mí. Yo deseaba la muerte para ese hombre. Pero después entendí que la pena de muerte es una promesa falsa de reparación: tomar la vida de otra persona no cura para nada mis sentimientos heridos, no me va a devolver a mi mujer. Solamente continúa el círculo de violencia. La pena de muerte no para el crimen, no lo previene.
�¿Qué ocurrió para que usted cambiara de opinión?
�Pasaron muchas cosas. Yo fui acusado por el asesinato de mi esposa, estuve dos años y medio en prisión. Y recién siete años después se encontraron pruebas de mi inocencia. Entendí entonces que una persona podía ser acusada y condenada a muerte por algo que no había hecho, y podía ser perfectamente ejecutado. Pero no fue este hecho lo que determinó el cambio. Mis hijos habían perdido a su madre, y el Estado les decía que su padre era el asesino. Pero la respuesta de mis hijos fue que ellos seguían amándome. Además, empecé a ver cómo la pena de muerte era aplicada en forma imperfecta. Y que las personas que están en el corredor de la muerte son personas pobres, enfermos mentales...
�¿Usted mismo pudo ser un condenado a muerte? 
�Pidieron para mí la pena de muerte, pero fui condenado a prisión perpetua. Creo que la verdadera razón de esa sentencia fue mi color de piel. Me di cuenta de eso después: el jurado estaba integrado por blancos, que me vieron como a uno de ellos. Ese es el problema de la pena de muerte en mi país: la raza de la víctima es lo que determina si a un condenado se le aplica esa pena. Si un negro mata a un blanco, tiene 12 veces más posibilidades de ser ejecutado.
�El Estado justifica la pena de muerte afirmando que se aplica a personas que son irrecuperables. ¿Qué le responde a esto? 
�Entre el 60 y el 70 por ciento de la opinión pública en mi país dice que está a favor de la pena de muerte, pero esto sucede cuando se hace una sola pregunta. Cuando se pregunta si es posible una alternativa a esa pena, el 57 por ciento dice que sí. Es un problema de educación pública. Los políticos, en mi país, creen que la forma de ganar y ser elegidos es poniendo mano dura. Ofrecen la pena de muerte como una solución simple para un problema complejo. Y no es tan simple. Hay otras alternativas por las cuales hay que trabajar.
�¿Ustedes proponen otras alternativas? 
�Una sentencia larga de prisión, sin libertad bajo palabra. Que en la cárcel tengan posibilidad de trabajar, con un salario, que se distribuya en parte entre los que están en la cárcel, entre las familias que tienen que mantener, y se destine una parte a los familiares de las víctimas. La mejor medida para evitar los crímenes es la prevención. Todo lo que estamos sugiriendo no es simple, requiere un cambio radical en mi país y en otros países.
�¿Qué se necesita para cambiar la legislación en los Estados donde la idea de la pena de muerte está muy arraigada?
�Se necesita más educación, darle a la gente mejor información. La mayoría de la gente en mi país sabe de la pena de muerte lo mismo que yo sabía hace 15 años. Yo me informaba por la televisión y los diarios, y sabía muy poco sobre el funcionamiento de este sistema y sus fallas. Creo que tenemos un buen sistema judicial, pero cometemos errores. Es equivocado pensar que es perfecto. Y justamente, para cambiar, necesitamos ayuda. Necesitamos compartir información con otros países. Esa es la razón por la que estoy acá. Y por eso estamos haciendo esta campaña por una moratoria de la pena de muerte. Su país no tiene la pena de muerte, pero la podría tener. Cuando sucede una crimen terrible, las personas se inflaman y entonces se escucha decir que debemos tener la pena de muerte. Los sentimientos afloran, pero es necesario usar la mente. 
�El terreno no parece fértil: recientemente, una campaña de Benetton contra la pena de muerte generó resistencia y hasta un boicot de empresas norteamericanas.
�La campaña de Benetton es controvertida. Pero el hecho de que una empresa importante tome una posición en este sentido es muy positivo: a veces es más fácil cerrar la boca. El boicot fue realizado sólo por algunas compañías. Benetton sufrió críticas, pero creo que actuó en la dirección correcta. Necesitamos gente que corra ese riesgo. 
�La participación de familiares de las víctimas como testigos de las ejecuciones, en algunos estados ¿no implica una cuota de sadismo?
�Es lo que quieren hacer muchos de los familiares de las víctimas. Muchas veces, hablan ante las cámaras para decir que su dolor ya fue reparado. De todas formas, esa ejecución no tiene nada que ver con los sentimientos que tienen que ser curados. El dolor siempre permanece.
�¿Qué espera de la campaña de recolección de firmas?
�Nos da mucho coraje que en aquellos países donde no hay pena de muerte hagan esfuerzos por ayudarnos. Estados Unidos es un país arrogante, que comete errores. Y cuando hacemos algo mal, necesitamos que nuestros amigos nos lo digan. Creo que la pena de muerte es uno de esos errores. Puede parecer insignificante poner una firma en un papel, pero recolectando millones de firmas los gobiernos pueden prestar atención al tema.
�¿El verdadero culpable del crimen de su esposa está preso? 
�No, el caso todavía está abierto y la policía sigue buscando al verdadero asesino. Hay muchos asesinatos que no están resueltos en mi país. Esta es otra de las razones por la que pensamos que la plata que se gasta en la pena de muerte debe ser invertida en prevención.


Los que cambiaron de bando

Hay casos emblemáticos en la Asociación de Familias de Víctimas de Homicidios por la Reconciliación. Como el de Ron Carlson, de Texas, que en 1983 pedía la pena de muerte para los asesinos de su hermana, Deborah. Pero siete años después perdonó a los criminales, Carla Tucker y Daniel Garret, que habían sido condenados a muerte, y comenzó a trabajar por la conmutación de la pena. No lo logró, pero el día de la ejecución de Carla se sentó junto a los familiares de la condenada, lo que le valió la enemistad de los suyos. �El mundo no es mejor ahora que la han ajusticiado�, dijo entonces. 
Más dramático es el caso de Darin Routier, también en Texas. Dos de sus hijos fueron asesinados a puñaladas y su mujer, Darlie, fue condenada, acusada por el crimen. Ahora espera en el pasillo de la muerte. �Nosotros somos las víctimas, nos harán sufrir aún más. Mi mujer es inocente�, clamó Darin.
Otro de los miembros de la Asociación, Bill Pelke, de Indiana, también pedía la pena de muerte para Paula Cooper, una chica de 15 años que mató de 33 puñaladas a la abuela de él, en 1985. Un año después, cuando la adolescente fue condenada a muerte, Bill comenzó a visitarla en la cárcel y a luchar para que le salvaran la vida. El caso provocó gran repercusión internacional: se recolectaron más de un millón de firmas para pedir clemencia. Finalmente, la pena de Paula fue conmutada a 60 años de cárcel. 

Recolección de firmas

La campaña internacional Moratoria 2000 aspira a reunir 10 millones de firmas para pedir la suspensión de la pena de muerte, que serán entregadas a principios del 2001 en las Naciones Unidas. En la Argentina, se lleva a cabo desde ayer y hasta el lunes 8, inclusive, en la Feria del Libro. Los interesados pueden recurrir, además, a la delegación local de la Comunidad de San Egidio, en Humberto I 389, llamar al 4363-4019, o adherir por email a la dirección santegidio@org. La comunidad religiosa hará pública la campaña en las parroquias porteñas en el mes de julio. La adhesión también se puede hacer en la delegación local de Amnesty International. 

 

PRINCIPAL