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�CAUTIVOS DEL AMOR�, UN GRAN FILM DE BERNARDO BERTOLUCCI
Cuando un maestro vuelve a su forma

Dos notables películas europeas, �Cautivos del amor�, de un Bertolucci inspirado como en su mejor época, y �Todo comienza hoy�, con el francés Bertrand Tavernier convertido en crudo cronista social, encabezan una semana pródiga en novedades que hacen de la cartelera un virtual nuevo festival de cine.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Hacía mucho tiempo que Bernardo Bertolucci �sin duda uno de los grandes cineastas europeos surgidos en los años 60� no ofrecía un film de la belleza, la sencillez y la libertad de Cautivos del amor. Bien lejos de los fastos de El último emperador, de vuelta de los escenarios exóticos de Refugio para el amor, en los antípodas de las ambiciones místicas de Pequeño Buda, la nueva película de Bertolucci marca el regreso del director italiano a su mejor forma, a los tiempos de obras maestras como La estrategia de la araña y El conformista, cuando no cargaba con el peso abrumador de una superproducción a sus espaldas. Concebido originalmente para la televisión, a partir de un relato del escritor británico James Lasdun, Cautivos del amor es un pequeño film de cámara con apenas dos personajes, aislados en un viejo caserón del centro histórico de Roma, la historia un hombre y una mujer cuyas enormes diferencias �sociales, raciales, culturales� no hacen sino acercarlos, en un movimiento de curiosidad mutua, en busca del misterio. 
El (David Thewlis) se llama Kinsky y es un pianista de origen incierto, que vive recluido en su propio mundo, sin contacto con el exterior. Ella, Shandurai (Thandie Newton), es una refugiada política africana, que espera el reencuentro con su marido, mientras se paga sus estudios en Italia cuidando la casa. Allí hay una historia de amor, pero a diferencia de Ultimo tango en París �una película de la cual Cautivos del amor tiene algunos ecos, pero también diferencias profundas� la sensualidad del film está implícita, se encuentra en la textura casi palpable de la imagen, en la emoción que son capaces de provocar sus movimientos de cámara, en la forma en que Bertolucci ha coreografiado toda la película, como si fuera un musical. 
En su escasa hora y media de duración, el film casi no tiene palabras, ni las necesita. Un pentagrama con una única anotación (un signo de pregunta: �?�) es la primera señal que Kinsky le envía a Shandurai. A partir de allí, como si no quisiera perder tiempo en preámbulos, la película no tarda nada en exponer la torpe, apresurada declaración de amor de Kinsky. Ella lo rechaza y él, desesperado, le pregunta qué debe hacer para que ella lo ame. �¡Sacá a mi marido de la cárcel!�, le responde Shandurai, pensando que pide lo imposible. Lo que sigue será la manera que encuentra Kinsky de ser feliz, que es haciendo feliz a la persona que ama.
En una progresión narrativa de una sutileza exquisita, Shandurai, en sus tareas domésticas diarias, va descubriendo, no sin sorpresa, la paulatina desaparición de los cuadros, alfombras, tapices y objetos artísticos que habitaban junto con ellos la vieja y noble casona, casona que es casi un personaje más del film, un cuerpo que ambos van recorriendo de arriba hacia abajo, en todos sus pliegues. Ese despojamiento, que Kinsky lleva a cabo como un renunciamiento material pero también como una forma de acercarse a Shandurai �despojarse de una idea de la belleza para intentar conocer otra distinta� refleja también el despojamiento que se impuso Bertolucci para su film.
No deja de ser emocionante comprobar en qué medida el director también se va desnudando, se va liberando de su equipaje más pesado, para volver a sentir el placer de filmar como en su primer comienzo. Hay algo profundamente personal en Cautivos del amor como hacía años no había en su cine, como si Bertolucci se hubiera dedicado la película a sí mismo, a repensar su relación con el cine y con la realidad. El solo hecho de haber prescindido de su iluminador habitual, el consagrado Vittorio Storaro, cada vez más recargado y manierista, y haberlo reemplazado por un joven desconocido (Fabio Cianchetti), le proporciona a la película una vibración completamente nueva en la obra de Bertolucci. 
De pronto, la vida parece volver a irrumpir en su cine, de la misma manera en que un rayo de luz atraviesa violentamente una ventana de esa casa en sombras, o una ráfaga de viento vuela unas partituras (¿el guión?) y las desparrama despreocupadamente por el piso. Una toma simplemente parece llevar a la otra, con la misma naturalidad y soltura con que, en la banda de sonido, una sonata para piano de Bach se funde con los ritmos tribales de Papa Wemba y Salif Keita. Es más, cuando en algún momento Bertolucci decide filmar un plano detalle de una de esas partituras, aquello que se alcanza a leer en el pentagrama es la indicación leggieramente, como si fuera no tanto una señal para el pianista como para sí mismo, para recordarse la necesidad de recobrar la ligereza, la levedad en la ejecución. 
Ese desprendimiento de todo lastre que se propone Bertolucci, esa liberación del peso de su propio pasado, lo lleva a realizar un film abierto, que es puro presente, como sus personajes, de los que no se sabe casi nada que no sea aquello que están viviendo, momento a momento, hasta el instante final, cuando de pronto Roma (que hasta entonces había permanecido casi oculta) expone un nuevo amanecer y con él toda la prodigiosa incertidumbre que la vida tiene para ofrecer cada día. 

 


 

Un retrato cinematográfico del capitalismo más salvaje

Por Horacio Bernades

Bajos salarios, desempleo, recortes de fondos oficiales, alcoholismo, deserción escolar, violencia familiar, delincuencia infantil, reconversión económica. Y todo eso, ocurriendo no a la vuelta de la esquina o a unos kilómetros de distancia, en los barrios o las zonas más pobres, sino en Francia, pleno corazón del Norte más desarrollado y opulento. En una primera instancia, lo que Todo comienza hoy tiene para comunicarle al público argentino es que el capitalismo es casi tan salvaje allá como aquí, aunque habitualmente se piense lo contrario. Y esto no sirve precisamente de consuelo, sino que funcionará en tal caso como realimento para la conciencia política del espectador local.
Notorio exponente de la renovada corriente de realismo social y político que atraviesa el cine francés, el film más reciente de Bertrand Tavernier es una nueva manifestación de la voluntad de intervención directa que siempre caracterizó buena parte de su obra, desde la inicial El relojero de Saint Paul (1974) hasta la reciente La carnada (1995), pasando por El juez y el asesino (1975) y la aquí inédita L. 627 (1993). Premiada por la crítica y el jurado ecuménico en el Festival de Berlín, ganadora del premio del público en San Sebastián, el centro de Todo comienza hoy no es la fábrica o la política misma, localizaciones frecuentes en el cine social de cualquier origen, sino la escuela, espacio comunitario que, a pesar de su carácter nodal, por alguna razón o prejuicio el cine no suele frecuentar. El corazón del nuevo film de Tavernier es una escuelita con nombre y apellido: el colegio Lagrange, ubicado en Hernaing, localidad de siete mil habitantes de la región de Valenciennes, en el norte de Francia. Hay en Todo comienza hoy una vinculación bien directa con lo real. No sólo en términos temáticos sino, más concretamente, por el hecho de que el realizador eligió filmar su historia en la propia escuela en que se ubica la ficción. Más aún, Dominique Sampiero, uno de los guionistas (los otros son el propio Tavernier y su hija Tiffany), es docente, y volcó en el film sus experiencias personales. Por si esto no bastara para anclar el film en lo real, Tavernier trabajó con unos pocos actores profesionales, dejando buena parte de los secundarios en manos de no profesionales, muchos de ellos gente del lugar. El protagonista de Todo comienza hoy es Daniel Lefebvre, director del colegio Lagrange, papel que el realizador de La carnada confió a uno de sus actores de confianza, Philippe Torreton, quien había protagonizado ya la anterior Capitán Conan. Y que aquí vuelve a estar magnífico, como este director de escuela que se niega a comportarse como un mero funcionario. 
No conforme con ejercer las funciones de maestro, administrador escolar y referente comunitario, este batallador todo-terreno no le hace ascos, cuando es necesario, a la tarea de asistente social. Hasta puede ejercer, como él mismo señala en algún momento no sin ironía, rol de �babysitter�. Otra vez, en esta acumulación de responsabilidades propias y ajenas, el público local no podrá dejar de asociar a Lefebvre con tantos sufridos maestros argentinos. Alrededor de Daniel y funcionando como evidente microcosmos social, orbitan los niños y sus familias, los maestros, asistentes y funcionarios y, refugiados en sus protegidos gabinetes, funcionarios, secretarios y ministros. Relato atravesado por una multiplicidad de otros relatos férreamente atados por la mano firme de Tavernier, allí está también la esfera de lo íntimo, representada por los padres y la novia del protagonista, y el hijo de ésta. Que, cerrando de alguna manera el círculo del film, le exigirá al protagonista poner a prueba su condición de educador allí donde es más difícil, por lo cercano. 

 


 

Un manual de acceso al mundo de Andy Kaufman

Con �El mundo de Andy�, protagonizada por Jim Carrey, Milos Forman vuelve al universo de los freaks y marginales del �show business� de EE.UU. 

Jim Carrey como Andy Kaufman, como Elvis Presley, tres personajes de la cultura pop de EE.UU.

Por H.B.

El mundo de Andy empieza como ninguna película sería capaz de hacerlo: con el protagonista echando a los espectadores, yéndose él mismo y dejando la pantalla vacía, mientras corren los títulos finales. ¿Una película que empieza terminando? Tal vez no haya mejor manera de ponerse a la altura de Andy Kaufman (1949-1984), uno de los tipos más inasimilables para el show business en décadas. El problema es que no hay cómo sostener semejante comienzo. El mundo de Andy debe necesariamente empezar después de amagar terminar, y allí se vuelve una película �normal�. Aun así, al film más reciente de Milos Forman (quien ganó por él, para sorpresa de muchos, un Oso de Plata en la última edición del Festival de Berlín) le basta con ser algo así como un �Manual Práctico de Iniciación a la Kaufmología� para resultar de visión obligatoria. 
El mundo de Andy representa el tercer paso de los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski en su saga reivindicatoria de todos los freaks del show business. Primero fue Ed Wood; luego, Larry Flynt, el nombre del escándalo (primer trabajo del dúo para Forman); ahora Kaufman. Como en las anteriores, el héroe es aquí un Quijote entusiasta e irresponsable, que lucha contra los molinos de viento de la sociedad en compañía de fieles escuderos: el productor Paul Shapiro (Danny De Vito, productor de la película y ex compañero de Andy en la serie �Taxi�), su coequiper Bob Zmuda (excelente Paul Giamatti) y su novia Lynne (Courtney Love). Como en aquellas películas también, Alexander & Karaszewski se preocupan menos por redondear un personaje coherente que por pintarlo con los colores más extravagantes. El tipo se presenta por primera vez en escena armado exclusivamente del equivalente de un Winco y vocalizando cada tanto la canción del �Superratón�. De allí en más, se lo verá usando moquitos de chasco en cenas de gala, practicando �catch intersexual� en el barro, metiendo dos prostitutas en medio de una sitcom televisiva, leyéndole, completa, El gran Gatsby a un público que fue a reírse. Y componiendo, sobre todo, a ese inmigrante de pronunciación improbable, aspecto lunar y ojos azorados que es el genial Latka o desdoblándose en Tony Clifton, el más desagradable de los crooners decadentes.
Milos Forman, cuyo tema suele ser, también, el combate de un �diferente� contra los �normales�, con Atrapado sin salida como paradigma, por suerte esta vez prefirió un medio tono amable antes que la épica obvia y chillona. Pero El mundo de Andy tiene dos héroes, que son uno: el propio Kaufman y Jim Carrey, cuya entrega al papel y capacidad de mímesis rozan lo asombroso y obligan a un nuevo cuestionamiento a la Academia de Holly- wood, que volvió a ignorarlo en los últimos Oscars. Gracias a Kaufman/Carrey, El mundo de Andy se llena de momentos memorables. Desde su negativa, en vivo, a actuar en un programa de tevé, hasta el show final en el Carnegie Hall, incluida la invitación a una leche con galletitas para todo el mundo. Y sobre todo cada una de sus actuaciones, cada silencio incómodo, cada salida demente. Film-despedida en el que participaron muchos de quienes lo conocieron, gozaron o padecieron, El mundo de Andy es lo que debía ser: un emocionado homenaje a la memoria de Andy Kaufman, genio cómico, dadaísta espontáneo, performer-bonzo. 

 


 

�ENAMORADO�, DE SAMI RAIMI, CON KEVIN COSTNER
Un interminable partido de béisbol

Por L.M.

Con Un plan simple �un film noir que funcionaba a la manera de un desolador cuento moral� el realizador Sam Raimi dio un giro de 180 grados con respecto de su obra anterior (desde Darkman hasta The Quick and the Dead), donde había demostrado ser un cineasta indudablemente talentoso, pero de un exhibicionismo patológico con la cámara. Lo que entonces pudo entenderse como un gesto de madurez �por la transparencia de una puesta en escena al servicio exclusivo de los personajes� hoy a la luz de Enamorado sólo puede leerse como el primer paso de su decisión de demostrarles a los grandes estudios de Hollywood su disponibilidad como amanuense apto para cualquier servicio, como este vulgar vehículo de lucimiento para una estrella �Kevin Costner� dedicada a celebrarse a sí misma como icono de la cultura popular norteamericana. 
Casi la totalidad de las dos horas quince minutos que insume la película está dedicada a un crucial partido de béisbol en el cual el personaje de Costner �con una permanente música elegíaca de fondo� se despide de su amado equipo luego de una brillante carrera deportiva. Entre jonrones, bateos y carreras (incomprensibles para la mayoría de los espectadores locales), Costner recuerda momentos señalados de su vida, particularmente su romance con una periodista (Kelly Preston), a quien no le dedicó la atención que merecía. Para cuando termine el partido, no sólo saldrá de la cancha en andas, como un héroe, sino que además habrá recapacitado sobre su situación sentimental. Como en un mal tango, irá corriendo en brazos de la mujer que antes dejó escapar, para no tener que pasar su retiro demasiado solo.

 

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