Por Eduardo Febbro
Desde París
Los grandes muertos de la historia francesa tienen una posteridad muy activa. Luego de que hace unas semanas un análisis genético resolviera el enigma histórico que durante siglos rodeó la identidad de un presunto hijo de Luis XVI y María Antonieta, ahora le ha tocado el turno a Napoleón de salir de su tumba para certificar que no murió de muerte natural. Según las conclusiones presentadas ayer en el curso de un coloquio organizado por la Sociedad Napoleónica Internacional, el célebre emperador falleció a los 51 años, envenenado con arsénico. Al igual que el misterio sobre el hijo de Luis XVI, las causas de la muerte de Napoleón generaron centenares de libros, debates, programas de televisión y trabajos especiales con el fin de saber si el emperador francés había pasado al más allá empujado por una mano enemiga o simplemente víctima de una enfermedad. La historia oficial retuvo hasta ayer la segunda hipótesis: la tradición histórica siempre arguyó que Napoleón Bonaparte había muerto en la Isla de Santa Elena -.Atlántico sur� de un cáncer de estómago.
Pero la ciencia viene hoy a corregir la interpretación asegurando sin ambigüedad alguna que el dirigente francés sucumbió bajo los efectos del veneno. Científicos, toxicólogos y médicos analizaron el ADN de los cabellos de Bonaparte y examinaron bajo la lupa y con los medios actuales los informes médicos y la autopsia del Emperador. El fallo es unánime: arsénico masivo. Frente a semejante batería de recursos, la historia oficial aparece corregida, tanto más cuanto que testigos contemporáneos habían afirmado que en el momento de su muerte Napoleón estaba gordo mientras que la autopsia sólo mencionaba la presencia de una úlcera �benigna�.
De hecho, los científicos no aportan una nueva tesis sino que dan cuerpo a una insistente sospecha. La idea de un envenenamiento fue evocada muchas veces luego de que se descubrieran huellas de arsénico en los cabellos de Bonaparte. Pero los partidarios de una �muerte natural� impugnaron esa tesis diciendo que la presencia del arsénico se explicaba por el producto utilizado para conservar los cabellos o por la pintura verde imperio de su habitación, en cuya composición había una gran dosis de arsénico. Sin embargo, lo que se demostró ayer en París mediante los análisis es que el arsénico provenía de una importante ingestión y no de una aplicación externa. Otro argumento de peso que apuntala el del envenenamiento es el estado del cuerpo: Napoleón Bonaparte fue inhumado 20 años después de su muerte y su cuerpo estaba intacto mientras que la ropa del emperador estaba totalmente destruida. El profesor Maurice Guénito, ex presidente de la Academia de Medicina, alega al respecto que �resulta difícil pensar en otra cosa que no sea una intoxicación con arsénico para explicar el grado de conservación del cuerpo�. El FBI, el laboratorio nuclear británico de Harwell y el laboratorio de toxicología de la Prefectura de París certificaron al unísono que fue el arsénico el que provocó la muerte.
El lector ajeno a estas peripecias históricas puede encontrar extraña semejante movilización internacional con vistas a penetrar los arcanos de la muerte de Napoleón. Pero el caso de Bonaparte es muy particular, tanto más cuanto que a su ya singular trayectoria se le agrega la eterna rivalidad entre británicos y franceses. Napoleón murió en la Isla de Santa Elena deportado por los británicos y quienes defendieron la tesis del envenenamiento siempre sospecharon que alguna mano de su graciosa majestad estaba detrás de la muerte. La ciencia no dice quién sino cómo y ahora les corresponde a los historiadores identificar al �envenenador�. El primer �culpable� que se presenta en el camino es el británico Hudson Lowe, gobernador de la Isla de Santa Elena. Pero hay otros sospechosos más, esta vez franceses que compartieron el destierro con Bonaparte y que, resultaobvio, lo traicionaron. Con todo, las certezas de la ciencia no convencen a todo el mundo. El reconocido historiador Jean-Paul Kauffmann, autor de un libro sobre los últimos meses de Napoleón, afirma que Bonaparte murió �envenenado por los miasmas de su gloria difunta, por una melancolía más tóxica que todos los cianuros, por una tristeza que se lo tragó cada día con más fuerza que cualquier ácido�.
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