Por Alfredo Grieco y Bavio
El triunfo de las socialdemocracias en Europa en la década de 1990 trajo una consecuencia indeseada pero previsible y aun prevista: el renacimiento de las derechas populistas. El caso más espectacular fue la llegada al poder en Austria del partido neonazi de Joerg Haider. Las últimas elecciones regionales italianas demostraron el avance conjunto de la derecha mediática de Berlusconi, del posfascismo de Fini y del neoseparatismo nórdico de Bossi. El ejemplo de Haider, con su sarcástico desprecio por el discurso vistosamente humanitario de la Unión Europea, ha sido un fermento en todo el bloque ex soviético. La reacción de izquierda se ha hecho esperar más. El triunfo casi plebiscitario de Ken el Rojo, el disidente laborista, en las elecciones de ayer en Londres es el primer caso con una clara resonancia europea.
Ken Livingstone representa, más acá de que realmente encarne, los valores del viejo laborismo británico, que el nuevo laborismo de Tony Blair ha demolido o esquivado desde su victoria contra el conservador John Major en 1997. Ken quiere que la metrópoli financiera esté gobernada por su población, a través de sus instituciones, antes que por las empresas, o por las empresas que detesta. Quiere depurar a la policía londinense de la minoría racista y corrupta que está en su núcleo duro. Quiere que la capital británica esté menos orientada a las clases medias yupificadas o yupificables, y más hacia los pobres y demás grupos con fuertes desventajas relativas.
La tolerancia de la pobreza, e incluso la culpabilización de pobres y desempleados, está entre los rasgos menos elogiados de la política y las políticas que enarbola la Tercera Vía que tiene en Blair a su profeta. Pero a los atractivos que suma entre los laboristas históricos (es por ello el candidato de los jubilados), Ken el Rojo añade su abogacía por los movimientos sociales aliados de la nueva izquierda de los 70, por ambientalistas, gays y lesbianas, o inmigrantes (y es por ello el candidato de las minorías). Algo que los votantes saben que hizo, hasta que la premier conservadora Margaret Thatcher disolvió en 1986, el Greater London Council (GLC) y vendió las oficinas de Ken a la empresa japonesa Shirayama Shokusan.
En suma, la campaña de Ken significó una apología del Estado de bienestar y una demanda de la extensión de sus beneficios hasta donde éstos no llegan. Porque Blair ha reiniciado la crítica del providencialismo estatal, y la ha retomado donde Thatcher la había abandonado. Dentro de Europa Occidental, es en Francia donde el rol del Estado no ha sufrido cuestionamientos, y donde la respuesta al desempleo fue la ley de las 35 horas, que el gobierno de izquierda �plural� parece más sólido, y donde la extrema derecha no ha crecido. En Alemania, Gerhard Schroeder ha llevado adelante una política también declaradamente de Tercera Vía. Pero Schroeder también ha debido advertir sobre los peligros de una �haiderización� de la política alemana, alentada además por los escándalos de la democracia cristiana. La oposición de izquierda en Alemania estaba dentro del mismo partido socialdemócrata en el gobierno, en la persona de Oskar Lafontaine. Pero �el peligro más grande de Europa�, como lo llamó el Times de Londres, fue depurado por Schroeder en las primeras semanas de gobierno. Hoy Lafontaine hace comerciales de yogur por televisión.
En todo caso, parece seguro que Ken gobernará con mayor radicalidad que Blair, pero mucho menor de la que esperan sus seguidores. En cuanto al euro, la moneda común europea, tiene la misma posición que su enemigo y ex correligionario Blair: aceptación y resignación. Todo parece anticipar que obrará con más pragmatismo que principismo: el Rojo Ken es más querido por sus votantes que entre quienes trabajaron con él. Después de todo, Livingstone tendrá que maniobrar entre el gobierno, de cuya financiacióndependerá en buena medida, y las 33 juntas municipales de la ciudad, que retendrán gran parte de su gestión en servicios públicos claves como sanidad o educación. Al menos en dos cosas los laboristas ya se salieron con la suya. El gobierno londinense se instalará a orillas del Támesis, en un nuevo edificio diseñado por el arquitecto Norman Foster. Y el GLC ha sido rebautizado Greater London Authority (GLA), que sin duda suena más solemne, y menos municipal.
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