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Un fantasma electrónico recorrió el Congreso Internacional de Editores, que acaba de concluir en Buenos Aires. Un cuarto de siglo después de que el español Juan Grijalbo negociara ¡por carta! los derechos de publicación de El padrino, los tiempos han cambiado y la figura clásica del editor parece tambalearse ante el avance globalizador de las fusiones. Mientras tanto, un nuevo autor se suma a una maraña de redes e hipertextos, y un lector capaz de recibir texto, imágenes y sonidos a la vez asoma en el horizonte inmediato. Más aún: Jerome Rubin, Joseph Jacobson del Instituto de Tecnología de Massachusetts, y Steve Stone, de un área de investigación de Microsoft, anunciaron al finalizar el Congreso que está avanzada la investigación para que en el próximo lustro lleguen al mercado los �libros electrónicos�. ¿De qué se trata un libro electrónico? En principio, de un ejemplar construido en material flexible que contiene, en forma virtual, una biblioteca. No son de aquellos denominados �libros� para leer en pantallas especiales, que ya se consiguen en Estados Unidos. El nuevo producto será un ejemplar encuadernado, hecho de papel sensible, o materiales flexibles semejantes, con un microchip que se conecta a Internet, donde se recargará. El lector verá páginas blancas, que se llenarán de textos apretando botones que estarán en el lomo. Para comprar un nuevo texto, el propietario deberá conectar el libro electrónico a una fuente de energía, que lo �imprimirá� allí para siempre. Los libros electrónicos podrán contener ilustraciones dinámicas. Actualmente, producir un libro electrónico con 10 ejemplares adentro cuesta 200 dólares, pero con el desarrollo del sistema, cuando pueden incluirse dentro de un ejemplar 100 o 1000 convencionales, los precios bajarán. A esa altura, cabrían bibliotecas completas en un solo tomo. Cuando los editores discurrieron sobre las pérdidas que la irrupción de la tecnología digital traerían al negocio tradicional del libro, Manfred Grebe, responsable del grupo Bertelsmann, reflexionó: �Hay que estar ahí, amigos�. Así, los editores tratan de aguzar el ingenio para no perder el tren. Ana María Cabanellas había rozado el tema en el discurso de inauguración del 26º Congreso de la Unión Internacional de Editores: la partida editorial se está jugando en los tableros de un nuevo ajedrez, y donde antes había restricciones, ahora el peligro es la excesiva facilidad de comunicar. Antes había que luchar con la censura, ahora es necesario lidiar con el pavor que produce el incontrolado viaje de los textos, la falta de barreras, los ataques indiscriminados a la propiedad intelectual. Esta gigantesca transformación del escenario editorial fue analizada en la feria por Roger Chartier, gran especialista europeo en hábitos lectores y en la historia del libro y director de estudios de Ciencias Sociales en L�Ecole des Hautes Etudes. Su conferencia, titulada �¿Muerte o transformación del lector?�, fue al tiempo una advertencia muy documentada y una sugerente reflexión, que debe ayudar a los editores a ocupar ese nuevo espacio que se abre con la edición electrónica. Primero, según Chartier, se certificó �la crisis de la lectura, la muerte del lector tradicional�. Luego se difundió el triunfo de la imagen, la pantalla, lo audiovisual. Pero todo es mentira, ya que Internet no supone la muerte del texto: al contrario, está lleno de letras. Malas, sin editar, sin corregir, en bruto casi siempre. Pero son letras, al fin y al cabo. Y parece probable que �lo manuscrito, lo impreso y lo digital siga conviviendo durante varios decenios�. El texto electrónico, planteó el francés, se extenderá sin remisión, y ocasionará un cambio radical en la producción, la comunicación, las jerarquías, la escritura y la lectura. �Los libros electrónicos organizan de una manera nueva la información, la relación entre lo que se muestra y lo que se esconde (la documentación, las fuentes), el orden de la argumentación, la lógica del discurso, la del contexto, pero también los criterios de las pruebas, de las notas a pie de página, de las citas.� Esa revolución convertirá a la lectura en un juego abierto, ecléctico, que involucra al lector/vidente en un complicado viaje. Ese mundo cambiante y veloz, señaló Chartier, acabará con el códice tal como se entiende desde el siglo IV, destrozará los géneros y la vieja secuencia carta-diariorevista-libro-archivo. Todo ello será sustituido poco a poco por el libro total, �un continuum duro de bautizar y al que será difícil ponerle la palabra fin, pues la comunicación inmediata entre el autor y los lectores, por correo electrónico, puede ampliar cada obra hasta el infinito�, llenándola de nuevos co-lectores, co-autores y co-editores, en una sucesión imparable.
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