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OPINION

Situaciones

Por J. M. Pasquini Durán

Por unanimidad, los pronosticadores adjudican la victoria a los candidatos de la Alianza en las elecciones de mañana en la Ciudad de Buenos Aires. En esta misma Capital, como en el resto del país, ayer fue un éxito la huelga nacional, la primera bajo el gobierno de la Alianza, convocada por dos de las tres centrales obreras existentes, con dimensiones que sobrepasaron las predicciones optimistas de sus organizadores, la CGT disidente y la CTA. Las dos situaciones, casi simultáneas, proponen una aparente contradicción. Lo mismo sucede si se comparan los altos índices de popularidad de Fernando de la Rúa con la escasa audiencia bonaerense, según las mediciones de rating, que siguió en la noche del jueves por Canal 7 el primer reportaje personal que concedió el Presidente a la televisión de alcance nacional. Son datos, fragmentos de la realidad, que se prestan para las simplificaciones, aun las más groseras, cada vez que se los computa por separado como si cada uno fuera la representación entera de la realidad, sobre todo cuando el análisis del conjunto se carga con sensaciones paranoicas.
La primera tentación equívoca es la sobrecarga dramática, terminal, de los significados. Ni el alcance de la protesta o el escaso interés televisivo permiten deducir que el Gobierno está acabado en la consideración popular. Tampoco al revés: la victoria electoral entre los porteños no autoriza a pensar que la Alianza dispone de la mayoría nacional a su antojo y que los protestantes puedan ser desconsiderados por el elenco gobernante. Estas versiones reduccionistas podrán ser expuestas por cada una de las partes como un recurso retórico para sostener los respectivos argumentos, pero cometería un grave error de juicio si alguno las asumiera como guía para diseñar el futuro. La realidad completa suele ser más compleja y matizada que el blanco y negro absolutos. Por suerte es así, porque eso indica que en la misma trama se entrelazan esperanzas potenciales tanto para los que buscan cambios como para los que prefieren resguardar lo establecido. Esa puja sobre el porvenir inmediato, para que sea igual o diferente, es la que contiene la contradicción esencial del momento, de la cual emergen a la superficie diferentes señales que desautorizan al escepticismo como la única y excluyente actitud posible.
Cuando el camionero Hugo Moyano anunció el paro general de ayer, cuando estaba en trámite de aprobación la reforma laboral en el Senado, sonó a exabrupto emocional preñado de despecho. Desató especulaciones diversas sobre la soledad del disidente y otras con presunciones de conjuras necias. El oficialismo declaró �incomprensible� a la medida y, por lo menos, una precipitación descerebrada e inmerecida contra el gobierno que está por cumplir los primeros cinco meses de un mandato de cuatro años. Los resultados desmintieron esas hipótesis, incluso la evaluación temporal. El Gobierno no debería percibir a la medida de fuerza como una declaración de guerra sino como la manifestación transparente de un estado de insatisfacción con una recesión económica que flagela al país desde hace más de un año y medio y con una agresiva tendencia a la injusticia social que hace destrozos desde hace varios años. 
En lugar de insistir a coro sobre la intencionalidad �política�, es decir partidaria, de la huelga, el oficialismo debería hacerse cargo sólo de la advertencia popular acerca de la necesidad de apurar las medidas que lleven consuelo a tanto sufrimiento. Mientras las venturas y desventuras de la macroeconomía no consigan modificar la realidad en favor de los pobres, de los que no saben si hoy van a comer o si sobrevivirán al frío y a la lluvia. Como lo advirtió el sábado pasado el titular de Caritas, el obispo Jorge Casaretto, la pobreza ya no soporta más parches. Puede ser criticada la violencia de un puñado de manifestantes que atacó a la ministra Graciela Fernández Meijide en Tierra del Fuego, pero la violencia rencorosa elige objetivos con discrecionalidad porque surge de la convicción de haber sido abandonados por los ocupantes del poder que no les alcanzan solidaridad efectiva para sus males, sin importarles el partido al que pertenezcan. Son �los de arriba� que hablan mucho y hacen poco. Los discursos de forzado optimismo, una suerte de banalidad del bien, que desacreditan toda crítica, tienen poco rating.
De acuerdo con la información gubernamental, la adhesión al paro fue del 33,31 por ciento de promedio en el país. Aunque la cifra pueda estar sujeta a controversia, aun aceptándola no es poco que uno de cada tres trabajadores haya decidido protestar cuando la actual administración no cumplió cinco meses de gestión. Es obvio que la huelga tuvo sentido político, aunque no necesariamente partidario entre quienes la cumplieron, porque reclama cambios en las políticas públicas, en particular las que se relacionan con la distribución de las riquezas, el empleo y la impunidad. De todos modos, la actitud general de la población sigue a la defensiva, dispuesta a repeler cualquier proyecto que parezca ahondar los perjuicios, amenazar el empleo o agravar las pésimas condiciones de trabajo, pero no ha perdido expectativas en la posibilidad de un cambio de rumbo. La huelga fue defensiva y sirvió para que la CGT disidente se instalara sobre un éxito en lugar de replegarse con la derrota en el Congreso. Si los convocantes son prudentes en la lectura de los resultados, podrán conservar el capital conseguido. En cambio, si hacen del método un recurso fácil, siempre a mano para resolver cualquier diferencia, conseguirán retroceder al punto de partida. 
Si no fuera así, la Alianza no ganaría mañana en la Ciudad de Buenos Aires con el porcentaje que se pronostica. Es obvio que la victoria será más contundente si la mayoría de los votantes le hace caso al consejo del vicepresidente Chacho Alvarez de �pensar dos veces y votar una�, sin segunda vuelta. Los candidatos de la Alianza han sido beneficiados también porque la dupla oponente son dos ex ministros de Menem y el titular de la fórmula es, cuando menos, tío carnal del �modelo� que la huelga repudió. Eso prueba, de paso, que los ciudadanos no eligen sólo para oponerse sin tener en cuenta la trayectoria del oponente, aunque el haberse instalado como polo significa que una parte del electorado continúa atrapado en la lógica del �modelo� conservador. Es un ejercicio en la mesa de arena anticipar el escrutinio, porque ya se sabe que las encuestas no son infalibles. De cualquier modo, es posible que la renovación de la legislatura incluya a expresiones políticas minoritarias que hasta ahora no tenían voz propia en el poder legislativo metropolitano. La pluralidad, por lo general, es ganancia para todos, en especial porque la crisis social demanda una capacidad de tolerancia y de convivencia en la diferencia que los regímenes bipartidarios no suelen ofrecer con generosidad. Los sistemas de dos partidos que imperaron por décadas en México, Venezuela y Argentina, entre otros, no han construido países confortables, no han consolidado la justicia social ni han sostenido la igualdad ante la ley de fuertes y débiles.
Ni la huelga ni las urnas modificarán de raíz la coyuntura argentina, pero ayudarán sin duda a la reflexión de cada uno y de todos. No son tiempos fáciles para los cambios, entre otras cosas porque la globalización económica y el progresismo político se han desencontrado y resulta arduo encontrar caminos alternativos. En tanto haya opciones monopólicas o destinos manifiestos, lo más aconsejable es mantenerse lejos de los dogmas, de las interpretaciones cerradas, del facilismo analítico, de las anteojeras, y en cambio recibir los nuevos signos con suficiente capacidad para someterlos a la crítica de la experiencia. Parecen abstracciones, hasta que una convocatoria sindical, religiosa o electoral ponen a prueba la decisión de conciencia de cada cual. Así son estos tiempos. 

 

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