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Qué se vota hoy

Cuatro interpretaciones sobre qué se define hoy: ¿apenas un cambio de jefe de Gobierno local? ¿O un signo mayor de  política nacional?

opinion
Por Beatriz Sarlo *

La política mimética

Cuando empezó su campaña para estas elecciones, Aníbal Ibarra dijo que más que jefe de Gobierno del estado de Buenos Aires, quería ser intendente. Por suerte no lo repitió. Pero esa afirmación es sintomática. Muestra la blandura y la falta de originalidad que los candidatos con más chance de recoger votos le dieron a estos meses electorales.
Este domingo se vota lo que las encuestas dicen que la gente piensa. Los candidatos fingieron que no competían por gobernar un estado sino por una alcaldía gigantesca. Las cuestiones de un estado como Buenos Aires son de política de primer nivel: cuáles van a ser sus relaciones con la provincia de Buenos Aires, cuáles van a ser sus relaciones con el gobierno nacional (relaciones que no se limitan al control de la policía de la ciudad), cuáles van a ser sus opciones estratégicas en términos territoriales. En la campaña casi no se habló en términos territoriales. Por ejemplo, ¿qué hacer con Retiro? ¿Lo que se le ocurra a la especulación inmobiliaria? ¿Vamos a seguir el modelo de Puerto Madero para que haya no uno sino cien patios de comida de gran lujo? 
Así las cosas, este domingo se vota por vigilantes en todas las esquinas, computadoras en todas las escuelas y extensión del horario de los hospitales. No son temas menores, pero tampoco alcanza. Como no alcanzan las esperanzas puestas en las industrias no contaminantes: ¿Buenos Aires se va a convertir en un resort turístico cuya peculiaridad sería el clima templado y la humedad? ¿Vamos a tener un Silicon Valley en Parque Patricios o Balvanera? ¿En serio?
El tono político general de la Argentina es bien bajo. Buenos Aires es un lugar especial, con votantes todavía no hundidos del todo en la pobreza, que podrían haber escuchado propuestas que los hicieran pensar, aunque no repitieran miméticamente sus ideas. La oportunidad quedó desaprovechada. Con justicia, Ibarra le recordó a Cavallo sus andanzas con la dictadura militar. Cavallo no supo responderle a Ibarra que su partido, el Frepaso, se proponía ser lo nuevo, lo original de la política. Hoy votamos el reflejo mimético: los políticos, grandes imitadores de sus votantes, no quieren diferenciarse de ellos ni en el peinado. Así, claro está, la política se vuelve repetitiva y promete pocas transformaciones.

* Escritora, ensayista, profesora UBA.

 

 

Por Horacio González *

Votación delivery

Cuándo comenzaron a cambiar las pizzerías? No puede ir más allá de una década nuestro recuerdo si las queremos imaginar sin esas motitos estacionadas en la puerta. Tampoco podemos ubicar, en la bruma exacta de un tiempo de todas maneras reciente, el momento preciso en que mandar una pizza a domicilio se comenzó a llamar delivery. Todo eso tenía que ocurrir y ha ocurrido. No tenía por qué convertirse en materia de debate electoral. Como los fatales aerolitos del pleistoceno que mataron dinosaurios y horadaron insondablemente al subsuelo de Australia, nuestra fatalidad �hecha de resignación irónica y humor nostálgico� se acomodó fácilmente al acontecimiento repetido de esas menudas devastaciones. Los cambios efectivos que tuvo Buenos Aires han ocurrido como la construcción del ferrocarril del Ganges, que le inspiraba a Sarmiento una horrenda inquietud. ¿Acaso se podían producir las grandes mutaciones del progreso sin intervención de una clase política local? Así parece que ha sucedido entre nosotros, desde el inocente delivery que ya tendrá sus poetas que sabrán extrañar sin rencor el �envío a domicilio� y sin duda, también a aquel otro vocablo que ya parece de otro mundo, �estacionamiento� al que por fin le llegó el justiciero �parking�. ¿Habría que convertir estas tenues tilinguerías en cuestión electoral? No, si se tratase de distanciarnos un minuto del ecuánime ideal cosmopolita de Buenos Aires. 
Pero sí, habría que haberlo debatido si estos pequeños incidentes pintorescos �la desaparición de El Molino, de Las Violetas, la red televisiva que no perdona ni las estaciones del subte que por poco el nomenclador de la privatización no rebautiza como �Metro�� no significarán el emblema de fuerzas económicas poderosas que están anexando la ciudad y sus habitantes a un modo económico que reparte sus injusticias a domicilio, en la plaza y en la calle. Visitemos el puerto y sus torres poderosas, vayamos después a un multiplex a comer pochoclo. Son las mismas experiencias delivery, es la ética delivery.
Y hay también una visualidad delivery, a la que la política quedó presa. Basta ver el papel publicitario que ocupan los patrulleros, exhibidos como iconos de un nuevo deseo político. Basta ver la nueva narración que envuelve a los candidatos, vaciándolos existencialmente en medio de escenas donde desaparecen las instituciones públicas, apenas rodeados de incendios y ambulancias imprecisas, símbolos indeterminados de una catástrofe difusa. El delivery es el complemento del miedo invocado, anhelado, sugerido en las nuevas narrativas de los candidatos. Me preguntan qué se vota en esta oportunidad. Mientras no nos dediquemos al debate efectivo �que supone la crítica� sobre las brutales fuerzas económicas que están diseñando mundos y ciudades, arrojando a miles y miles a la desesperanza, votamos delivery, votamos simplemente por distintos modos de ejercer el envío a domicilio.
* Sociólogo.

Por Nicolás Casullo *

Se vota una escena

No es fácil especular qué vota la gente hoy, además de optar por los candidatos mayores y menores que encabezan las listas. Para el porteño la política siempre fue una caja de resonancia extrema, acosadora por sus ruidos y ecos, que poco tiene que ver con su barrio, circunscripción o parroquia. Siempre vota mucho más en referencia a la Casa Rosada que a lo que en verdad le compete geográficamente. En este caso además, con la sensación de que estas elecciones para jefe de la ciudad se dan en un tiempo incómodo, forzado, donde en realidad se juega casi lo mismo que en las celebradas poco tiempo atrás. Efectivamente, por encima de los muchos problemas concretos que brotan cotidianamente, la ciudadanía de Buenos Aires pareciera volver a votar lo que votó hace unos meses, sin mayores aditamentos: la forma que debe adquirir el posmenemismo, como experiencia histórica quirúrgica mayor e irreversible. Más allá de los spots publicitarios que mostraron a Aníbal Ibarra y a Domingo Cavallo en distintas escenografías y sets, la gente vota por ese resto de verdad que quedaría detrás de la mentira mediática. La protesta, la disconformidad, la desesperanza, la bronca, no tendrían nada que ver con Ibarra o Cavallo, a no ser en una opción abstracta de cómo regular, en términos generales, la posdécada Menem. Por una parte: continuidad prolija y obediente del proyecto económico social instalado, con sus beneficiarios, víctimas y déficit heredados. Por otra: discontinuidad de los procedimientos, estilos, modos, sensibilidad y lenguajes de la administración del modelo: fin de los latrocinios, corrupciones y divertimento menemistas. El voto se desliza entonces desde el votante, hacia un fondo estético, donde no confrontan ideologías y programas discernibles, tampoco soluciones tangibles, sino que con el voto de un día domingo se defiende una escena, la idea de una escena y sus actores: la representación de la política en tiempos malos. Esta estética, que no es poca cosa frente a disolución de sentidos y anomias diversas, es permanente y frustrada intención aliancista. Disiento con los que piensan que las sociedades votan hoy �hacia la derecha�, como voraz corrimiento ideológico que no cesa desde finales de los 80. Frente a una historia contemporánea amasada a pura mítica empresarial, frente a rectorías internacionales de las solas cifras a cumplir, a globalizaciones sin santos ni señas, a miedos sociales instrumentados, a xenofobias, a desconcientización, a programación masmediática imbecilizadora, a milagros de Internet cristológico, toda cita con la enclenque, balbuceante y hasta claudicante política sigue siendo un acto �de izquierda� que todavía nos reúne, sabiendo que ya no se necesitarán militares ni fin de �las democracias� para su progresiva extinción, sino seguir como estamos. 
* Profesor e investigador universitario, 
ensayista, novelista.

Por Moisés Ikonicoff *

Zapping electoral

El sentido del acto electoral que tiene lugar en la Capital no se agota en el simple enunciado de sus objetivos formales: elegir un jefe de Gobierno y una Legislatura local. Por el contrario, para la gente tiene múltiples significados y, si se quieren identificar los más importantes, habría �en mi opinión� que intentar responder a tres preguntas fundamentales.
La primera: ¿qué espera la gente de su voto? El votante espera que lo ayude a resolver sus problemas, algunos comunes a otros electores, otros estrictamente personales. Con lo cual puede decirse que cada uno se vota a sí mismo. En este sentido no vamos a encontrar un voto de adhesión a proyectos colectivos, sino dos millones de votos a proyectos individuales.
La segunda pregunta es ¿cómo elige un candidato? Dado que todos los candidatos presentan propuestas similares, la opción no tiene nada que ver con el análisis y la valoración de cada propuesta. La campaña electoral se presenta como un gran espectáculo en el que los candidatos son actores que compiten por seducir la audiencia y, en consecuencia, la selección se opera con el mismo criterio que el telespectador utiliza para elegir una emisión entre las varias que ofrece la TV a la misma hora.
En cuanto a los candidatos, es bien conocido que lo único que les interesa es simplemente el poder y las prerrogativas que confiere, y para nada la vocación de servicio o la aplicación de un proyecto determinado. Y ahí viene la tercera y principal de las preguntas: ¿por qué se presta a la farsa del acto electoral? Difícil de responder, pero me atrevería a afirmar que si lo hace es porque en un rinconcito del corazón, el votante aún alberga una esperanza.

* Ex político.

 

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