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Seis personajes en busca de la tierra prometida 

 

�Mahagonny Songspiel�, la primera obra compuesta por Kurt Weill y Brecht, abrió la temporada del CETC.


Por D. F.

t.gif (862 bytes) El cuello del impermeable y el sombrero de lluvia le tapan la cara. Camina como un hombre vencido. Se acerca al piano. Se saca piloto y sombrero. Tiene un arma en una mano. Apunta al piano y dispara. En el final, en el momento de los saludos, el pianista volverá a usar la pistola. Que Gerardo Gandini, director del Centro Experimental del teatro Colón, donde se representa el espectáculo, sea el hombre del revólver, no es un dato irrelevante. Y, a la luz de la notoria reducción presupuestaria sufrida por el centro que conduce desde su fundación, la pregunta es obvia: ¿a quién (o a quiénes) dispara Gerardo Gandini?
En esta reposición de la puesta de Marcelo Lombardero de la primera obra en la que colaboraron Kurt Weill y Bertolt Brecht, resulta tan evidente la calidad musical y el compromiso escénico puestos en juego como las dificultades contra las que debieron articularse. El primer punto es, claro, un acompañamiento musical reducido al piano. En el año del centenario de Kurt Weill, el autor de la Opera de tres centavos tuvo un homenaje por lo menos devaluado. La pequeña orquesta que requiere su colección de canciones sobre Mahagonny (la quintaesencia del estilo de Weill, con sus colores astringentes y sus timbres cercanos a los de una mala banda de jazz) excedió las modestas posibilidades presupuestarias que la actual administración del teatro previó para el centro. Gandini salió al ruedo, reemplazó orquesta por piano, tocó él mismo la parte y se prestó a hacer un pequeño papel en la obra (el de pianista, desde luego). El resultado musical fue excelente, pero resulta imposible no tener en cuenta que fue forzado por las circunstancias.
La nueva versión conserva las virtudes de la que abrió la temporada del �98. Una variante en el elenco (el barítono Luciano Garay en lugar de Juan Rodó) no altera la contundencia original de la puesta sino que, por el contrario, el nuevo cantante se mueve a sus anchas en el territorio de violencia y erotismo brutales con el que los patéticos personajes buscan la dudosa tierra prometida de Mahagonny. Primera aproximación al tema que luego derivaría en la ópera Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, esta colección de canciones se continúa en el espectáculo, sin sensación de ruptura, con otra, armada por el régisseur a partir de fragmentos de Happy End y la Opera de tres centavos. Graciela Oddone y Juan Barrile, formidables ambos, una Cecilia Jakubovicz de voz segura y presencia escénica notable y una concepción escénica que se mete sin miedos en lugares poco frecuentados por los cantantes líricos (como la escena en que las dos prostitutas lamen y besan a Bobby) más una escenografía funcional, diseñada por Diego Silano y repuesta por Luciana Gutman, y la precisa iluminación de Roberto Traferri, hacen que estos viejos textos de Brecht, magníficamente traducidos por Alejandro Tantanian, tengan hoy la misma vigencia que en los ya lejanos primeros años del siglo XX. 


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Por Diego Fischerman

Como caballo de pueblo

La programación del Centro Experimental del Teatro Colón (CETC) para el 2000 se reduce a tres títulos. Dos de ellos serán coproducciones (uno, Réquiem para un bookmaker chino, de Luis Naón, con el gobierno francés, y el otro, Sul Cominciare, sul finire, de Diana Theocharidis, con el Teatro San Martín). El tercer espectáculo, Mahagonny Songspiel, es una reposición y ayer llegó a su última función. La orquesta fue reemplazada por un piano y ni régisseur ni pianista cobraron por su trabajo para que los cantantes pudieran tener algún cachet. Las razones esgrimidas son, obviamente, económicas. Pero, como en muchas otras ocasiones, no se trata de cuánta plata hay (o de cuánta no hay) sino de en qué se elige gastarla. Los figurantes contratados para la ópera I Pagliacci insumieron un gasto de 91.000 dólares, algo así como el doble de lo que saldrá la temporada completa del Centro Experimental. Y la administración actual del Colón se equivoca al dar prioridad a los títulos tradicionales, a la fastuosidad vacía y al lujo sin sorpresas de la sala grande (un lujo que, por otra parte, no redunda necesariamente en una calidad mayor y ni siquiera en mayor vistosidad). El Centro Experimental, además de ser muchísimo más barato que la sala grande, es el único lugar del Colón que en este momento estimula (o permite, más bien) el acceso de un público nuevo al teatro. El costo de cada puesta del CETC resulta mínimo si se tiene en cuenta hasta qué punto cumple la función que el resto del Colón ha abandonado. Y la reducción de su presupuesto se parece demasiado al viejo chiste del caballo del pueblo al que daban cada vez menos comida. �Se murió justo cuando se estaba acostumbrando a no comer�, decían en la ocasión los sagaces administradores del forraje.

 

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