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OPINION

A pesar de la economía

Por Julio Nudler

La Alianza ganó ayer pese a la economía, tal vez porque: 1) se trataba de una elección local, que por tanto respondía a otras prioridades; 2) sólo transcurrieron cinco meses de gobierno delarruista, y aunque no hubo reactivación (perceptible para el público), el desempleo sigue igual o peor que antes y el impuestazo dolió, la gente le mantiene abierto un margen de crédito a la Alianza, que al menos muestra cierta prolijidad contrastante con el descaro menemista, y 3) la alternativa posible era Domingo Cavallo, encarnación de una política económica que derrengó a la clase media y disparó la desocupación. 
Aunque el triunfo no puede interpretarse, obviamente, como un espaldarazo a José Luis Machinea, de imagen bastante desvaída, ayuda a aflojarle el dogal de las acechanzas intestinas. El equipo económico ganó tiempo con la victoria aliancista, y puede seguir esperando a que los indicadores cobren impulso. No se ve ahora una razón gravitante para que De la Rúa eche mano de los otros economistas que encumbró consigo al poder y que, en todos los casos, son liberales duros, que plantean políticas muy impopulares.
Los distritos de mayor ingreso medio, como la Capital y los partidos de Vicente López y San Isidro, que quedan alineados con el nuevo poder político nacional, alojan gran parte de ese mercado de la franja ABC1 que atrajo muchas de las inversiones de la década menemista. Curiosamente, el menemismo está pulverizado allí donde su modelo, con énfasis en los servicios, mejor funcionó. Allí donde hay más shoppings, más multicines, más densidad de altos consumos, más apariencia primermundista. La Alianza, a la que afuera siguen etiquetando como �centroizquierdista�, se adueñó del modelo y lo factura en las urnas.
Entre los detalles más inquietantes de la campaña figuraron las promesas de Ibarra-Felgueras de convertir a la ciudad de Buenos Aires en un �polo� de esto y aquello: financiero, industrial, tecnológico, cultural, invocando siempre que contarían con la colaboración del gobierno nacional para alcanzar esos magnos y al mismo tiempo vagos objetivos. Lo último que debería hacer un presidente, por supuesto, es ayudar a que la Capital siga creciendo y fortaleciéndose, cuando uno de los grandes problemas argentinos es el desarrollo tan desparejo del país.
Respecto de Cavallo, puede verse que la economía no es un buen pasaporte para la política. No es sólo su problema: a ningún ex ministro de Economía le resulta fácil convencer a la gente de que se preocupa por su bienestar y que va a enfrentarse a las grandes empresas para defenderla. 

 

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