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Por Hilda Cabrera La algarabía y los cantos propios de los recitales de música para jóvenes, que siguieron a los aplausos y bravos del público más tradicional, contrastaron notablemente con la austera atmósfera que, segundos antes, había generado en la sala Martín Coronado la última pantomima ofrecida por Marcel Marceau en la primera de las únicas dos funciones del sábado en el Teatro San Martín. En ese tramo final de Lo mejor de Marcel Marceau, este artista de jóvenes 77 años, de figura elástica y fiel a un estilo que desarrolló en los años 40, recreó su entrañable y dramática �Bip recuerda�, pantomima con la que había reiniciado en la década del 80 sus periódicas visitas a Buenos Aires, después del impasse que se impuso a sí mismo para dejar en claro su rechazo a la dictadura militar argentina. �Bip recuerda� está basada en las memorias de este mimo solista (que nunca pudo traer siquiera alguno de los 26 mimodramas montados con su troupe), en sus experiencias de la guerra y los padecimientos bajo el nazismo (su padre fue asesinado por la Gestapo). Recuerdos que aligera en este trabajo, imaginando el cadencioso movimiento de un carrousel, ilustrado con una musiquita de feria. A semejanza de lo experimentado en aquel retorno, también ahora el público reaccionó vivamente. Fue así que, ganado por la emoción, este Marceau clásico, que además se empeña en serlo, saludó conmovido, anteponiendo a su pequeña figura el célebre sombrero de Bip, en ademán de ofrecerlo a la platea. Lo acompañaban los jóvenes mimos de su troupe (Gyongi Biró y Alexander Neander), quienes, luciendo trajes renacentistas, se limitaron a titular cada secuencia del maestro. Sobreviviente de un teatro que en Francia no lograron abatir la guerra ni la ocupación, Marceau puede ser considerado en su métier representante de la dramatización �novelesca� de la década del 40 que, junto a la difusión del existencialismo literario, propició un teatro filosófico, como el de Albert Camus y Jean Paul Sartre. Porque, más allá de las confesadas influencias recibidas de Charles Chaplin, Buster Keaton, Harpo Marx y Stan Laurel, el mimo francés desarrolla a través de su arte de la metamorfosis una peculiar reflexión sobre la condición humana. Y esto puede apreciarse tanto en las dos pantomimas de estilo vistas en la Coronado (�Los siete pecados capitales� y �El fabricante de máscaras�) como en las de Bip, el hombrecito creado en 1947, protagonista en esta ocasión de varios episodios: viajando en tren, vendiendo porcelanas, relacionándose con una agencia matrimonial y recordando. Es así también como el humor, la crítica y la ternura expresadas por Marceau (quien realizará además funciones en la ciudad de Córdoba) requieren de un público atento a los detalles y al crescendo de sus silenciosas �narraciones� gestuales, ejecutadas en perfecta sincronía con el sonido -a cargo de Erick Fourez� y la iluminación, diseñada por Didier Brun. Pues, aun en los casos en que aquéllas partan de asuntos arcaicos, sus finales rozan lo metafísico. Es el caso de �El fabricante de máscaras�, parábola del ser humano que lucha por desembarazarse de una risa artificial tras la que esconde, desesperado, su infinito desasosiego.
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