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Un profesor al que le tomaron la casa con parte de su vida adentro

Néstor Juncos es decano de Psicología de la Universidad  Atlántida. Tras un viaje encontró que su casa estaba tomada  con sus libros, sus cuadros y hasta las tesis de sus alumnos.


Por Alejandra Dandan
t.gif (862 bytes) Cualquier parecido a la ficción es puro acierto. Néstor Juncos ha leído a Julio Cortázar, acaso por eso ahora acaba de tomarse dos tranquilizantes para hablar de ese día en el que su madre le dijo: 
�Hijo, acaban de tomarte la casa.
Juncos es decano de la Facultad de Psicología de la Universidad Atlántida Argentina, formada hace cinco años en Mar de Ajó. Y hasta hace dos meses era, además, propietario de una colección de 2500 libros, dos smokings y dos originales de Vito Campanella. El 14 de marzo cada uno de esos bienes fueron transportados en un poco suntuoso coche de CLIBA, rumbo al basural: las cuatro nuevas familias habitantes de la casa habían decidido al parecer que, en casa tomada, conservar bienes de ex propietarios es de mal agüero.
La esquina de Remedios y Pergamino, en Floresta, es la de un palacete construido a comienzos de siglo. Sus jardines solían encantar al barrio con perfumes de flores cosechadas por Rosa, la antigua dueña de casa. En el barrio se habla aún de la dama, famosa por la organización de las fiestas dadas en el gran salón del primer piso. Pero ahora también se habla de dos hileras de ropa extendida, algunas son remeras chiquitas otras más grandes. Están más o menos húmedas, buscan ventilarse sobre lo que fue el jardín: ya no hay ahí más camelias ni jazmines perfumados ni enredaderas gigantes. La poda empezó justo ese día en que Néstor Juncos cerró por última vez la puerta de casa.
Fue a las siete de la mañana. Un día martes, el 14 de marzo. Juncos se fue a Retiro y desde allí salió en micro hacia Mar de Ajó. Cuando llegó, recibió el mensaje de la madre: �Hijo �le advertía�, te tomaron el chalet�. 
La toma estaba preparada. Desde hacía siete meses, el académico dejaba su casa vacía durante tres días y medio: de lunes a jueves se alojaba en la costa. Sus horarios no variaban demasiado: los lunes salía a las 7 y regresaba el viernes de madrugada para dar clases en la Universidad Kennedy y dictar un doctorado en San Miguel.
Pero su currícula no inhibió a los invasores, lograron sortear incluso un cambio repentino en la agenda de Juncos: esa semana el catedrático no viajó el lunes sino el martes. Dos horas después de la partida del micro, un grupo de familias cortaban la cadena del cerco del caserón. Forzaron la cerradura de la casa y volvieron a asegurar candados, pero esta vez desde el lado de adentro.
En esta historia son dos los hombres afectados por la ocupación de la casa de Remedios 599: uno es Juncos; el otro, el nieto de aquella doña Rosa, vieja anfitriona de la burguesía acomodada de Floresta. Es que Néstor Juncos era desde hacía diez años inquilino de Egilio Ritano, el heredero del caserón. 
El nene Ritano, así lo llamaba doña Rosa cuando daba vueltas en triciclo por los pasillos de la casa, es ahora un hombre de pelo tan blanco como lo tenía su abuela. Acaba de cumplir 69, es jubilado bancario pero además inválido de una pierna por culpa del metejón con los cigarros. Lo dice mientras va camino al viejo caserón, ahora que está confesando que �voy a tomarme una pastillita, tengo miedo por la presión�. En estos meses, el hombre se ha convertido en autodidacta de leyes. Fue él quien acompañó a la madre de Juncos hasta la comisaría 30ª el día que anunciaron la toma y desde ese momento se la ha pasado dos o tres días por semana en la puertas del juzgado a cargo de su caso.
En estos meses le han pedido papeles, pruebas y documentos lo suficientemente certificados para probar que el nieto de aquella mujer de los jardines es él y que no es un impostor. En el camino, a la locura de la pérdida de la casa se fueron sumando complicaciones burocráticas para la recuperación. �Lo que me pasa a mí como ciudadano �dice ahora el ex inquilino� es la palabra vulnerable: expuesto a lo que sea. No sé incluso si puedo hacer algo porque por ahí se me viene en contra.
Néstor Juncos no sabe si perdió la casa por dos meses, tres o cuatro años. �Los primeros días me dije: esta casa no existió.� Fue un manotazo: sus ocupaciones no le daban tiempo para ocuparse. �Después empecé a elaborar cada cosa que perdí �dice en clave psi�: porque tenés que hacer el duelo.�
El duelo fue por el pasaporte, documentos, tarjetas, sus títulos. Había tesinas de los alumnos de Juncos en la casa, había avances de ensayos en una PC. En un rincón del comedor estaban los juegos de té y las vajillas. En este momento, la memoria de Juncos se parece a un juego donde se van como despertando cosas perdidas: como los seis trajes, conjuntos sport, dos smokings y la capa del smoking.
�Puedo hablar de la cosa más estúpida como una espumadera, hasta de los dos cuadros de Campanella.
Un día después de la ocupación, a las 2.30 AM los nuevos habitantes bajaron desde el piso alto de la casa 16 bolsas de consorcio. Nadie pudo detener al camión recolector de CLIBA que se acercaba ya para cargarlas. Ni siquiera la madre de Juncos, que vive enfrente.
�Creo que lo que han tratado de borrar en dos o tres días �dice el hombre� es el hecho de que yo haya existido dentro de esa casa. 
Ahora cada viernes, cuando vuelve a Buenos Aires, Néstor Juncos para en la casa de su madre. Nunca intentó golpear la puerta de los nuevos inquilinos para pedir sus cosas. Hizo, en cambio, la denuncia policial y ahora espera mientras a la noche, con algo más de 50 años, se duerme en un sillón de la casa de su madre. �No tiraron todo, es verdad �dice�, a la noche escucho la música que ponen: sale de mi equipo de música.�

 

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