Por Silvina Szperling
Cinco platos de sopa humeante sobre una mesa. Al fondo, una heladera antigua. Sentados a la mesa, un hombre y cuatro mujeres toman la sopa y charlan. Repentinamente, la mujer de la cabecera gira y enfrenta al público. La bestia descueve está a punto de desatarse. Este grupo de bailarines-coreógrafos (Mayra Bonard, María Ucedo, Ana Frenkel, Gabriela Barberio y Carlos Casella), quienes se conocen desde que eran estudiantes en la escuela de Margarita Bali en los 80, presentaron sobre el final de esa década en Cemento un espectáculo de título El Descueve, que funcionó al mismo tiempo como tesis de fin de curso y paso fundante del camino adulto. En Todos contentos (en su tercera temporada) reiteran los elementos que los identifican: la puesta en escena de fantasías inconscientes, una fisicalidad llevada al extremo, el uso de objetos cotidianos que se trasmutan de modo surrealista, clima sllevado al paroxismo, el apoyo en una banda sonora contundente. Pero ahora hay una fiesta que se va desplegando en cada cuadro y un costado tierno, ejercido por el hombre del grupo.
En Todos contentos nada responde al estereotipo: el más tierno puede ser el varón (Carlos Casella, quien tiene a su cargo un cierre ultra melodioso engalanado con lucecitas de colores), la más tímida puede ser la más lanzada (Gabriela Barberio, quien llevada por la palabra �cambio� pasa de bailarina contemporánea a vedette, para culminar convertida en una ridícula pato vica femenina), una mujer atada a su silla puede dar paso a un particular modo de entender la liberación. Esa mujer es Mayra Bonard, quien junto a María Ucedo ejerce la dirección del espectáculo. Bonard desata sus instintos desplegando un movimiento que ora provoca, ora divierte, y no deja a nadie indiferente. Se refriega contra el piso, la pared, hasta el aire, emitiendo unos sonidos como de chancho salvaje. El detalle: debajo de su falda no lleva ropa interior.
Mayra lleva lo de Sharon Stone o Graciela Alfano a la enésima potencia: el cruce de piernas queda reducido a un jueguito histérico que no cuenta a la hora de la verdad. La presencia de la vulva (mejor dicho, la explicitación de su existencia, ya que obviamente es imposible su no presencia) se ejerce nuevamente en una escena jugada en trío por Barberio, Bonard y Ana Frenkel, quienes despliegan en el espacio una secuencia simple, cuyo costado pop se ve acentuado por la música. Las bailarinas se toman la entrepierna en los momentos en que el movimiento surge de allí, explicitando su origen. Con El Descueve el cuerpo habla sin tapujos.
Otro de los intereses de este grupo, la indagación en las relaciones, es tomado como eje en el dúo que despliegan María Ucedo y Casella: en una escena Carlos insta a María a confiar en él, haciéndola saltar desde la mesa a sus hombros una y otra vez, desafiándola a entregas cada vez más riesgosas, al tiempo que desarrolla actitudes ególatras. En el remate la mete sin miramientos en la heladera. Como coda, sigue escuchándose la voz de ella desde su encierro. La revancha de la mujer vendrá luego, cuando la heladera provea las decenas de platos que las cuatro féminas estrellarán, para alegría del público, sobre toda superficie posible. Si en Criatura y Corazones maduros el grupo trabajaba en estructuras abiertas que permitían la sumatoria por asociación libre, en Todos... ese devenir de imágenes se integra en el fluir de la conciencia. Lejos de apoltronarse en el matrimonio que la asociación con De La Guarda para el Período Villa-Villa podría haber significado, los miembros de El Descueve arremeten a full. Todos.. es como un sueño al que la platea se suma ya desde la cola. Una expectativa cosquillosa recorre a la gente en esa espera previa. Al terminar la fiesta, todos contentos.
Otro Molière para Arias
La 14ª edición de los premios Molière distinguió al argentino Alfredo Arias y a su Grupo TSE por Penas del corazón de una gata francesa en la categoría de mejor obra musical del año. La ceremonia de los Molière, votados por profesionales del teatro y aficionados, está considerada la fiesta del año en el exigente mundo del teatro francés. El espectáculo de Arias, una alegoría animal dominada por felinos, recibió además el premio al mejor vestuario, creado por Chloe Obolensky. Arias contó con la ayuda en la dirección de su compatriota Marilú Marini. Nacido en Buenos Aires en 1944, Arias se instaló en París en 1969. Desde Eva Perón a Mortadela (que recibió también el Moliere al mejor musical), Arias ha desarrollado una vasta trayectoria parisina, con hitos como Fausto argentino o La historia del teatro. En abril, el argentino aceptó el encargo de dirigir La dama de las camelias, basada en la obra de Alexandre Dumas (hijo) con la bella Isabelle Adjani de protagonista |
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