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Cambiar algo para que nada cambie
o cambiar poco para que eso quede

El presidente ruso anunció un nuevo gabinete centrado en un primer ministro tecnocrático y economista liberal y el mismo mandatario, ex jefe de la inteligencia, a cargo de cuestiones de armas y seguridad.

Vladimir Putin en las celebraciones del aniversario de la victoria antinazi en Plaza Roja.
Ayer, el presidente anunció un gabinete sin muchas sorpresas ni hombres conflictivos.


El País de Madrid
Por Luis Matías López
Desde Moscú

t.gif (862 bytes) Si Vladimir Putin transforma Rusia, no será de manera brusca. Al presentar ayer a la Duma a Mijaíl Kasianov (economista liberal de 42 años bien visto en Occidente) como candidato a primer ministro, el nuevo presidente hizo una apuesta por la continuidad que probablemente se reforzará con la composición del gobierno. Kasianov ya dijo el miércoles que no hay que esperar grandes cambios. Tampoco los habrá en la Administración Presidencial, al frente de la cual parece que seguirá de momento Alexandr Voloshin, destacado miembro del círculo de intrigantes que marcó los últimos años del segundo mandato de Boris Yeltsin. 
No hubo sorpresas. No se concretaron los rumores de que Putin podría sacarse de la manga un candidato conflictivo, como el ex vicejefe de gobierno Anatoli Chubais, uno de los políticos más odiados de Rusia. Eso facilitará que la Duma, probablemente el próximo miércoles, dé el visto bueno sin problemas a Kasianov. Ni siquiera es probable que los comunistas presenten una batalla frontal que tendrían perdida de antemano, pero a la que se habrían lanzado de todas formas si el propuesto hubiese sido Chubais, cerebro de una política de privatizaciones salvajes de desastrosos efectos sociales. 
El primer ministro controlará estrechamente la política económica (en la que es especialista) y el presidente se dedicará sobre todo a la exterior, de seguridad y de defensa, que le resulta más familiar dados sus antecedentes como antiguo espía y jefe del Servicio Federal de Seguridad. En el resto, la tónica parece ser el continuismo. Se da por seguro, por ejemplo, que el mariscal Igor Sergueyev conservará su puesto de ministro, al igual que el jefe de la diplomacia, Igor Ivanov, e incluso el titular de Interior, Vladimir Rushailo. 
Voloshin es considerado un hombre del magnate Boris Berezvoski, conocido durante la era de Yeltsin como el �Rasputín del Kremlin�. Otro tanto se dice de Kasianov, aunque con menor énfasis. Kasianov admite cierta relación con el oligarca por antonomasia, pero también con otros, lo que encuentra lógico habida cuenta de que se trata de los grandes financieros, empresarios y dueños de grupos mediáticos que controlan medio país, aunque se hicieran con él a precio de saldo en los años de la �terapia de shock�. La duda estriba en si Kasianov, ex ministro de Finanzas y negociador con Occidente de un acuerdo de reducción de la multibillonaria deuda de la URSS, da el perfil necesario para hacer realidad la promesa de Putin de acabar con los oligarcas como clase imbricada en el poder y manipuladora de éste. 
La nueva Rusia que Putin prometió durante su campaña se hará esperar. Los analistas especulan ya con cuántos ministros, viceministros o miembros de la elite de la Administración Presidencial colocarán en el nuevo equipo Berezovski, Roman Abramovich, Chubais, Piotr Aven y otros hombres del antiguo régimen. Además, habrá un peso destacado de los �hombres de San Petersburgo�, la ciudad natal de Putin, de la que se trajo a Moscú a estrategas de su campaña electoral, expertos que preparan su programa económico y ex compañeros del KGB que está colocando en los órganos de seguridad y en su entorno más inmediato.


Ahora, a hablar en checheno

La primera entrevista de un funcionario oficial ruso con un representante de la guerrilla chechena ha disparado nuevamente los rumores de posibles negociaciones entre el Kremlin y el presidente rebelde de Chechenia, Aslán Masjadov. Pável Krasennínikov �quien encabeza el Comité de Legislación de la Duma estatal y, además, la comisión independiente para el respeto de los derechos humanos en el Cáucaso del Norte� se reunió ayer en Karabulak, Ingushetia, con Kazbek Majáshev, ministro del Interior en el gobierno de Masjadov. Majáshev reiteró que el presidente independentista está dispuesto al diálogo y subrayó que la tarea principal hoy es �detener la guerra y devolver la gente a sus antiguos lugares de residencia�.

 

MOSCU DEFIENDE A LA MINORIA SERBIA
Alzando la voz en Kosovo

Rusia atacó verbalmente a la OTAN ayer por su políticas de seguridad en la provincia yugoslava de Kosovo. Antes de comenzar las conversaciones en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, el jefe del Estado Mayor ruso, general Anatoly Kvashin, denunció que la Alianza Atlántica no estaba haciendo lo suficiente para proteger a la minoría serbia en Kosovo de los ataques de los albano-kosovares. �No se pueden distinguir señales positivas; la OTAN intenta presentar un cuadro de la situación mejor del que realmente existe.� Rusia se había opuesto al bombardeo de Yugoslavia y sus relaciones con la Alianza habían sido congeladas hasta febrero. 
Las declaraciones de Kvashin ensombrecieron precisamente la ocasión en que la OTAN reinició sus contactos de alto nivel con Moscú. Y también coincidieron con protestas de los serbios en Kosovo. En la étnicamente mixta ciudad de Mitrovica, un grupo de serbios se manifestó ayer para pedir juicios expéditos para sus amigos y parientes en prisión. En Belgrado, las familias de varios cientos de serbo-kosovares desaparecidos organizaron una marcha para exigir que sus seres queridos fueran liberados o que se conozca lo que sucedió con ellos. Se informó además que varios serbios fueron heridos por un ataque con granadas y ametralladoras en Cernica, otra ciudad de población mixta. Los líderes atlantistas admiten que la violencia sigue siendo un problema muy serio en la provincia, lo que no les impide señalar que se han registrado progresos.

 

 

opinion
Por Claudio Uriarte

Reforma y revolución

En realidad, el aún nuevo presidente ruso Vladimir Putin enfrenta el mismo problema que el desafiante Alejandro �Cholo� Toledo en las elecciones peruanas contra un fujimorato que ya lleva 10 años: que ambos, en sus respectivas empresas de renovación, tienen que pactar al menos con una parte de dos aparatos de corrupción tan enraizados en las estructuras del Estado que tratar de sacarlos de golpe derivaría de inmediato en un gran derramamiento de sangre y una demolición de los respectivos experimentos renovadores. La diferencia está en los roles: Putin, ex jefe del KGB, debe pactar con una parte de la oligarquía y tuvo que consentir la impunidad del ex presidente Boris Yeltsin y su entorno para poder conducir con éxito su �golpe blanco� del 31 de diciembre de 1999; �El Cholo�, a la inversa, debe acordar con el jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos y una parte del Ejército para poder tirar a la basura a Alberto Fujimori, quien ha perdido toda legitimidad social y electoral.
Esa misma legitimidad que perdió Fujimori y que quizás ya haya ganado Toledo es indiscutible en el caso de Putin, que venció ampliamente en la primera vuelta de unas elecciones donde su campaña se vio indudablemente alimentada por la victoria contra los secesionistas en Chechenia. Esa misma legitimidad también es clave para explicar por qué Putin, un hombre muy ambicioso, no se conformará con guardarles las espaldas a los oligarcas, la confusa clase semicapitalista y semimafiosa surgida de los erráticos años transicionales de Yeltsin. Porque, teniendo la legitimidad para aspirar a todo el poder, es difícil que Putin se conforme con ser el mero guardián de una clase profundamente impopular, cuyos pecados bastarían para mancharlo en el largo plazo.
Por esa misma legitimidad, también es improbable que Putin consolide una dictadura en el sentido estricto de la palabra. Lo más probable es que se oriente hacia la forma de gobierno conocida como �dictadura democrática�, donde el presidente, gracias al respaldo de una mayoría de sus ciudadanos, gobierna con elecciones libres o semilibres y una oposición parlamentaria y periodística toleradas, pero las decisiones del líder son ley. Es decir, algo así como el Juan Perón de su segundo gobierno (1951-1955) o como el mismo Fujimori al que Toledo está tratando de derrotar. Este último paralelo termina de enlazar procesos aparentemente tan disímiles como el ruso y el peruano, los dos caracterizados por el punto común de un desenlace de tipo de poder bonapartista a un cuadro de desintegración nacional.

 

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