Por Hilda Cabrera
�Béjart fue y es un revolucionario de la danza, un transgresor, como lo pude comprobar nuevamente viendo cómo creaba el pas de deux del Quijote con el Che, mostrando esa lucha en la que uno quiere atrapar al otro y llevarlo a sus sueños�, cuenta la actriz Cipe Lincovsky, anticipando una escena de Che, Quijote y bandoneón, del coreógrafo y dramaturgista Maurice Béjart y su Ballet de Lausanne, que se verá a partir de esta noche, y hasta el domingo 14, en el Gran Rex. Para la intérprete, la coreografía de este artista marsellés, radicado en Lausana, Suiza, es un entramado de técnica y filosofía. Y con celebrados hitos anteriores, como la versión que sobre Cascanueces realizó el maestro tiempo atrás. Aparecía allí la propia historia de Maurice y su madre, que murió cuando él tenía siete años. �Ahí volvía a mostrar su coraje, algo por lo que yo muero�, confiesa Cipe durante la entrevista con Página/12 junto al bailarín argentino Octavio Nahuel de la Roza, desde hace tres años integrante de la troupe de Béjart. �Maurice interrumpió el espectáculo para preguntar al público si quería realmente ver el tradicional pas de deux de Cascanueces. Eso, y el agregado de diez chicos aplaudiendo, eran prueba de su atrevimiento�, completa la actriz, que se dice �rodeada� en Che, Quijote... de auténtica música argentina: la de Raúl Garello, Daniel Binelli y Eladia Blázquez.
Cipe trabaja con Béjart desde hace varias décadas. No es el caso del joven bailarín De la Roza, de 21 años, a quien el maestro le otorgó una beca para su escuela. �Allí encontré un video de Jorge Donn, el del Bolero de Ravel, y lo aprendí sólo para mí recuerda De la Roza�. Pero un día me decidí y le mostré el trabajo a Maurice. Me señaló errores, pero me alentó y dijo que algún día estaría en condiciones de bailarlo. Ese momento llegó, y pude recorrer Italia, Brasil...�
�¿Se sienten muy exigidos?
�C. L.: Maurice es un creador: le gustan los desafíos y te pone en peligro. Para mí fue una sorpresa que me convocara después de pasados diez años de nuestro trabajo con Donn en Nijinsky, clown de Dios. Lo extraño fue su planteo. Me preguntó cuál era el personaje más querido de mi carrera, y yo le respondí que Madre Coraje. �Entonces éste espectáculo va a empezar y terminar con Madre Coraje�, dijo Béjart es así, inesperado.
�¿Le sorprende el hecho de que relacione personajes reales y de ficción, tan diferentes además como el Che y el Quijote?
�C. L.: No, porque esas relaciones están bien soldadas. Hay cartas del Che, textos de diferentes autores, un tango de Eladia, una Madre Coraje que hace lo contrario de lo que sucede en la obra de Brecht, no entrega a sus hijos sino que los saca de la guerra. Pero, esas relaciones son perfectas. Béjart tiene una manera fantástica de tomar lo que está a su alrededor y adaptar los materiales, como las cartas del Che que aporté yo. Habían sido publicadas en una revista y me las trajo una persona que vivía en un kibbutz. En esas cartas se pone a la par del Quijote. Dice: �Siento debajo de mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo�, y �Si los molinos no me rompieron el coco, escribiré.� No es delirio pensar que el Che equiparaba sus sueños a los de un Quijote.
�¿Existe un conocimiento más o menos acabado sobre la figura de Guevara?
�C.L.: Aun aquellos jóvenes que no saben quién fue el Che tienen conciencia de que es alguien al que es necesario conocer, que no es solamente un poster o una camiseta. Esto fue siempre así. Cuando debuté en El Gallo Cojo, hace treinta años, tomé un fragmento de Gudiño Kiefer donde terminaba diciendo �Pablo, te quiero, y no quiero que seas como un poster del Che usado para tapar un agujero en la pared�.
�O. N. R.: Yo no tenía idea sobre el Che. Fue Maurice quien me dio libros para que aprendiera. Leí mucho, vi documentales y me fui formando una idea sobre Guevara y mi personaje. Además estaba Cipe para ayudarme.
�¿Qué formación tenías?
�O. N. R.: En la Argentina viví pobremente, estaba en la calle, hacía changas, no tenía cultura. Había entrado a la escuela del Colón. Mi mamá era bailarina y me llevó. De los nueve años hice el primero y me echaron por mala conducta. Fue una época muy complicada: mi mamá tuvo una internación psiquiátrica y yo, durante cuatro años, hice de todo. Fui lustrabotas, estudié artes marciales, repartí volantes, hice changas en una verdulería. Después, a los 16 años, entré al quinto año de la escuela, di libre francés, música, danzas argentinas y danza moderna. Lo terminé, y en la mitad del sexto viene Maurice con su compañía al Luna Park y al Colón. (Béjart presentó cuatro años atrás El arte del pas de deux y El tributo a Freddie Mercury y Jorge Donn.)
�C.L.: Voy a contar una infidencia. Octavio se bajó un día del colectivo, se acercó al Colón, puso la mano sobre la pared y dijo: �Este teatro algún día se va a iluminar para mí�.
�O. N. R.: Bueno, un poco de ego tenía que tener. Ese era mi delirio. Creo que me lo dije porque siempre me sentí muy marginado, abatido por problemas que no podía resolver. Pero conocí a gente que me apoyó, como Garello y Cipe. El gran vuelco en mi vida fue conocer a Maurice. Lo vi en el Colón, durante un ensayo de su compañía. Daba instrucciones en francés, español, inglés... y pensé en mi mamá, que también patinaba, y que en una visita de Holiday on Ice se puso los patines al hombro y fue hasta el Luna Park a que le tomaran una prueba. La llevaron de gira por Canadá, Estados Unidos... Me dije �¿por qué no hago lo mismo con Béjart?�, y me acerqué. Al día siguiente me tomó una audición. Estaba seguro de que me llevaría.
�¿Qué le daba esa seguridad?
�O. N. R.: Estas cosas le pasan a la gente que es fiel a lo que hace. Maurice me lo dijo el primer día: �Si querés una sola cosa, la vas a obtener; si querés dos, no vas a tener ninguna�. El sólo quiere una cosa, el ballet. Lo tiene y con todo, con riesgos. Este espectáculo se sostiene con cuatro solistas y diez buenos bailarines de la escuela, que para un público de ballet aparecen como inexpertos. Por eso uno dice �dejémonos de jorobar, somos una escuela, a trabajar�, y comienzan una clase.
�Es como decir: �estamos haciendo teatro�...
�C. L.: Esa es la valentía de creadores como Maurice. Por eso sus espectáculos son recibidos a veces con un entusiasmo parecido al de una cancha de fútbol, como nos pasó en los preestrenos en La Plata y Córdoba. A Béjart le interesa establecer una fuerte comunicación con el público.
�¿De dónde viene, Cipe, esta afinidad suya con los espectáculos coreográficos? Trabajó con Béjart, pero también con Lindsay Kemp...
�C. L.: A Lindsay lo conocí en el Festival de Caracas de 1978 y tuve la suerte de trabajar con él en Isadora Duncan y Salomé, de Oscar Wilde, donde hice de Herodes, pero de chiquita estuve en la escuela del Colón. Estudié con Gema Castillo, que un día le dijo a mi mamá que nunca sería bailarina porque mi tobillo derecho era flojo. Lloré tanto... me golpeaba las piernas, enfurecida. No pude ser bailarina, pero puse el cuerpo, porque eso es ser actriz, que para mí no es una profesión sino la vida.
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