opinion
Por Miguel Bonasso

Los otros días, mientras observaba la rabieta de Domingo Cavallo, me acordé de dos frases. Una es la antológica sentencia de Groucho Marx que parece dedicada a la Argentina: �Es mejor permanecer en silencio y parecer un tonto que abrir la boca y despejar toda duda�. La segunda corresponde a ese político de tiempo completo que era el líder de la UCR, Ricardo Balbín: �Lo felicito, doctor Cámpora, porque usted ha sido el hombre elegido por la democracia argentina y no consideramos necesario que haya una segunda vuelta�. Se la dijo por teléfono al candidato presidencial del Frente Justicialista de Liberación en la tarde del 12 de marzo de 1973, cuando los cómputos oficiales le asignaban a la coalición comandada por el peronismo el 49 por ciento de los votos y apenas un 21 por ciento a la fórmula radical, encabezada por Balbín. En ese momento yo era secretario de prensa del Frejuli y tuve el privilegio de estar junto a Héctor J. Cámpora, en nuestro comando electoral de Oro y Santa Fe, cuando recibió ese rápido e inteligente llamado del adversario reconociéndole el triunfo. Recuerdo que Cámpora, sinceramente emocionado, le contestó con la misma grandeza: �Doctor Balbín, la victoria tiene por destino la reconstrucción nacional, ya que no se trata de un triunfo personal sino de la unidad de la Nación, por la cual seguiremos trabajando juntos�. Luego, entusiasmado, me ordenó que informara a los periodistas sobre el llamado de Balbín, que dejaba sin argumentos a un gobierno militar que persistía en mandarnos a la segunda vuelta porque, según las cifras oficiales, estábamos a décimas del 50 por ciento. El reconocimiento de Balbín no era retórico y él lo sabía: pocas horas después el general Alejandro Lanusse en persona enviaba un emisario a entrevistarse con el candidato justicialista y anunciaba al país que �no sería temerario considerar como fórmula triunfante a la que integran los doctores Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima�. A diferencia de Cavallo, Balbín no sólo actuaba con grandeza y realismo político, sino con ese sentido del timing que sólo tiene un político profesional. No es lo mismo hoy que mañana. Si Cavallo, en vez de zarparse, hubiera reconocido de inmediato la victoria de Aníbal Ibarra �sin privarse, por cierto, de ironizar sobre la insoportable lentitud del escrutinio� hubiera quedado como Gardel y podría haber conservado las esperanzas de un futuro político en el 2003. Ahora, en cambio, en el país del menos malo, el que parece haber quedado como el Morocho del Shopping es este muchacho Gustavo Beliz, que logró sacarle la obsesión de la segunda vuelta. Las comparaciones son odiosas y no es verdad que todo tiempo pasado fue mejor, pero qué diferencia entre la clase política de los setenta y la horda tecnocrática, farandulesca y mediática, extraña a la textura histórica de la política, que nos legó el menemismo.