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Deflación y violencia
Por Julio Nudler |
La productividad que no se consigue se paga con deflación, que implica recesión y desempleo, y también violencia social. Esta es la condena que está sufriendo la Argentina. Con su moneda atada al dólar, dado que su productividad (que puede representarse con el Producto Bruto por habitante) viene cayendo respecto de la estadounidense, el inevitable ajuste se opera mediante la deflación, que encoge la economía. Por si esto fuera poco, mientras Estados Unidos crece y la Argentina decrece, la Reserva Federal (banca central norteamericana) sube periódicamente la tasa de interés. Arrancó el año pasado desde un 4,5 por ciento anual, subió ya un punto y medio, y hay pronósticos de que no parará hasta haber alcanzado el 7,0 por ciento (aunque algunos datos frescos podrían moderar las intenciones de Alan Greenspan). Como explica Pedro Rabasa, del Scotiabank Quilmes, cada suba decidida por Washington provoca a su vez un aumento en el riesgo-país de la Argentina porque deteriora su situación como deudor, y por tanto eleva por dos vías el costo de la financiación, reduciendo la competitividad y obstaculizando el crecimiento.
Greenspan eleva la tasa para sofrenar la expansión demasiado acelerada de la economía estadounidense y evitar que siga inflándose la burbuja de Wall Street. Pero esta política coincide con el momento en que la Argentina procura salir de su larga recesión, iniciada en el tercer trimestre de 1998. �Nos agarró a contrapelo�, describe Jorge Vasconcelos, de Fundación Mediterránea, agregando que el país no puede atraer capitales con el anzuelo de una posible revaluación del peso contra el dólar, ya que el tipo de cambio es fijo. Por tanto, la tasa de interés tendrá que subir todo lo necesario, acentuando así el ajuste por deflación (recesión) y no por productividad (crecimiento). Diferente es la situación de Europa, donde la tasa no subirá al ritmo de la norteamericana porque el euro ya se depreció un 25 por ciento. Por tanto, los inversores aceptarán las bajas tasas de interés europeas, confiando en que ganarán con el rebote alcista del euro. Incluso se sentirán tentados de ponerle fichas a Brasil para ganar tasas del 20 por ciento, sin mayor peligro de que baje la cotización del real.
�La política fiscal deberá volverse compatible con este escenario de tasas�, indica Vasconcelos. Esto significa que Hacienda deberá conseguir o liberar recursos para afrontar el mayor costo del financiamiento. Pero no es solamente esto, porque el problema de la deflación es que vuelve más difícil y doloroso el cierre de las cuentas fiscales. ¿Cómo mantener, y mucho menos aumentar, la recaudación impositiva cuando en la economía están cayendo la actividad y los precios, y cómo cumplir las duras metas acordadas con el Fondo Monetario? Esto explica los manotazos que está lanzando Economía �como el aumento del anticipo de Ganancias y los clarines de guerra contra la evasión�. La pregunta inquietante número uno es si esto alcanzará, y la número dos es qué hará el Gobierno si no alcanza. Puede imaginarse que denunciará su convenio fiscal con las provincias para bajarles el �sueldo� garantizado, seguirá recortando gastos y, si no es suficiente, apelará a la solución López Murphy: podar salarios, tal vez mediante un impuesto a los sueldos públicos. Estos insumen 25 mil millones anuales (sumando Nación, provincias y municipios), masa a la que podrían exprimírsele entre 1500 y 2000 millones. Pero para hacerlo será preciso arrancarles un acuerdo a los gobernadores.
Este escenario siniestro, que puede implicar más brotes de resistencia y más represión, se abrirá ante Fernando de la Rúa si el secretario de Finanzas, Daniel Marx, concluye que no podrá refinanciar las facturas de la deuda en el segundo semestre, ni siquiera pagando tasas más altas. Son hasta 2000 millones mensuales (incluyendo el saldo bruto de las Letras del Tesoro) que, si no salen de los mercados, saldrán del ajuste. A menos que, de pronto, el equipo económico logre inducir expectativas favorables y el ingreso espontáneo de capitales fogonee la reactivación. Pero la semanaque termina fue desastrosa en este sentido, y terminó con una capitulación de José Luis Machinea al renunciar éste, bajo presión, a gravar los intereses de los plazos fijos empresarios. La lectura �tal vez perversa� de los analistas es que si, ante cada encrucijada fiscal, Economía apelará a un impuestazo, ni la inversión ni el consumo de bienes durables podrán recuperarse.
Las siguientes referencias pueden ayudar a completar el cuadro:
u Tras una entusiasmante caída, el riesgo país rebotó y sigue aumentando. La baja se frenó hace mes y medio, revirtiéndose en las dos últimas semanas. Ahora está en unos 650 puntos, lo que equivale a una sobretasa del 6,5 por ciento anual.
u Como la deuda del sector público, que al concluir 1999 era de 122 mil millones, va aumentando de costo a medida que vencen los bonos colocados compulsivamente a tasas bajas y deben ser refinanciados a tasas de mercado, en algún momento será preciso que el Estado nacional genere un superávit primario (antes de computar los servicios del endeudamiento) de unos 14 mil millones anuales. Ese superávit (convertido en déficit al pagar la deuda) superó ligeramente los 1000 millones en los últimos doce meses. Por tanto, el camino por recorrer es largo y empinadísimo. Salvo que la economía crezca aceleradamente.
u ¿Pero cómo va a crecer si el sector privado tiene que transferirle cada vez más recursos al fisco para que éste alcance el superávit primario imprescindible para evitar, al menos, que la deuda siga aumentando? Esa imposición adicional es un costo añadido para las empresas y reduce la competitividad de la economía, cuya elevación es la condición para el crecimiento. Machinea intentó zafar de este corsé de hierro enviando señales de ortodoxia y frugalidad a los mercados, y confiando en los buenos vientos de la economía mundial, pero los naipes se los barajó el maligno.
�Si hoy tuviéramos superávit fiscal, el riesgo país sería mucho menor y por tanto la competitividad mayor, y si fuéramos competitivos seguramente pagaríamos menores tasas de interés y tendríamos menos problemas fiscales�, imagina Rabasa. Siempre es bueno soñar, pero soñar y nada más. |
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