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LA FEROZ PELEA ENTRE LOS MEDIOS Y BLAIR POR EL HIJO PROXIMO A NACER
Parirás entre los flashes

La prensa británica ya se regodea con la fiesta por venir: el nacimiento del vástago de los Blair. Pero primer ministro y señora se esfuerzan por mantener la privacidad familiar y se niegan a formar parte del circo mediático. Un nuevo capítulo de la guerra por determinar quién controla a quién.

Los Blair se esfuerzan por aparecer como la familia feliz.
El nacimiento de su cuarto hijo ocurrirá en unos diez días.


Por Marcelo Justo 
Desde Londres

t.gif (862 bytes) A unos 10 días de nacer, el cuarto hijo del primer ministro Tony Blair ya es una celebridad en potencia, cuyo ingreso al mundo será festejado por los británicos e informado a todo el planeta. La proyectada fiesta mediática global sólo tiene un problema: los progenitores del esperado vástago no quieren ser parte del circo. El mensaje de la oficina del primer ministro a los medios es claro: la familia Blair agradece el interés público pero va a proteger su derecho a la privacidad. A no engañarse. Más que una decisión firme e inequívoca del primer ministro británico, se trata de un episodio más de la larga batalla que libra con los medios, semejante a la de dos feroces socios comerciales que intentan dirimir a cada paso quién va a manipular a quién.
La historia del cuarto hijo de Tony Blair tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un gran hecho mediático. Para empezar, se trata del primer ministro. Es la primera vez en Gran Bretaña que la máxima autoridad política se convierte en padre mientras está en ejercicio de sus funciones. Este hecho inédito ha promovido todo tipo de debates sobre el conflicto entre trabajo y familia y la necesidad de que el primer ministro dé el ejemplo y tome una licencia para asumir sus responsabilidades de padre. La edad de los progenitores contribuye a la curiosidad: Blair y su esposa, la prestigiosa abogada Cherie Booth, tienen 46 años. Los otros tres hijos del matrimonio �Euand, de 15; Nicky, de 14, y Kathryn, de 11� completan el cuadro y ofrecen una oportunidad apoteótica para una foto sonriente e higiénica de familia feliz.
A pesar de estos ingredientes, son claras las tensiones que hay entre los medios y la oficina del primer ministro, manejada por el implacable jefe de prensa Alastair Campbell, en torno de la cobertura que se hará del nacimiento. En una carta a la BBC el pasado martes, Campbell acusó al programa de noticias de la televisión estatal de ingenuidad y escaso profesionalismo por un reportaje a una partera alternativa que se presentó como integrante del equipo de especialistas que asistirán a Cherie Blair en el parto. El jefe de prensa de Blair se quejó de que se diera a conocer la noticia sin verificarla antes con la oficina del primer ministro y desmintió enérgicamente que la supuesta especialista Bharti Vyas asistiera a Cherie Blair. Más que una defensa del derecho a la privacidad del primer ministro y su esposa, los medios interpretaron la carta de Campbell como una clara advertencia: las historias sobre el parto debían contar con el visto bueno de su oficina. 
No es el primer choque entre los medios y el primer ministro. En junio del año pasado, el organismo independiente que supervisa la prensa en Gran Bretaña, la Press Complaints Authority, dio curso a una queja del primer ministro y dictaminó que el Daily Mail había violado el código de conducta que rige a los medios en una investigación sobre la escuela a la que iría la hija de los Blair, Kathryn. En diciembre presentaron otra queja por una foto del hijo mayor besándose con una compañera, y, en marzo, Cherie Blair consiguió en tiempo record que se prohibiera la publicación en la prensa de una versión de la ex niñera de los Blair sobre los cuatro años que había trabajado para la pareja. En ese momento, el primer ministro declaró que no iba a dejar que su privacidad �fuera invadida� y que intentaría por todos los medios que sus hijos tuvieran una vida normal.
Estos cortocircuitos en la relación entre el primer ministro y los medios no impidieron que el anuncio del embarazo de Cherie el pasado noviembre se convirtiera en uno de los grandes eventos del año. Lejos de mantener una celosa custodia de su privacidad, el primer ministro apareció por todos lados haciendo declaraciones sobre su reacción al asunto, las conflictivas emociones que había vivido ante la tardía paternidad e,incluso, el lugar de la tierra donde el nuevo vástago había sido concebido, que según Blair había sido Londres y no la Toscana italiana como había especulado la prensa. 
El brillante manejo que hizo del anuncio permite sospechar que este primer ministro, que tiene el equipo de prensa más poderoso de la posguerra y que simultáneamente se presenta como feroz custodio de su derecho a la privacidad, sólo quiere asegurarse el manejo de la información sobre el nacimiento de su nuevo hijo para manipular en su favor la obsesión de los tabloides británicos con la vida privada de las celebridades. A su favor tiene el desprestigio que produjo en los medios la muerte en 1997 de esa otra gran estrella y manipuladora mediática, la trágica Lady Di. En contra, el voraz apetito de la prensa amarilla y el voyeurismo del público.


Entre Kennedy y Churchill

El interés por Blair comenzó mucho antes de que ganara las elecciones del 1º de mayo de 1997, pero su abrumador triunfo y su edad .�el primer ministro más joven de los últimos dos siglos�. lo convirtieron en un personaje especial que muchos compararon con el del presidente John Kennedy en los �60. Esta mutua fascinación de los medios y los personajes públicos, que domina buena parte de la política hoy en día, era totalmente desconocida para el héroe británico de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill. El líder conservador fue dos veces primer ministro, durante la guerra y entre 1951 y 1955, y falleció en 1965, a los 91 años, sin haber concedido una entrevista televisiva. Su estatura política dependía de su programa de gobierno, sus discursos ante la Cámara de los Comunes, y sus apariciones en el servicio nacional de la radio.

 

UN EXPERTO EN COMUNICACION ANALIZA EL CASO BLAIR
�Víctima de su propio juego�

Por M.J.

�Una cosa es el interés público y otra lo que interesa al público.� James Curran, un especialista en comunicaciones y catedrático del Goldsmith College, explica de ese modo el borroso límite entre lo público y lo privado, a propósito de la batalla entre Blair y los medios. Curran es autor de Power without responsability: the press and broadcasting in Britain (Poder sin responsabilidad: los medios en Gran Bretaña).
�¿Cómo interpreta el conflicto entre el derecho a la privacidad y la exposición constante de las figuras públicas en los medios?
�Es una zona gris. Tomemos el ejemplo de Blair. El primer ministro es un maestro de la ambigüedad porque cuando le interesa proyectarse como hombre de familia invita a los medios a que lo vean en su entorno cotidiano, con su mujer y sus hijos, pero ahora, cuando ya no es una prioridad proyectar esa imagen de hombre de familia, quiere imponer límites que lo protejan de la mirada indiscreta de la prensa. Es similar a lo que pasó con la princesa Diana porque ella también buscó la atención de los medios y terminó siendo una víctima de su propio juego.
�Lo que todos estos casos parecen tener en común es la eliminación de la diferencia entre lo privado y lo público. Monica Lewinsky es otro ejemplo en el que lo privado se convierte en cosa pública.
�Vivimos en una época en la que disminuyó el respeto por los políticos y por las personas en posición de autoridad. Todo el mundo sabe la historia del cigarro de Clinton y, sin embargo, a principios de los �60, hubo otro presidente, John F. Kennedy, que también tuvo romances con una serie de mujeres. Los medios de la época sabían lo que estaba pasando pero, por ese trato deferencial que tenían los medios y la gente hacia sus gobernantes, eligieron el silencio. En este sentido estamos viviendo en un período más democrático. Por otra parte, no cabe duda de que los medios y los intereses comerciales que los dominan tienen su propia dinámica en la búsqueda de la noticia. Los ejemplos sobran. Es el caso de Lady Diana, cuando la fotografiaron mientras hacía gimnasia, o, mucho peor, el de los fotógrafos que se metieron en un quirófano para filmar a un actor que estaba siendo sometido a una operación de cerebro.
�¿Es posible revertir esta progresiva eliminación entre las fronteras de lo público y lo privado?
�Acá en Gran Bretaña hay mucha presión para que los medios ejerzan cierta forma de autocontrol. Los medios se pusieron de acuerdo en un código de conducta y tenemos la Press Complaints Authority, un organismo independiente al que la gente puede acudir para quejarse en casos de abuso o invasión de la privacidad por parte de la prensa. El código de conducta define claramente que se puede investigar la conducta de personajes públicos cuando es de interés público. Caso típico, si un político hace una campaña a favor de la fidelidad y la familia, y tiene al mismo tiempo relaciones extraconyugales. En mi opinión, el mayor conocimiento que tenemos de la clase política es un avance democrático, pero en muchos casos no se ha sabido o no se ha querido distinguir entre dos conceptos. Una cosa es el interés público y otro lo que interesa al público. Lo primero es legítimo. Lo segundo puede infringir el derecho a la privacidad que tiene toda persona. Y la línea que separa uno y otro es a veces borrosa.

 

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