Desde la ventana
del segundo piso del gimnasio se ven las copas de los árboles altos que
le dan ese amparo elegante a Coronel Díaz. Frente a las cintas fijas, hay
dos televisores que las mujeres y los hombres que corren o caminan sus
quince o veinte minutos miran para entretenerse. Los canales, vaya a saber
por qué, son fijos. MuchMusic y TN.
Como es de rigor en todos los
gimnasios, hay música muy fuerte, que en éste viene del televisor. De
uno de ellos, el que está sintonizado en MuchMusic. De modo que aquellos
que hacen cinta y se interesan por las noticias las ven con la banda de
sonido del canal de al lado. El efecto siempre es raro. Se puede ver a De
la Rúa en reunión de gabinete con música de Beck, o a Aníbal Ibarra
dando besos a vecinas de la ciudad con música de Emanuel Ortega, o
ambulancias llevando heridos después de un choque en Constitución con música
de los Fabulosos Cadillacs.
El viernes por la mañana, el
canal de noticias transmitía imágenes sin editar que acababan de llegar
de Salta, con música de Shakira. Se veía el incendio de la Municipalidad
de General Mosconi, un hombre desmayado por los gases lacrimógenos, sus
compañeros apantallándolo, un mujer llorando desconsoladamente, grupos
de jóvenes arrancando computadoras y equipos electrónicos en la
Municipalidad y arrojándolos al fuego, las poses amenazantes de los
gendarmes, la gente acercándoseles y gritando, mientras Shakira cantaba
"No creo en Jean Paul Sartre, no creo en Carlos Marx", o
"Unos pocos nos manejan como piezas de ajedrez, pero no soy la clase
de idiota que se deja convencer".
Hago caminata ligera a 6 kilómetros
por hora, y después de los primeros cinco minutos subo a 8. Pasados los
12 minutos vuelvo a 6. Cuando promediaba mi turno en la cinta, se produjo
el eclipse entre Salta y Shakira, y esa percepción esquizofrénica de la
realidad que siempre había tenido entre las imágenes del noticiero con
el sonido del canal de música llegó a su paroxismo con la explosión
social incontenible y los temas que, por otra parte, escucho también en
casa porque a las niñas de tercer grado se les ha dado por ser fanáticas
de esa cantante que las induce a repetir sin saber lo que dicen "Si
te vas con esa bruja, pedazo de cuero, no vuelvas nunca más" y a
aprender la danza del vientre con sus pancitas casi prepúberes, pero que
todavía tienen restos de las panzas redondeadas que llevaban hace apenas
un año.
Cuando TN mostró a un grupo de
hombres corriendo con papeles en llamas y tirando abajo una puerta de la
Municipalidad, y escuché a Shakira cantar algo sobre "tus ojos de
cristal", hacía bastante que no sólo había perdido la cuenta de
los minutos y los kilómetros, sino la noción de dónde estaba. Perdí el
equilibrio y me caí de culo en el piso, mientras la cinta seguía
andando, como el mundo, los salteños seguían desesperándose por la
falta de un trabajo que les supone apenas 160 pesos por mes y Shakira seguía
impostando su voz árabe. Ver la expresión de ira y de impotencia de esas caras del norte desde la cinta fija de un gimnasio porteño y con música top ten es un peligro, y no de los menores, a los que uno está expuesto si acepta la vida tal como viene. La vida viene rara. Viene hecha pedazos. Viene hecha fragmentos. Los usos y costumbres urbanos remiendan la vida así: no nos privan de los datos de la realidad, pero le ponen de fondo una música inapropiada y nos la cuentan en el momento más inoportuno. Perder el equilibrio, caerse, a veces, es la señal más clara de que uno conserva sano algún parámetro.
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