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"Miralo a Carlos. ¡Qué bien le fue a este muchacho! Pensar
que era empleado mío", dijo Mariano Cúneo Libarona que ironizó
Monzer Al Kassar al ver la portada de La pista siria. El comentario
formaba parte de las que, según Mariano Cúneo, serán sus memorias y fue
hecho en 1994, en el hotel Meliá Castilla, de Madrid, donde había sido
convocado por los abogados españoles del sirio para contratar sus
servicios profesionales y llevar la causa abierta en Argentina. No
obstante, la negociación la mantuvo, en persona, el propio interesado. Al
Kassar --cuenta Cúneo Libarona-- quería visitar a su hermano enfermo en
Siria y necesitaba estar seguro de no ser alcanzado por una orden
internacional de busca y captura dictada por la Justicia federal
argentina. El joven penalista le advirtió que la caución que se le fijaría
por la eximición de prisión podía rondar los 300 mil pesos. "Es
mucho", habría contestado el árabe.
Monzer Al Kassar no había sido
muy delicado para elegir a sus abogados españoles, Ernesto
La preocupación del sirio fue infundada. En los seis años que
siguieron, el juzgado federal 2 jamás dictó una orden de captura en su
contra. Es más, el expediente quedó afectado por una parálisis de la
que ya parecía no salir. Hasta que hace dos semanas, Monzer Al Kassar
recibió la citación para prestar declaración indagatoria. Al pisar la
sede de los tribunales de Retiro, Al Kassar emanaba tranquilidad y, con la
anuencia de sus letrados, respondió sin pelos en la lengua. Como ya lo
había anticipado Cúneo Libarona, el sirio no ahorró menciones a su
relación con Menem. El ex presidente lo recibió varias veces, le insistió
en proveerle de un pasaporte, puso a su disposición funcionarios que le
allanaron los trámites y hasta la corbata para la foto. "El problema
lo tiene él, no yo", fue la conclusión. Contra toda previsión, su
paso por Buenos Aires estuvo signado por un importante despliegue mediático:
entrevistas en gráfica y en televisión. Un recurso que bien podría
haberse inspirado en la filosofía de Cúneo Libarona, quien sostiene que
"al cliente hay que defenderlo en todos los ámbitos. Y a mí, en el
fondo, me gusta dar la cara ante los medios. A veces lo pide el mismo
cliente". En este caso no fue Víctor Stinfale quien se sentó frente
a Mariano Grondona sino el imputado. Cúneo Libarona no hubiera podido
hacerlo. Al Kassar logró un doble propósito: puso la pelota en el tejado
del por el momento intocable Carlos Menem, seriamente comprometido por las
confesiones de su medio pariente. Y lanzó un desafío: habrá que ver quién
se atreve a continuar investigando en esa dirección; quién es el guapo
que le pone el cascabel al gato.
Cúneo Libarona y Víctor
Stinfale son viejos conocidos e, incluso, Stinfale ha admitido el lazo de
amistad que los vincula. Ambos fueron letrados en el "caso
Coppola" (Cúneo, del representante de Maradona y Stinfale, del amigo
del jugador y novio de Samantha, Yayo Cozza); luego, ambos volvieron a
cruzarse en la investigación del atentado a la AMIA. Stinfale como
defensor del desarmador de coches Carlos Telleldín y Cúneo, del
comisario Juan José Ribelli. A raíz de esa causa y de la sustracción de
un video en el que se podía ver y oír un extraño diálogo entre el juez
Juan José Galeano y el detenido Telleldín, Cúneo Libarona y Coco
Ballestero fueron a dar con sus huesos a prisión. Cúneo Libarona es
famoso por sus recursos poco ortodoxos y su habilidad para trabajar sobre
las fisuras --reales o imaginarias-- de los procesos en los que
interviene, una táctica que no es ajena tampoco a las marañas de
relaciones que cimentan el entramado entre el poder político y el Poder
Judicial.
Es obvio que si el amigo de
Emir y ex abogado de Amira hubiese asumido públicamente la defensa del
socio de Amira, Monzer Al Kassar, el juez Ballestero hubiera estado
obligado a excusarse. Con Víctor Stinfale en la tarea, Ballestero no tuvo
necesidad de apartarse. Pero la causa de la radicación y obtención de
pasaporte del traficante de armas sirio, un mago en el arte de circular
por el mundo con falsa documentación, tuvo como detonante una interna
entre magistrados, que no sabían que el asunto doméstico iba a atravesar
de arriba a abajo al gobierno de Carlos Menem y a complicarle la vida a más
de un juez federal.
Un duro encono se había
desatado en Mendoza entre los jueces federales Gerardo Walter Rodríguez y
Jorge Burad. Burad fue quien dio jaque mate al descubrir que Rodríguez
era el artífice de una media docena de radicaciones irregulares otorgadas
a ciudadanos árabes. Burad incriminó como cerebro del negocio a Roberto
Sastre, un empresario de la provincia, cuñado del ex ministro de Trabajo
y ex procurador del Tesoro Rodolfo Díaz, quien tiempo antes había Como se ve, el tema tiene sus bemoles. Jueces, fiscales, funcionarios judiciales tan comprometidos como relevantes ex miembros del Ejecutivo: Amira Yoma, Julio Mera Figueroa, Humberto Romero, Carlos Aurelio "Za-Za" Martínez, Nicolás Becerra, y el propio Carlos Menem. Queda por saber, además, si el tranquilo viaje de Al Kassar a Buenos Aires, así como sus audaces e inesperadas declaraciones respecto de Carlos Menem, no está dando a entender que quizás desde algún lugar, mucho más importante que los tribunales federales porteños, al ex presidente le hayan bajado el pulgar. La reciente publicación del informe francés que señala la creciente presencia del narcotráfico durante sus diez años de gestión coincidió con el súbito apego a la verdad del ciudadano sirio, protegido del gobierno español. Un personaje al que gente muy informada suele adjudicar, además de fluidos contactos con servicios secretos internacionales, la pertenencia al MI5 inglés.
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