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PATRICIA MARCHAK, SOCIOLOGA CANADIENSE
"Los militares argentinos no eran psicópatas,creían que cumplían una misión divina"

La socióloga Patricia Marchak es presidenta de la Academia de Humanidades y Ciencias Sociales de la Royal Society of Canada y visitó Argentina para presentar su libro "God's Assassins", sobre el terrorismo de Estado en Argentina. "¿Cómo fue posible que en una sociedad inteligente y culta se haya instalado un régimen tan brutal en los 70?" se preguntó en su primera visita al comienzo de los años 80.


Por Luis Bruschtein
t.gif (862 bytes) "Cuando conocí Argentina no podía entender cómo en este país se había producido una situación tan brutal como la instalación del terrorismo de Estado en los años 70" señaló a Página/12 Patricia Marchak, una de las sociólogas más reconocidas en Canadá, profesora en la Universidad de British Columbia y presidenta de la Academia de Humanidades y Ciencias Sociales de la Royal Society of Canada. Fruto de esa sorpresa fue un intenso trabajo de investigación que incluyó más de 125 entrevistas, entre ellas a varios de los militares que participaron en la represión durante la dictadura. Marchak, que ha escrito libros sobre economía, problemáticas ambientales, racismo y sexualidad, visitó recientemente Argentina para presentar en la Feria del Libro su último trabajo God's Assassins. State terrorism in Argentina in the 1970s (Asesinos de Dios. Terrorismo de Estado en Argentina en los '70).

  --La pregunta que se formula al comienzo de su libro Asesinos de Dios... es: ¿cómo fue posible que el terrorismo de Estado se instalara en un país como la Argentina?

  --A mí me sorprendió mucho que haya sucedido aquí, con gente muy sofisticada, un país cosmopolita... ¿Cómo pudo suceder? Y creo que no hay una respuesta sencilla. Hay que buscarla buceando en la historia. Parte de la respuesta está en esa historia larga de intervencionismo de los militares que comienza en los años 30, también en parte en el período peronista. Entre la izquierda y la derecha peronistas, las instituciones de la sociedad se destruyeron, se destruyó el sistema judicial, las universidades eran permanentemente intervenidas, incluso el sistema escolar. Los medios, los periodistas, vivían permanentemente aterrorizados. El poder de los sindicatos durante el gobierno de Perón era muy fuerte, pero los sindicatos no eran independientes sino que estaban organizados dentro del Estado. Cuando llegaron los años 70 con toda la violencia no hubo instituciones independientes que pudieran intervenir. Para los estudiantes no existía un modo legítimo, legal, de desarrollar su política. Entonces, estos grupos distintos, por un lado los militares con toda su fuerza militar, los sindicatos que tenían bastante poder y que también estaban en pugna con los militares, y después los estudiantes que terminaron convirtiéndose en grupos guerrilleros, estaban tratando de ganar espacio en el control del Estado, sobre todo después del regreso y la muerte de Perón.

  --¿Según las conclusiones de su investigación, usted piensa que los militares llegan al poder para imponer un programa económico?

  --Hacia finales del gobierno de Perón y bajo el gobierno de Isabel, estaban la Triple A, los guerrilleros y los sindicatos, en pugna en una situación de anarquía. Yo pienso que los militares eran una fuerza reaccionaria. Mucha de la gente que yo entrevisté cree que los militares habían dado el golpe impulsados por una ideología neoliberal. De hecho ellos pusieron a Alfredo Martínez de Hoz y trataron de aplicar un programa neoliberal. Pero creo que los militares no fueron muy inteligentes, no tuvieron un programa de gobierno positivo. Ellos actuaban por la negativa, reaccionando con la intención de salvar el statu quo. Además Martínez de Hoz no tuvo éxito con su programa. El neoliberalismo fue mucho más exitoso más adelante, durante el proceso democrático.

  --En varias de las entrevistas que usted mantuvo con militares represores de la dictadura, ellos reconocen que se cometieron violaciones a los derechos humanos, algo que no es habitual, pero ¿cómo le pareció a usted que ellos compaginan esas violaciones a los derechos humanos con la defensa de una civilización cristiana?

  --Ellos insisten en que estaban defendiendo a la cristiandad y a la civilización occidental. Creo que así piensan las dos generaciones de militares, los que eran altos oficiales durante la dictadura así como los de menor graduación en esa época. La generación mayor de militares argumentan con los horrores de los que salvaron a la Nación. Ellos creían que los guerrilleros iban a destruir a la Nación, que los guerrilleros eran todos comunistas. Esa generación de militares de más graduación defiende también la gestión de gobierno de los militares y la política económica que impulsaron. Los que eran más jóvenes defienden la represión, pero se permiten criticar la gestión de gobierno y aspectos de la política económica.

  --¿Pero no advertían la contradicción entre los métodos y sus supuestos fines?

  --No. Ellos decían que los métodos se justificaban porque aseguraban que era el único modo de salvar la Nación, de extirpar definitivamente a la guerrilla...

  --Ellos sentían que a pesar de cometer esas aberraciones eran personas normales... ¿Usted piensa también que son normales?

  --Sí. Esa pregunta se plantea también con los nazis en Alemania, con los casos de violaciones a los derechos humanos en Yugoslavia. ¿Son psicópatas, son personas terribles? Todos los que estudiaron a esta gente afirman que son personas normales. Ellos podían hacer estas cosas terribles y después se iban a sus casas con sus familias. Creo que no eran psicópatas. Pero para poder hacerlo tenían que creer que era una misión de Dios, que tenían la misión divina de hacerlo, como si fueran cruzados. Eso es lo que me pareció a mí también durante las entrevistas que realicé.

  --Aun después de tantos años usted no notó que tuvieran dudas, que se permitieran un atisbo de reflexión...

  --No. En las entrevistas con ex guerrilleros sí advertí que tenían dudas, una sensación de dolor o de sufrimiento, pero no encontré lo mismo en los ex militares. Creo que los militares, los que yo entrevisté y los que a veces veo descriptos en los medios, justificaron sus actos y sienten que la sociedad no los ha recompensado por lo que ellos hicieron en defensa de la sociedad.

  --¿Usted sintió que esas personas son peligrosas en la actualidad?

  --No sé. Creo que algunos de esos militares se convirtieron en algo brutal, que fueron los que participaron directamente en la tortura, que sí pueden ser peligrosos. Pero no creo que sea el caso de los oficiales de más graduación o de la gente que yo entrevisté. En la época que estuve haciendo la investigación para este libro, el capitán Adolfo Scilingo fue atacado y le marcaron la cara. Y creo que quienes lo agredieron fueron otros militares.

  --¿Cómo fue recibido su libro en Canadá sobre una realidad no tan cercana?

  --En realidad, Canadá y Argentina tuvieron un desarrollo muy parecido al comienzo, a pesar de las diferencias. De todos modos la temática de los derechos humanos preocupa mucho a los canadienses. Es cierto que allá se discute mucho sobre algunos problemas de las instituciones que nosotros no llegamos a conocer. No hemos tenido una historia de intervencionismo militar. En Canadá el ejército prácticamente no existe. Es muy pequeño y sólo ha participado en conflictos de tipo internacional, como las guerras mundiales o en misiones de paz para las Naciones Unidas. Nunca se le dio funciones de policía interna. Esa es una gran diferencia. El ejército canadiense, aun cuando quisiera, no podría por su tamaño controlar todo el territorio. En Canadá se discute mucho sobre la preservación de los derechos humanos pese a que no tuvimos la experiencia de que éstos fueran violados en forma tan masiva. Ese interés fue una de las razones de que no tuviera demasiados problemas para conseguir fondos para este proyecto. Ahora estoy empezando a trabajar con relación a esta temática, pero sobre el proceso que se vivió en Sudáfrica y en pocos días tengo previsto un viaje a Johannesburgo.

  --¿Cómo surgió su relación con Argentina y la idea de hacer esta investigación?

  --Me gusta la Argentina. Vine como turista mucho tiempo antes de empezar el libro, vi a las Madres de Plaza de Mayo, a principios de la década de los años 80. Me hice la pregunta del libro: ¿cómo pudo haber pasado aquí? Conocimos a mucha gente y simpatizamos con todos. La gente es amistosa, inteligente, apasionada, y sin embargo había pasado ese horror. Yo quería saber por qué había pasado. Arreglamos nuestro tiempo para instalarnos por un período aquí. Mi esposo habla español, él estaba jubilado y pudo acompañarme. Sin él no podría haber hecho este libro. Sigue habiendo muchos problemas aquí, pero yo espero que los resuelvan. Por supuesto, el interés partió también por el hecho de que soy socióloga y escribo sobre política, economía y problemas del medio ambiente.

  --De alguna manera y en rasgos muy generales, su conclusión es la de un país con gente educada, inteligente, pero con instituciones débiles...

  --Algo así, pero en el marco de una larga historia donde estas instituciones fueron destruidas una a una. Todavía hay mucha corrupción y eso va socavando la confianza de la gente en mantener las instituciones. Eso también genera violencia.

  --Después de los indultos y de toda la legislación, digamos de amnistía,  parece que se abrirían nuevos juicios por delitos que quedaron afuera de ese perdón, como la sustracción de menores y los robos. Este tipo de delitos quedaría fuera también de lo que podría ser esa concepción mesiánica de su misión de cruzados...

  --Creo que lo que pasa con el terrorismo de Estado es que comienza con algo teórico, anticomunista o la salvación de la Nación, pero una vez que se desata la violencia, la forma en que la encaran, el secuestro de niños, adolescentes, la mayoría de los guerrilleros era muy joven, eran chicos, secuestrarlos, torturarlos... eso genera personas que dejan su conciencia fuera, realmente no lo pueden manejar. Y después cualquier cosa es posible. Una vez que se comete semejante atrocidad se abre la posibilidad de que se cometa cualquier otra aberración. También es cierto que la gente que comienza el proceso no es la que lo mantiene en marcha, cada vez interviene más gente y al mismo tiempo esta gente suma otros motivos, otras razones. Pareciera una contradicción que yo diga que la gente que hizo esto puede hacer cualquier otra cosa y al mismo tiempo afirme que no son psicópatas. Creo que hubo distintos grupos. Los líderes no eran los que estaban en una sala de tortura haciendo el trabajo sucio. Los que lo hicieron porque verdaderamente creían en la ideología eran cuerdos, no estaban locos, se creían cruzados. Son cuerdos, pero no tenían sentido del equilibrio.

  --Qué diferencias encuentra en la Argentina, desde el punto de vista del conflicto entre esa realidad que usted reconstruyó en el libro y la realidad actual?

  --El período del 76�86 fue de terrorismo organizado. También estaban en este marco los que eran simplemente corruptos, como Massera por ejemplo, que simplemente mantenía sus propias ambiciones. Se trataba de un período organizado intencionalmente para controlar a la población. Ahora sigue habiendo corrupción, siguen teniendo problemas económicos, pareciera que todavía no está resuelto el tema político, pero no hay terrorismo organizado por el Estado. Usted habla conmigo y es periodista, yo puedo dar un discurso como lo di el otro día con las Madres de Plaza de Mayo y suponemos que estamos seguros, que no corremos peligro, que no era lo que sucedía en aquellos momentos.

  --¿Cuáles piensa usted que serían las soluciones para las secuelas que dejó ese período en la sociedad?

  --Creo que nadie puede vivir el resto de su vida como si esto no hubiera pasado. Conocí a mucha gente que en esa época era muy joven, que tiene muchas cicatrices, muchas marcas y obviamente las Madres tienen heridas y también son intransigentes; ellas no perdonarán, duele, es como una herida abierta... Pero hay otras personas que se han encerrado como en un pozo. No hablan de lo que pasó. Mucha de la gente que entrevisté me dijo que estas cosas no se las hubieran contado a un argentino. Facilitó mucho mi trabajo el hecho de que funcionara como traductor mi marido, que sabe español, pero no es argentino. Pero también muchas personas me dijeron que querían que el mundo supiera lo que pasó, me alentaron a escribir el libro. Yo pensé que se iban a resentir con alguien que viniera de fuera. El tema es cómo hace la sociedad para recordar, pero aprender a perdonar. Esto no ha pasado todavía. Me parece una buena idea los juicios de la verdad como el que hay en Córdoba. Son una buena idea. Las Madres no están de acuerdo conmigo. Dicen que la verdad no es suficiente. Yo lo entiendo y respeto esa decisión, pero creo que la verdad es muy importante. En Chile ni siquiera saben la verdad todavía. Es una sociedad muy cerrada. Hicimos entrevistas en Chile y la gente tiene miedo de hablar. Creo que la comisión que hizo las investigaciones sobre detenidos y desaparecidos en Argentina, la Conadep, fue muy importante. En la Argentina el Nunca Más se enseña en las escuelas y se puede comprar en cualquier librería o quiosco. Tuvimos muchísimas dificultades para obtener el informe chileno porque en las librerías no está, la gente no sabe ni que existe. Yo creo que en la Argentina se han dado pasos muy importantes, pero todavía no tiene justicia. Tal vez los tribunales deban tomar una decisión fundamental para remover las leyes de amnistía.

 

¿POR QUE PATRICIA MARCHAK?

Por L.B.

La distancia aporta luz

La pasión, el dolor, el odio o los intereses creados, entre otras emociones y condicionamientos, hacen que muchas veces los argentinos no sean los mejores historiadores de sus acciones más o menos recientes. La historia reciente, que ya no es tan reciente, no se deja abordar tan fácilmente por sus protagonistas. Es que a pesar de que los años mantuvieron su marcha, se trata de una historia que no terminó de ser saldada y siempre termina de superponerse con las problemáticas actuales. Surge repentinamente, como ahora con las resistencias de los militares a los juicios por la verdad. Se trata, supuestamente, de historias pasadas que de repente se entrometen en el presente.

  Cuando los militares insisten en que hay que terminar con esa historia de una vez por todas y la fórmula que proponen es el olvido, no se dan cuenta de que contribuyen a mantener esa actualidad del tema que tanto les molesta. A veces, una mirada menos apasionada y distante arroja un poco de luz. Es el mérito del trabajo que presentó la socióloga Patricia Marchak en la Feria del Libro sobre el terrorismo de Estado en Argentina: God's Assassins.

  Se puede estar más o menos de acuerdo con sus evaluaciones políticas sobre determinados procesos históricos o con la valoración general que se haga del significado de fenómenos sociales y económicos en países como Argentina donde estos procesos no se desarrollan con las herramientas institucionales que eligen sino con las que cuentan. Una realidad más cercana, en cuanto al desarrollo de esas instituciones, a Bolivia o a Brasil que a Canadá. Sin embargo se trata de un trabajo científico de abordaje de una realidad histórica que resulta distinto de aquellos más atravesados por las pasiones y las ideas preformadas de quien ha sido protagonista o ha sido afectado de alguna manera por esos procesos. Resulta alentador que pese a esos puntos de partida tan diferentes, muchas de las conclusiones resulten coincidentes.

  La historia de cómo decidió escribir su libro comenzó por la sorpresa ante una aparente contradicción: un país con un alto índice cultural y educativo donde se instalaba uno de los procesos más brutales del continente. Se supone que lo primero previene o atempera lo segundo. Es una aparente contradicción que a veces también confunde a muchos argentinos que ni siquiera intentan explicársela.

 

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