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Lemmy, un abuelo terco y simpático

Su legendaria banda, Motorhead, volvió a sacudir el estadio Obras con la receta de siempre: rock and roll sucio y desprolijo.


Por Mariana Enríquez
t.gif (862 bytes) Lemmy Kilmister bautizó a su banda en 1975 con un americanismo usado para definir a los fanáticos de la velocidad. En aquel momento, ciertamente Motorhead era una de las bandas más veloces del mundo, con un sonido que hacía pensar en autos, cerveza, carretera, mujeres, una estética bastante norteamericana para una banda inglesa, con un cantante-bajista que recordaba a un miembro de los Hell Angels, con su doble cinturón de tachas, su pelo largo y grasoso, la tremenda verruga en la mejilla y las condecoraciones de la Segunda Guerra Mundial colgando de su camisa negra. Hoy Lemmy es una leyenda rockera, símbolo de una actitud pasada de moda y casi caricaturesca, y por eso mismo simpática. Y a pesar de que en términos de evolución musical Motorhead ha dejado de importar hace tiempo, la banda sigue sonando ajustada, bestial y sobre todo, divertida. 

  El sábado a la noche, cuando Motorhead concretó una nueva visita al Estadio Obras de Buenos Aires, subió al escenario con el mismo uniforme negro con que lo viene haciendo desde hace 25 años. La misma voz aguardentosa, y comandando a una banda veloz y brutal. Claro que, en la inmensa diversidad en que se ha convertido el heavy hoy, Motorhead dejó de ser hace tiempo la banda más rápida del mundo, y hoy es casi un anacronismo rockero, clásico, que cuenta con una sorprendente legión de seguidores en Argentina. El estadio Obras estaba colmado de entusiastas seguidores, con populares y campo repletos, confirmando a Motorhead como una de esas bandas que viven un romance con el público argentino al punto que puede decirse que se han convertido en locales, de la misma manera que Ramones, Megadeth, Die Toten Hosen o Pantera. El público de Motorhead no está compuesto de adolescentes, supera en general los 25 años, y no es frecuente ver a los heavies que convocan bandas como A.N.I.M.A.L, con sus gorritas y sus pantalones enormes, sino que los que cantan "Motorhead, un sentimiento" llevan tachas, remeras de Almafuerte y enarbolan banderas con el logo de Peugeot. Entre los que revoleaban la cabeza con insistencia estaba Eduardo de la Puente, que desde la consola coreaba todos los temas, tan compenetrado como el headbanger más entusiasta.

  El show empezó puntualmente a las 23 con un volumen relativamente bajo (Lemmy le preguntó varias veces a la gente si no les parecía que debían subirlo) y recorrió terrenos conocidos. Motorhead no es una banda que pretenda originalidad, y ciertamente tampoco es lo que buscan los fans: es un grupo conservador en su visión del rock'n'roll más salvaje y lo que debe ser: potente, rápido, pesado, callejero, sin sutilezas. El set contó con canciones de su disco Sacrifice como "I'll be your shoulder" y clásicos heavies como el coreadísimo "Born To Raise Hell" y "Ace of Spades". La sorpresa de la noche fue una sucia versión de "God Save de Queen" de los Sex Pistols, que, según anunció Lemmy, estará incluido en su nuevo álbum, enteramente de covers, al que "en el colmo de la originalidad bautizamos 'We are Motorhead'". Después de la calurosa recepción a los aullados "No Future", Lemmy, con menos pelo pero la misma actitud de abuelo peligroso y simpático, celebró la noche diciendo: "Ya se los dije cuando toqué con Ramones aquí hace unos años: ustedes son la mejor audiencia ante la que estuve en toda mi vida, los amo". El cariño es recíproco y se veía en la enorme cantidad de remeras de la banda: es legendario aquello que dijo Lemmy alguna vez, que si recibiera royalties por cada remera vendida sería millonario.

 

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