Por Esteban Pintos
La ecuación funciona más o menos así: el espectador promedio de El camino del samurai (traducción del subtítulo que acompaña al original Ghost dog) sale del cine preguntándose dónde comprar, conseguir o procurarse de alguna manera esa banda de sonido. Así, se sabe de compulsivos consumidores que lo han intentado no bien concluida la proyección. Así nomás, sin anestesia. Tal el efecto adictivo que produce la compleja trama de sonidos, voces y ritmos que el artista conocido como The RZA �parte del colectivo hip hop más importante del momento, el Wu-Tang Clan� elaboró y compiló para ambientar la historia del gángster negro que rige sus actos de acuerdo con el código del guerrero samurai.
Quienes vieron el film, lo tienen claro. El perro fantasma, taciturno y letal, que compone magistralmente Forrest Whitaker es un rapper aunque no rime versos sobre una base pregrabada. Es rapper vistiendo, hablando, conduciendo un auto, escuchando música. Más claro: se es rapper siendo negro, aquí y ahora, año 2000. Tratándose tal vez de la película más hip hop del cine norteamericano desde que el género existe como tal, por encima inclusive de las de Spike Lee, su banda de sonido define un tiempo y un lugar. El hip hop como cultura negra de avanzada hace tiempo que refleja un estado de situación que, en el caso de la obra de Jarmusch, se traduce y exhibe en la corpulenta pero elegante figura del asesino amante de las palomas. Y en la música que, con un gesto propio de guerrero místico de otro tiempo, introduce en cada lectora de cd�s que tiene a mano.
Así el trabajo de RZA brilla a la altura de semejante pretensión. El disco está lleno de citas ocultas y homenajes explícitos a la mejor black music: es hip hop, claro, pero hip hop como hijo pródigo de décadas de tradición de soul, rhythm and blues, gospel y demás subgéneros tratados en laboratorio de sonidos. Como si se tratara efectivamente de unos de esos viajes en auto que el protagonista emprende cada noche por calles vacías y sucias, los 19 tracks �canciones más lecturas del Hagakure: the book of the samurai, de Tsunetomo Yamamoto, el libro inspirador del guión� guían al oyente por un territorio urbano tan hostil como excitante, siempre oscuro. He aquí una obra de compleja ingeniería sonora que bien puede ir y volver en el tiempo dentro de una misma canción, lujo más que irreverencia. Si no, chequear �The man�, con su piano repitiéndose bajo una atmósfera de samples y voces entrecruzadas, traídas como espectros del más allá tras la rima de dos hombres a temer, apodados �Masta Killa� y �Superb�. Verdadera música urbana, responsabilidad de nombres tan desconocidos como los mencionados anteriormente y más: ahí están Sunz of Man, 12 O�Clock & Blue Raspberry, Black Knights, Suga Bang Bang, Tekitha, Jeru & Afu Ra y el mismísimo Wu-Tang. Voces, rimas, ambientes, beats, una batería de estímulos auditivos contenidos en el formato más o menos típico de un nuevo tipo de canción.
Ahora bien: ¿quién es RZA? El tipo vestido con ropas de camuflaje militar que, casi al final de la película, cruza un saludo con el personaje de Whitaker. Es Robert Diggs, pero también Prince Rakeem, Chief Abbot, the Rzarector o Bobby Digital, el cerebro del conjunto Wu-Tang Clan, un interesantísimo conjunto de personalidades del rap radical de la Costa Este de Estados Unidos, con base en Staten Island, New York City. El Wu-Tang Clan es uno de los mayores iconos de la cultura urbana negra de New York, y como tal fue principal inspiración para Jarmusch, tanto como el be-bop y la filosofía zen. Nombres como los de GZA, Method Man, Ghost Face Killa, Inspektah Deck y Ol� Dirty Bastard (habitual carne de páginas policiales, por sus continuos escándalos públicos) han definido el sonido y la furia de una nación en la última década. Son nueve miembros cuya filosofía de actuación artística es, declaradamente, regida por las enseñanzas vertidas desde el monasterio de Shao Lin, el hogar para monjes dispuestos a seguir tanto las enseñanzas del budismo y las artes marciales. Tal como Ghost dog.
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