Por Verónica Abdala
La globalización como sinónimo de integración democrática a un mundo organizado en una estructura de red o, desde otro punto de vista, entendida como la prueba irrefutable de una realidad que padecen muchos y de la que se benefician unos pocos, son los dos polos de una discusión de alcance internacional que en los últimos años ha convocado a los más prestigiosos intelectuales. En el medio, claro, hay innumerables opciones, entre ellas las que defienden quienes no se reconocen, en la categoría que inventó Umberto Eco, ni como �apocalípticos� ni como �integrados�. Ayer, en el salón de un hotel porteño (el mismo en el que dos días atrás se entregaron los premios Martín Fierro), un economista y profesor universitario chileno y un pensador argentino actualizaron la polémica y se prestaron a la reflexión desde sus respectivas especialidades, acaso confirmando que la universalidad y la complejidad del fenómeno obligan a un abordaje interdisciplinario. El chileno Jaime Estévez Valencia y el argentino Santiago Kovadloff confrontaron puntos de vista en el marco de la conferencia �La globalización. ¿Convergencia de identidades o vacío cultural?�, organizada por la Fundación Osde. Además de los dos mil personas presentes, que colmaban la sala, por el sistema de teleconferencia la actividad pudo verse en salas de 28 ciudades argentinas, en una universidad de Chile y en otra de la ciudad brasilera de Porto Alegre. El chileno celebró, aunque con prudencia, la consolidación del mundo globalizado. El argentino advirtió sobre los peligros de que el �totalitarismo economicista y tecnocrático termine por convencernos de que nos es posible un sueño de mayor dignidad�.
La exposición del socialista Estévez Valencia (ex presidente de la Cámara de Diputados de Chile, presidente del Banco del Estado y consultor económico de las Naciones Unidas) se centró en las formas en que la globalización funda nuevas y poderosas identidades �de género, de especie etc...�, que se generan en tensión o en combinación con ella. Y la consolidación de otras, como las étnicas o los fundamentalismos religiosos. �En la actualidad �apostó Estévez Valencia� las personas se refugian en las identidades primarias, como las étnicas o religiosas, como rechazo y protección ante el avance de la lógica unificante que impone la globalización, y para convertir ese rechazo y necesidad de protección en algún tipo de proyecto, de un grupo feminista o ecológico, por ejemplo, local o territorial.� El chileno sostuvo que la globalización debe ser entendida, antes que como una amenaza,, como una gigantesca oportunidad para el cambio, que sin embargo todavía hay que democratizar. �¿Qué sentido tendría arriesgar un juicio moral sobre el cambio tecnológico tal como en el siglo XIX hacían los destructores de las máquinas? Debemos ser conscientes de las amenazas, pero también capaces de ver las oportunidades con las que contamos�, dijo. �Nuestro desafío, eso sí, es construir un mundo multicultural y tolerante, en donde no se persiga al diferente, sino que se lo pueda integrar.�
El ensayista argentino, entretanto, acordó con la necesidad de reconocer que el mundo asiste a una �transformación irrefrenable�, pero subrayó el �carácter totalitario� de la globalización y los aspectos más negativos de las fuerzas que la motorizan. �Podemos ser optimistas o pesimistas, si entendemos el pesimismo como el optimismo bien informado�, ironizó. La globalización �encubre las mismas desigualdades de siempre, la geopolítica del hambre.� �No podemos ignorar la deshumanización generalizada en la que vivimos�, dijo. �Lo único que aún no se ha globalizado es la solidaridad.� A esa altura, el auditorio, que seguía las ponencias a través de cinco pantallas de televisión gigantescas, se preguntaba cuáles son, en definitiva, las posibilidades de revertir una realidad dominada, básicamente, por las variables economicistas, no por el Estado sino por elmercado. Para Kovadloff, �el mundo cambiará si alguna vez el hombre deja de ser una cifra o un porcentaje en una planilla de rating, cuando la tecnocracia deje de primar sobre el saber y cuando el Estado sea capaz de regular un marco ético para el desarrollo de la economía. El problema es la educación de los hombres a cargo de llevar a término la posible integración, y no los instrumentos técnicos, que no son en sí ni buenos ni malos�. Eso pensó en el siglo XIX el escritor inglés Oscar Wilde, cuando le explicaron por primera vez las virtudes del teléfono. �¡Usted podrá hablar con otras ciudades, integrarse al mundo!�, intentaron entusiasmarlo. �¡¡Ah, qué maravilla!! Y me puede decir, ¿hablar de qué?...�
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