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Las dos campanas paraguayas

 


ABC COLOR*
Un régimen ilegítimo

Los acontecimientos en nuestro país son la consecuencia varias veces prevista de las cosas mal hechas; constituyen el resultado de varios meses de esfuerzos fallidos por consolidar un régimen gubernamental viciado de ilegitimidad y cuya única salida representó �y representa aún� el retorno a la institucionalidad por la vía de los comicios generales. En efecto, de golpes militares como el que se propone en este momento no es posible esperar que surja el remedio a la irregularidad, pues lo que está torcido no podría enderezarse con una vara igualmente torcida, e intentar forzar el retorno a la regularidad por la vía violenta no asegura ni el éxito en aquel retorno ni la gratuidad de la vía elegida. Por el contrario, lo que sí podría esperarse es que el recurso a la coacción por la fuerza de las armas traiga como resultado una cadena de reacciones de similar carácter y el sumergimiento del país en el descontrol y la violencia. La responsabilidad principal por las consecuencias negativas de intentos de la naturaleza que estamos padeciendo en este momento será de quienes han elegido tal camino. Pero el régimen encabezado por el senador González Macchi tendrá también pendiendo sobre sí la culpa de haber alimentado el caldero que termina por hervir, pues, pudiendo legitimarse por la vía de los votos y del cumplimiento de la ley política fundamental, prefirió la recurrencia a interpretaciones jurídicas complacientes para sustentar las bases de su instalación. Lamentablemente, aunque este golpe fracase, habrá que esperar que sucedan otros, pues las condiciones políticas y sociales están dadas para ello. Por esta razón, sería un error grueso de parte de quienes tienen en sus manos el análisis de los acontecimientos y sus proyecciones suponer que el fracaso de este pronunciamiento militar es una victoria política del régimen gobernante o su consolidación. La opinión pública �al igual que este diario� no ve con simpatía las salidas de fuerza y reacciona ante ellas expresando su rechazo y reafirmando su adhesión a la vía pacífica y al respeto por la legalidad, pero de ninguna manera se debería distorsionar esta actitud presentándola como expresión popular de apoyo al gobierno o de simpatía hacia sus detentadores. En cuanto a la medida de estado de excepción dictada por el Poder Ejecutivo, cabe recordar que se justificará apenas por el lapso máximo que se demore en restablecer el orden público y ni una hora más; especialmente negativo y agravante será que se lo emplee como pretexto para suspender las elecciones generales ya convocadas o para apresar y perseguir a adversarios inocentes, como se hizo un año atrás.
El momento histórico que se vive es oportuno, por consiguiente, para que todos reafirmemos nuestra adhesión al sistema democrático y al estado de derecho, para exaltar las virtudes de la convivencia social pacífica y para exhortar al gobierno a que escoja voluntariamente el retorno a la regularidad constitucional, pues el continuar negándose a hacerlo no habrá de acarrear sino más momentos de zozobra como el que padecemos.
* Editorial publicada por el diario pro oviedista.


ULTIMA HORA *
Otra del tirano prófugo

Esta semana se cumplieron cuatro años de un hecho bastante singular, pero que posteriormente desembocó en dramáticos acontecimientos: Lino César Oviedo, acusado de alzamiento a la disciplina militar y con un juicio pendiente, inscribía un nuevo movimiento interno en el Partido Colorado. 
Hoy, como ayer, nuevamente el prófugo de la Justicia Lino César Oviedo, condenado a 10 años de prisión por el Tribunal Militar, ratificado por la Corte Suprema de Justicia, y procesado por la masacre de los jóvenes en la plaza y la muerte del vicepresidente Luis María Argaña, aparece vinculado a delitos de perturbación de la paz pública, asociación criminal y atentados. Por supuesto, hoy como ayer, los seguidores del prófugo se encargaron de negar sistemáticamente la responsabilidad del movimiento en los hechos mencionados. En su momento también habían negado el intento de golpe frustrado protagonizado por Lino César Oviedo en 1996. En realidad, la reiteración del ciclo (actos de violencia y negación de la responsabilidad ante los mismos) forma parte de las operaciones propias de la guerra de baja intensidad a las que nos tienen acostumbrados Lino César Oviedo y sus seguidores. Desde sus mismos orígenes, su movimiento estuvo ligado a la transgresión, al delito, a la negación de los límites básicos que organizan la convivencia humana. En ese sentido, la masacre de los jóvenes en la plaza durante los acontecimientos del Marzo paraguayo se constituyó en la demostración rotunda de que el oviedismo, lejos de ser un simple movimiento interno del Partido Colorado, era en realidad una organización delictiva disfrazada �con una siniestra picardía� de fenómeno político, que le permitiría reinterpretar en clave de persecución política cualquier sanción judicial que se intente aplicarle. Sin embargo, la persistencia del problema no se debe exclusivamente a ciertas características particulares de Lino César Oviedo, muchas de ellas explicables desde categorías psicopatológicas. Más allá de que él mismo se considera como una síntesis de Jesucristo, Mandela, Bernardino Caballero y otros, lo concreto es que el surgimiento y la continuidad del oviedismo desnudan una serie de contradicciones, duplicidades y complicidades aún presentes en nuestro ordenamiento social. Si en un principio la conocida lógica de la coexistencia pacífica, propia del Partido Colorado, permitió precisamente la emergencia de su movimiento, hoy el movimiento ha establecido otros vínculos con sectores diversos del gobierno de unidad nacional. Recordemos que ante los hechos del Marzo paraguayo, ciertos sectores del empresariado comercial, industrial y ganadero se manifestaron no precisamente a favor del orden constitucional. Estos hechos revelaban que el carácter eminentemente delictivo del oviedismo constituía, en realidad, una dimensión que progresivamente permeaba a las demás organizaciones denominadas políticas. La fragilidad de nuestra democracia encuentra su rostro más inquietante en estas complicidades. Hoy como ayer, los mismos miedos e inquietudes forman la materia de nuestro malestar cotidiano.

* Editorial del diario antioviedista firmado por Ramón Corvalán.

 

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