Por Miguel Bonasso
En una entrevista exclusiva con Página/12, realizada en su celda de Villa Devoto, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo reveló que el diputado César Arias, mensajero de confianza de Carlos Menem, le propuso la libertad para todos los presos involucrados en el intento de copamiento de La Tablada, a cambio de que dijera que esa operación se había realizado �de acuerdo con (Raúl) Alfonsín�. �Una propuesta inmoral y miserable, típica de la cueva de Alí Babá, que por supuesto rechazamos, porque es totalmente falso que el ex presidente nos indujera a la acción de La Tablada�. La entrevista duró más de dos horas y en ella participó también el compañero de celda de Gorriarán, Roberto �El Gato� Felicetti, uno de los presos �antiguos� de La Tablada, que fue recientemente trasladado desde la cárcel de Caseros, donde estuvo once años sin ver la luz del sol. El jefe del Movimiento Todos por la Patria (MTP), a quien el tribunal de Casación acaba de confirmar la sentencia a cadena perpetua dictada por la Cámara Penal de San Martín, reveló por primera vez y al detalle las negociaciones secretas que existieron entre los presos de La Tablada y los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Ambas resultaron infructuosas para lograr esa libertad que los presos de La Tablada reclaman como única �reparación posible� en consonancia con la recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA (CIDH).
Según Gorriarán, Menem fue �cruel� e �inmoral� al alentar esperanzas de liberación que no pensaba cumplir, en tanto el actual gobierno de la Alianza parece �ausente� y no da una respuesta concreta. Aunque en el PJ y en la Alianza �existen quienes tuvieron y tienen actitudes positivas�, la actitud de ambos gobiernos �sostiene Gorriarán� los ha llevado a una situación extrema: lanzar en los próximos días una huelga de hambre que no cesará �hasta lograr la solución global�. Es decir: la libertad de los presos y el �fin de la persecución a los clandestinos�. Una decisión terrible, peligrosa, que el antiguo jefe militar del ERP subraya con una frase corta, seca, que permanecerá flotando en el aire venenoso de la cárcel: �Se nos acabó la paciencia�.
�Yo estaba sentado así, en el borde de esta mesa�, dice Gorriarán, mientras copia la acción sentándose sobre el mantel de hule donde reposan las facturas y el mate que él y Felicetti han ofrecido al visitante. �Y él estaba parado acá�, agrega. �Entonces hizo salir a su secretaria y al otro visitante que había traído, bajó la voz y me insinuó esa mierda. Me dijo algo así como `ayudaría que usted dijera públicamente lo de La Tablada porque, entre nosotros, ustedes arreglaron con Alfonsín lo de La Tablada, ¿cierto?`.� Es el momento climático de la revelación por la que el periodista de Página/12 ha concurrido al penal de Villa Devoto. El antiguo jefe militar del ERP evoca su primer encuentro con el diputado justicialista César Arias, un viejo astuto que fue tal vez el operador de mayor confianza del ex presidente Carlos Menem. Para evitar escuchas y grabaciones, Gorriarán escribe la palabra �Alfonsín� en un pedazo del papel de estraza que cubría las medialunas. Los huecos del relato recién los llenará en un papel que envía al día siguiente a través de un intermediario.
César Arias visitó al antiguo guerrillero en una fecha muy curiosa: el 22 de agosto de 1998. (Cabe recordar que el 22 de agosto de 1972 fueron fusilados diecinueve guerrilleros en la base Almirante Zar de Trelew y sólo sobrevivieron tres. La masacre de Trelew fue una represalia de la dictadura militar presidida por el general Lanusse ante la fuga del penal de Rawson que comandó, entre otros, Gorriarán Merlo que, en esa oportunidad, logró escapar a Cuba junto con otros seis jefes guerrilleros.)
�¿Y usted qué le respondió a esa insinuación? �pregunta el periodista. �Yo, confieso, me quedé medio atontado y le dije que era un error pensareso. Luego me acordé que, apenas producida La Tablada, Arias había �denunciado� que la acción había sido realizada con la complicidad del gobierno de Alfonsín y (el coronel Alí Mohamed) Seineldín, dijo en un programa de (Mariano) Grondona que él había investigado la acción por encargo de Menem llegando a la misma conclusión.
�¿Por qué esperó dos años para denunciarlo?, ¿por qué lo hace en este momento? �pregunta Página/12. El jefe del MTP responde:
�No lo hice, con el consenso de mis compañeros, porque a pesar de que ya existía el Informe de la CIDH creí que una denuncia semejante podía utilizarse como excusa para no concretar una probable liberación. Pero desde que me di cuenta cuál era la intención de Menem pensé �y pensamos� en denunciarla cuando se consiguiera la libertad o cuando, como ahora, entráramos en una situación donde estuvieran agotadas las instancias legales y políticas. Bueno -.da una chupada al mate y prosigue el relato� él me miró y me dijo: `Está bien, después conversamos`. Y se fue con sus acompañantes.
En ese primer encuentro �como se informó parcialmente en aquel momento- Gorriarán le planteó a César Arias la necesidad de realizar un gran debate nacional que permitiera alcanzar una genuina convivencia democrática a través de la �recuperación de la verdad histórica�. Una discusión para arribar a la �tolerancia y el compromiso� entre quienes �antes fueron enemigos�, de la cual sólo resultarían excluidos quienes cometieron crímenes de �lesa humanidad�, como la desaparición forzosa de personas o la apropiación de niños. El tema de un posible indulto presidencial a los presos de La Tablada habría sido soslayado en las dos horas que duró el primer encuentro, hasta la insinuación final que, según Gorriarán, deslizó Arias.
La segunda visita de Arias a Villa Devoto, realizada el sábado 12 de setiembre de 1998, fue inusitadamente corta a causa, aparentemente, de que el dirigente ultramenemista fue descubierto y �escrachado� por un cronista y un fotógrafo del diario La Nación, cuando se internaba con su auto en el penal. Un �escrache� que para el desconfiado Gorriarán, antiguo oficial de inteligencia del gobierno sandinista, tenía todas las trazas de estar �preparado�. En esa ocasión los testigos se redujeron. Arias, a quien acompañaba solamente su secretaria, se limitó a dejarle al preso �que por aquel entonces estaba solo en su celda� una copia del proyecto de ley de reglamentación del artículo 36 de la Constitución nacional, que Gorriarán leyó y consideró �muy bueno�. Tan bueno que �en verdad nunca pensé, por lo bueno, que fuera en serio�. Allí se decía, por ejemplo, que los ciudadanos podían resistir con las armas a un eventual golpe de Estado y, lo más importante para los presos de La Tablada, que se prohibía juzgar a quienes lo hubieran hecho, una vez recuperada la democracia. �El tal proyecto -evoca el preso de Villa Devoto� nunca llegó a tratarse.� En cambio, la propuesta insinuada en el primer encuentro se reiteró en la segunda visita: �Antes de salir me dijo algo así: `Recuerde, facilitaría las cosas al Presidente si dijera lo de La Tablada y el gobierno de entonces`. Le volví a decir que no era así y por eso no podía decirlo. El insistió: `La próxima vez hablemos bien sobre eso`. Como ellos lo habían denunciado varias veces yo �bastante boludo lo reconozco� pensaba inicialmente `estos delirantes creen en serio que hubo un acuerdo con Alfonsín`. Aunque, pensándolo bien, a esa altura ya empecé a oler la intención�.
�¿Qué objetivo, según usted, perseguía esa propuesta de presentar el ataque a La Tablada como una operación digitada secretamente por el presidente Alfonsín?
�Visto a la distancia �recuerda Gorriarán�, en ese tiempo estaba en pleno desarrollo la campaña por la re-reelección y la propuesta quizá perseguía complicar la interna de la Alianza (que ya había ganado en la provincia de Buenos Aires en octubre del `97). Además, podría tener unefecto colateral: demostrar que la denuncia que hicimos antes de La Tablada acerca de la relación de Menem con Seineldín también había sido �arreglada� con el gobierno de Alfonsín.
Gorriarán se queda un momento silencioso, da una chupada al mate mientras me observa con sus ojos redondos y claros y luego comenta: �Quizás pensaban que ofrecernos la perspectiva de ser liberados nos hacía proclives a aceptar cualquier cosa por miserable que fuera, como esa propuesta que hacían en ese momento�.
El cronista observa esos ojos de Gorriarán que ha visto en otras latitudes y circunstancias históricas, como la Managua revolucionaria de 1982, donde lo entrevistó por primera vez cuando era un alto funcionario de la Seguridad sandinista y cosechaba el prestigio de haber ejecutado al ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Los ojos del Pelado Ricardo miraban entonces duramente, de emboquillada, con frialdad quirúrgica. Ahora parecen apagados, cansados, cuando recorre los documentos que ha seleccionado para entregarme. Donde se detallan los encuentros secretos entre los presos de La Tablada y el poder. Pero recuperan por un momento el brillo cuando su boca enmarcada por una barba en forma de candado, advierte que van �todos ellos� a la huelga de hambre. Y que esa huelga no acabará hasta obtener la libertad. El periodista se acuerda del fantasma de Bobby Sands, el diputado del Sinn Fein irlandés, que murió en huelga de hambre ante la tozuda negativa de Margaret Thatcher a dialogar con el IRA. Y lo dice en voz alta. Entonces el amable Gato Felicetti, que ha pasado la mitad de sus 45 años en prisión �ocho durante la dictadura y doce en democracia� escupe a un costado su sonrisa y dice lo mismo que su jefe, amigo y compañero de celda:
�Sabés qué pasa, ya se nos acabó la paciencia.
LA HISTORIA DE LAS RELACIONES DE LOS DETENIDOS CON LOS GOBIERNOS
Promesas, entrevistas y una rara relación
Por M.B.
Según Enrique Gorriarán Merlo las relaciones de Carlos Saúl Menem con los presos de La Tablada se caracterizaron por la perversa reiteración, todos los fines de año, de una promesa de libertad que nunca se concretó. Como un gesto innecesario que vino a sumarse a las arbitrariedades del enjuiciamiento que tuvieron lugar durante el mandato del riojano. En lo que él recuerda y dice que le consta, comenzaron en 1995 con una visita a Caseros de Alicia Pierini, entonces subsecretaria de Derechos Humanos, quien les habría propuesto que enviaran una carta al presidente Menem. Según Gorriarán incluso llevaba un borrador que �fue rechazado por los compañeros�, quienes �sí enviaron la carta, pero con su propio texto�.
En 1996 intervino como mediador el ex presidente de Costa Rica, José Figueres, y hubo una reunión con enviados del gobierno menemista en San José. Por el lado argentino intervino el ex vocero presidencial Humberto Toledo, que entonces se desempeñaba como embajador en Costa Rica, quien planteó a familiares de Gorriarán que hicieran pública la mediación y expresaran una voluntad democrática y pacifista. El entonces canciller Guido Di Tella desautorizó a Toledo y dijo que se lo sancionaba separándolo del cargo. Sin embargo, la actitud no debía ser tan individual porque Toledo fue integrado después al Grupo de Acción Política que comandaba el ministro del Interior, Carlos Corach.
En 1997 la CIDH emitió su famoso informe denunciando las graves violaciones a los derechos humanos que habían sufrido los atacantes del cuartel de La Tablada y las graves anomalías del proceso en el que se los había condenado. Recomendaban �reparar� aquellas arbitrariedades lo que, según Gorriarán, sólo puede leerse como la restitución de la libertad. �Es evidente que no pedían que nos dieran una hora más de recreo.� Menem le prometió al entonces presidente de la CIDH, Robert Goldman, que resolvería el caso.
En 1998 se produjo la curiosa visita de César Arias a Gorriarán que se relata en estas páginas.
En 1999 Goldman viajó a Buenos Aires y volvió a entrevistarse con Menem, quien les reiteró que pensaba liberar a los presos de La Tablada y los sondeó acerca de la posibilidad de soltar simétricamente al coronel Alí Seineldín y los carapintadas. Pero el 10 de diciembre tuvo que dejar el gobierno y los presos de La Tablada siguieron en la cárcel.
La llegada del nuevo gobierno abrió una cuota de esperanza, cuando el 10 de enero pasado el ministro del Interior, Federico Storani recibió ��por primera vez, de manera oficial�� a cinco familiares de los presos entre los que estaba Cecilia Gorriarán, una de las hijas del guerrillero. Storani aclaró que el presidente Fernando de la Rúa no otorgaría un indulto, porque se había opuesto siempre a esa medida y que tampoco veía factible una conmutación de penas, por lo que pensaba que se podía avanzar con el proyecto legislativo del diputado frepasista Ramón Torres Molina, que permitiría a los condenados regresar a la situación de procesados y que se les computaran dos años en vez de uno. El proyecto lleva más de un año �cajoneado� en Diputados. En la reunión estuvo presente la subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, a quien Storani designó como interlocutora con los presos de La Tablada.
En marzo se realizó una reunión en Washington a la que asistió el nuevo presidente de la CIDH, Helio Bicudo, y el anterior, Robert Goldman, así como los abogados de los presos Martha Fernández de Burgos y Rodolfo Yanzón. El gobierno argentino no envió ningún funcionario desde Buenos Aires, limitándose a destacar dos diplomáticos. La CIDH recordó sus recomendaciones y el gobierno argentino prometió ocuparse del problema, aunque pidió tiempo para expedirse. Goldman anunció que viajaría a la Argentina y, efectivamente, el 13 de marzo llegó a Buenos Aires,acompañado por Jorge Taiana (hijo). Los representantes de la CIDH se entrevistaron con varios miembros del nuevo gobierno, incluyendo al hermano del presidente, Jorge de la Rúa, y el 18 de marzo, junto con Diana Conti, fueron a visitar a los presos en el penal de Ezeiza. Allí la subsecretaria de Derechos Humanos les pidió que no hicieran la huelga de hambre que programaban para esas fechas, con lo que los presos estuvieron de acuerdo. Según Gorriarán, Felicetti ya había enviado una carta a Taiana pidiendo que informara al Gobierno que suspenderían la medida de fuerza pero que esperaban a cambio algunas señales de buena voluntad. Según el ex guerrillero, Conti tergiversó el contenido de esa reunión en declaraciones periodísticas al diario Clarín, porque al hablar del Informe de la CIDH, sólo se refirió al cuestionamiento que éste hace por la carencia de una apelación en el juicio de La Tablada, sin hablar �de las torturas y los asesinatos�. También sostuvo que �inventó el diálogo con los compañeros�, al presentarlo �como una reprimenda, cuando fue pedir que parásemos la huelga de hambre�.
Consultada por Página/12, la subsecretaria de Derechos Humanos admitió que había planteado que suspendieran la huelga y reconoció asimismo que no veía ninguna instancia ejecutiva, judicial o legislativa que pudiera acelerar por ahora la liberación de los presos de La Tablada. Una medida que ella apoyaría, a título personal, �para los muchachos, pero no para Gorriarán que ya está grandecito�.
Portones, patios menudos,
paredes amarillo durazno
Por M.B.
Jueves 18 de mayo, frente a los muros descascarados de Villa Devoto se agolpan decenas de mujeres, de tricotas raídas, bolsas de feria, prole fatigada y cargosa que se limpia los mocos con la mano y ratifica en el cronista la vieja sospecha popular de que en este país �sólo los pobres van en cana�.
Ser preso político, pese a todo, supone algún privilegio, engendra en la autoridad penitenciaria el saludable miedo burocrático a que el preso en cuestión lo emplome en los medios o ante la famosa CIDH. Cuando mi acompañante-intermediario anuncia escuetamente �Gorriarán�, algo se mueve a favor en la tronera del gris portón de acero y el guardia del Servicio Penitenciario nos deja entrar. Tras pasar por un detector de metales que está de adorno y recibir una tarjeta plastificada que conoció mejores días pasamos a identificarnos en una oficina pequeña, con viejas mugres frías (un clásico de la administración pública nacional), un cuadro que muestra a un sonriente Jesucristo y los inevitables escritorios de metal, donde dos suboficiales (un femenino y un masculino) nos toman los datos indispensables. Con democrática cortesía. Allí esperamos �poco en verdad� hasta que otra pareja de suboficiales (otro femenino y otro masculino) vienen a buscarnos y, con muy buenas maneras, nos conducen a otro portón que comunica esa antesala de la prisión con la prisión misma. El individuo que controla esa entrada, no es tan amable como sus colegas del SPF. Es un hombre bajo, rudo, cetrino, de mirada torva, que viene indiscutiblemente desde el hondón de los autoritarismos. Una verdadera yarará con botas.
La yarará abre y salimos a un vasto patio, rodeado de huertas, jardines y viejos pabellones amarillos edificados en los años veinte. A nuestras espaldas el muro almenado que da a la calle Bermúdez, se puebla rápidamente de centinelas que apuntan. Nuestro trayecto es seguido por la mira de los FAL a la distancia: al cabo vamos a ver a dos prisioneros catalogados como de extrema peligrosidad. Pero es un movimiento discreto, que sólo perciben los entendidos.
Debemos pasar aún dos accesos. Uno, en la alambrada que separa el primer patio de la huerta, el segundo en una garita donde una guardia especial custodia la amplia y cómoda celda donde pasa sus días y sus noches el antiguo jefe militar del ERP, el líder del MTP, el legendario, odiado, discutido, olvidado y perseguido Enrique Haroldo Gorriarán Merlo. Que lleva cinco años en prisión y está condenado a perpetua por la Cámara Penal de San Martín, en un fallo refrendado por el Tribunal de Casación hace pocos días.
Tras pasar la nueva guardia, ingresamos a un patio mezquino, gris, tristón, de cuatro por cuatro, pero dotado de la indiscutible ventaja del cielo abierto y del lujo de un anafe oxidado que sirve, sin embargo, para preparar un asadito. Hay una puerta y un pasillo que conducen al baño y a la larga celda, en forma de chorizo, que hace las veces de cocina y dormitorio para dos. Todo en color amarillo durazno. Sordidón y desvaído, pero cómodo y decente en materia de derechos humanos. Un muchacho morocho de remera verde, que no representa sus 45 años de edad y sus 20 pasados en cárceles, sale a recibirme, cordial. Es Roberto �El Gato� Felicetti, a quien entrevisté hace dos años en otra prisión mucho más tétrica: el penal de Caseros, la cárcel en propiedad horizontal donde Felicetti se pasó más de diez años sin ver la luz del sol, con la mayoría de los presos de La Tablada. Hace pocos meses, cuando varios de esos presos fueron trasladados al penal de Ezeiza, a Felicetti lo trajeron a compartir la soledad de Gorriarán en Villa Devoto. Es una celda aislada que habitó durante años Mario Eduardo Firmenich y que está cerca de los habitáculos donde purgan sus penas Carlos Telleldín y el edil millonario José Manuel Pico.
A los pocos instantes aparece �el Pelado Ricardo�, el hombre al que entrevisté en la Managua sandinista, que aparenta los 58 años que tiene y luce algo diabólico con su barba en forma de candado y sus mejillas grises, que se van encendiendo con los relatos.
Hay una heladera grande donde Gorriarán, vasco al fin, conserva frescas algunas delicias que dará a probar a Felicetti, que es buen comensal pero le huye a la cocina. �Este la pegó �comenta Gorriarán� porque esta noche le voy a cocinar unos pulpitos a la gallega.� Y los saca de la heladera con sensualidad para exhibirlos. Entre los �lujos� que provocan las ironías de Felicetti �que estuvo once años en el piso 18 de Caseros� está el servicio de cable para la tele. �Que conseguimos gracias a Pico �evoca Felicetti riéndose�. Cuando lo pedimos nos dijeron que no había, pero entonces les dijimos que no era verdad, porque Pico lo tenía y entonces logramos la conexión.� Pequeñas conquistas, que en la cárcel asumen una proporción gigantesca.
Los ojos del visitante panean por los anaqueles, prolijamente ordenados: una sección de almacén con fideos secos, aceite y galletitas; libros y papeles en el resto de la larga ele que forman las paredes. En los costados las camas. A espaldas de la mesa en torno de la cual nos sentamos, la computadora. En la parte superior de las estanterías, fotos. Muchas fotos. De sus compañeras. De los hijos. De los pocos que han logrado salir, como Joaquín Ramos, que tiene la nacionalidad española y fue enviado a la península donde rápidamente encontró �un trato mil veces más humano� y �pronto pudo ir a dormir a su casa�. O la del cura Antonio Puigjané, que por edad fue autorizado a seguir la prisión en un convento, donde trocó la dureza de la cárcel por la disciplina monástica. En las paredes hay también iconos previsibles, como el Che. Y más sorprendentes, como Evita.
|