Por Martín Granovsky
�No soy un administrador de la nostalgia�, insiste Ricardo Lagos. Está cómodamente instalado delante de un biombo chino, en un sillón de la suite presidencial del Sheraton, más grande que todo su departamento de Santiago de Chile. Luce tranquilo, como si disfrutara con su cargo todavía lustroso, de dos meses de uso.
Ni siquiera parece alterarlo el ataque de nostalgia de los mandos militares y la derecha. Cuando Lagos estaba por viajar a la Argentina para su primera visita de Estado, los comandantes militares se reunieron a almorzar y filtraron que las Fuerzas Armadas estaban unidas. �No hacía falta demostrarlo�, les dijo el presidente. �Debe estar unidas bajo mi mando.� Irritada por declaraciones suyas sobre la independencia de poderes, una forma de decir que no hará ningún gesto que interrumpa la marcha de Augusto Pinochet hacia la Justicia, luego del eventual desafuero, la derecha no quiso reunirse con él, en una entrevista largamente demorada. Y sobre el final del viaje los generales se reunieron durante cinco horas para analizar el desafuero del dictador. Lagos debió dar instrucciones de que los generales dieran una explicación.
�En el último reportaje que usted dio a Página/12 aquí en Buenos Aires citó a un amigo suyo. Decía que Chile es adulto en materia de libertades económicas, adolescente en libertades políticas e infantil en libertades culturales. ¿Qué cambió en sus dos meses de gestión?
�Es poco tiempo, ¿no?
�Para un cambio de clima, no.
�Hay un clima distinto. Muchos me han dicho que el haber abierto las puertas de la Moneda (el palacio presidencial, con su circulación pública cerrada desde el golpe de 1973) y que la gente volviera a transitar por dentro produjo una sensación de aire un poquito más diáfano. Creo que también desde el punto de vista de las libertades hay una situación de mayor amplitud.
�¿En qué se nota?
�La gente tiene más conciencia de que dispone de mayores espacios para crear y pensar. Ahora, hay que ver cómo lo consolidamos, ¿verdad? Hace unos días señalamos las bases de la política cultural. Algunos que ayer o antes de ayer estaban proscriptos o prohibidos ahora forman parte de mi delegación en la Argentina.
�¿Cuál fue el efecto en la política chilena de su choque con la derecha, el miércoles?
�Son escaramuzas del juego político.
�El enojo fue por su reto a las Fuerzas Armadas.
�Lo que pasa es que yo también dije públicamente lo que les iba a decir en la reunión del miércoles. Siempre prometí que hablaría con la verdad. Cuando me enteré de que los comandantes en jefe se juntaron a comer podría haber dicho otra cosa. Esta: �Los comandantes en jefe tienen todo el derecho de reunirse en un restaurante a comer�. Y es cierto, porque todo chileno tiene derecho a juntarse a comer con quien quiera. Ellos no son la excepción. Pero eso era hacerme el leso. Y no quiero. En el caso de la derecha, les avisé que conversaría pero que les diría que en el caso Pinochet debe actuar la Justicia y que para los otros casos de derechos humanos hay un marco adecuado, que es la mesa de diálogo, con representantes de las Fuerzas Armadas, abogados de derechos humanos, personeros del mundo religioso y del mundo civil. Ellos están dialogando. Y el Congreso me parece el lugar adecuado para discutir reformas constitucionales. Bueno, todo eso que dije no les gustó.
�Usted había dicho que si la reforma de la Constitución no funcionaba podría convocar a un plebiscito.
�El plebiscito no está contemplado en la Constitución, salvo condiciones muy excepcionales. El presidente Eduardo Frei llegó a plantear un proyecto de plebiscito por si las cosas no avanzaban.
�¿Por dónde quiere empezar la reforma política?
�Por hacer una Constitución...
�¿Democrática?
�Sí, democrática. Alguien se molestó alguna vez porque yo dije que la Constitución era lo mismo que un producto de exportación. (Toma el grabador en la mano). Este aparato que usted trajo debe cumplir normas del ISO 9 mil o 14 mil para poder ser exportado. No lo discutimos. ¿Por qué vamos a aceptar una Constitución que no pasa el test del ISO 9 mil? Queremos una que garantice la división de poderes, que contemple un consejo de seguridad meramente asesor, que establezca que los altos mandos dependan de la confianza del presidente de la República, que fije un parlamento totalmente elegido, sin senadores vitalicios, y que norme un sistema electoral donde la mayoría es mayoría y la minoría es minoría.
�Ahora no es así.
�No, claro que no. Si usted saca 65 por ciento elige un senador. Y el que saca el 35 elige el otro. No me parece un sistema muy adecuado.
�¿Por qué hay aún tantos pinochetistas en Chile? Cálculos y encuestas dicen que los pinochetistas de corazón, para diferenciarlos de la derecha menos fanática, llegan al 30 por ciento del electorado.
�No sé cuántos son, pero es obvio que hay un sector de la población al que le parece bien tanto lo que Pinochet hizo cuando estaba en el Gobierno como este concepto de orden, de supuesto orden bajo el cual el país funcionaría mejor. En fin...
�¿Qué hace usted con ese 30 por ciento? ¿Los conquista o los neutraliza?
�Es una mezcla de esas cosas. Y lo importante es que ellos también se han ido convenciendo de que el sistema democrático abre muchas puertas.
�¿Es complicado ser presidente de Chile con Pinochet dentro del país esperando, quizás, el procesamiento?
�No he sentido la complicación, francamente. Hasta ahora.
�¿Lo satisface que pueda ser procesado?
�Mi compromiso es permitir que el Poder Judicial pueda actuar en plenitud. Y además, un presidente mira sobre todo el futuro, las demandas que ya están, los temas que convocan al país. La salud, la justicia, la educación, la infraestructura... Los desafíos para el 2010, cuando Chile entre al bicentenario. Cuando hago un ejercicio pensando qué he hecho en el último día, muy pocas de las 24 horas están dedicadas a estos temas, que son del pasado.
�Son del pasado, pero siguen ahí como fantasmas.
�Sí, pero los fantasmas también son de un tiempo ya ido.
�¿O será que, para gobernar, es mejor tener delante el fantasma de Pinochet?
�Mire, crecientemente Pinochet no es un tema en la opinión pública. Es más bien de la clase política. La gente se preocupa más por la polución, por el smog, por el aire poco respirable de Santiago, por vivir en regiones que no despegan ni reciben por igual los beneficios de la reactivación económica, por el empleo.
�¿Por qué Joaquín Lavín no es su interlocutor político?
�Habría que preguntárselo a él.
�Quiero saber si el silencio de él es bueno o es malo para usted.
�Él planteó en un momento dado la colaboración con las tareas de gobierno.
�¿No sería mejor interlocutor Lavín que los otros dirigentes de la derecha?
�Son formas distintas de hacer política.
�En la campaña, en cierto modo, sus contendientes jugaron con el cuco de que usted fue funcionario de Salvador Allende. ¿Siguen haciéndolo?
�No, parece estrictamente electoral.
�Su embajador aquí, Jorge Arrate, me dijo que el gobierno de Allende marcó la primera vez en 500 años de historia chilena que se dio la palabra a los pobres.
�Y con (el presidente Francisco) Aguirre Cerda han estado cerca. Pero tengo la impresión de que los tiempos de Allende son distintos de los de hoy en Chile y en el mundo.
�Hoy, presidentes y ministros suelen lamentarse de que no saben con qué actores económicos hablan.
�Y por eso tienen que ocuparse más y más de regular, porque las empresas pueden tener lógicas más internacionales que nacionales. Esa es la razón, también, por la que en mi discurso ante el Congreso insistí en la necesidad de una regulación global, porque lo contrario sería la ley de la jungla. Es muy interesante el conflicto de Seattle, el año pasado, frente a la Organización Mundial de Comercio. Muchas ONGs estaban en contra de la globalización. Pero la globalización llegó, y entonces ahora lo que hacen es reclamar que alguien ponga un poco de orden.
�¿Discutieron el tema con De la Rúa?
�Lo hemos tocado dentro del extraordinario nivel de diálogo y la calidez que marcaron nuestro encuentro de estos días. Y también tiene que ver con el enfoque sobre el Mercosur. Un Mercosur que se agota en una unión arancelaria hará difícil que Chile participe. Pero si se trata de un proceso de integración el resultado será distinto. Yo percibí que cuando en el Congreso dije una frase parecida a ésta el aplauso fue muy fuerte. Quedaron muy contentos.
�Le pido que me conteste en términos egoístas, solo de su propio interés nacional. ¿Para qué le sirva a Chile una mayor convergencia con el Mercosur?
�Hablando en términos de pura conveniencia, como usted me pide, si tenemos convergencia en determinadas áreas la vida será mejor para un país cuyo producto tiene que ver en un 45 por ciento con lo que pasa afuera, incluido lo que pasa en Brasil y la Argentina. La previsibilidad macro me sirve para operar en los mercados internacionales.
�¿Chile ganaría mayor poder?
�A Chile le conviene discutir temas del mercado internacional para lograr un sistema coherente. Con 15 millones de habitantes, ¿quién me escuchará? Si en cambio llego con otros socios, mis posibilidades de ser escuchado aumentarán. En Chile la gente está de acuerdo con hacer política exterior a partir de una realidad regional. Nadie quiere darle preferencia al NAFTA o a una unión con Europa.
�¿Mejora el ISO 9000 de la democracia mediante una relación más estrecha con los vecinos?
�Hay una cláusula democrática que todos hemos firmado en Ushuaia, y la respetaremos. Por eso mi mensaje también es claro cuando hablo de Paraguay: los golpistas no pasarán.
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