Por Washington Uranga y Adriana Meyer
Reflexiona ante cada pregunta, sin perder el estilo coloquial y la tonada de quien pasó gran parte de su vida, primero como cura y luego como obispo, en Santa Fe, Corrientes y Misiones. Alfonso Delgado, 57 años, rosarino, obispo católico y miembro del Opus Dei, cuida cada detalle cuando recibe a Página/12 caminando por los jardines de la Casa María Auxiliadora, en San Miguel. �Dudé en aceptar la entrevista... pero lo conversé con mi amigo (el obispo) Jorge Casaretto...� Prefiere no hablar de su próximo destino, la Arquidiócesis de San Juan, porque �los problemas de San Juan los tienen que resolver los sanjuaninos. En estas épocas tan difíciles hay que ayudar a comprender que en nuestras manos existen muchas posibilidades. Sin embargo, es cierto que cuando el panorama es muy gris cuesta encontrar esos caminos�.
�¿Hay una sensación de impotencia instalada en mucha gente, sobre todo en sectores pobres?
�La sensación de impotencia existe. Pero ¡qué triste sería que nos quedáramos sólo con eso! Dios quiera que podamos revertir ese sentimiento, no con voluntarismo sino con la convicción de que hay soluciones.
�¿Hay quienes sostienen que históricamente la Iglesia contribuyó a aplacar la protesta social?
�No es así. Quizá se confundan algunos aspectos. Hay una virtud cristiana de la pobreza, que es austeridad, desprendimiento, usar bien lo que tenemos y compartir nuestras posibilidades. Pero no es resignación, es un aliciente para dejar a nuestros hijos un mundo mejor. La Iglesia señala que la violencia o nuevas injusticias no son caminos de dignidad para resolver injusticias recientes. La mentira o la deshonestidad tampoco.
�Hay quien llega a la violencia por desesperación o roba por hambre...
�A ver... Habría que entrar en el mundo de esa persona. Puedo entender esa situación subjetiva, pero no es solución para los problemas de la sociedad. También digo que los comedores parroquiales son para situaciones de emergencia. Cada familia debería poder compartir el pan en su mesa. Hay situaciones que uno comprende y si tuviera que elegir me pondría de su lado. Pero no podemos resignarnos a que ése sea el ideal de vida. El Evangelio no es una ayuda para resignarnos como un tranquilizante.
�Ciertos sectores de la dirigencia política les asignan a los obispos la función de bomberos en situaciones explosivas...
�Vamos a ver. Cuando hay un incendio todos somos bomberos. Ante situaciones sociales graves, la Iglesia, a través de sus obispos, sus párrocos, sus grupos de Caritas, puede ofrecer una solución o hacer un aporte al diálogo. Sería criminal no hacerlo, aunque no sea su función específica. Forma parte del anuncio del Evangelio. Dios quiera que nuestra dirigencia política vaya comprendiendo cuáles son sus responsabilidades, es decir, servir a la sociedad gobernando.
�¿Por qué cuando algún obispo hace un comentario social o político su actitud es cuestionada por otro miembro de la jerarquía?
�Nosotros nos movemos con una libertad absoluta. En la Conferencia Episcopal hay un clima de enorme libertad y comprensión.
�Dicho así suena muy natural, pero los obispos se enojan mucho cuando se señalan sus discrepancias.
�Yo discrepo con otros obispos pero no en la fe, ni en la moral, ni en los planteamientos comunes.
�¿Y no hay visiones diferentes del mundo entre los obispos?
�Pero eso es legítimo. ¿Por qué tenemos que ser totalitarios? Nosotros votamos. Las discrepancias me edifican. Han saltado chispas que nunca llegaron a un incendio. Si quieren comparar la Conferencia Episcopal con el Congreso están tirando talco fuera del nene, por decirlo de alguna manera.
�Hace tres años, cuando revisaron la actuación de la Iglesia durante la dictadura, hubo muchas chispas.
�Pero es bueno eso. A partir de esas chispas fuimos comprendiendo que la realidad era mucho más compleja. Yo tengo mi punto de vista sobre esto y lo dije en ese momento. En algún momento dije: miren, tengo un hermano desaparecido. Los medios de comunicación de aquella época nos trasmitían todo como si fuera un partido de básquet: ocho muertos por acá, tres por allá. La Conferencia Episcopal decía que había que respetar los derechos humanos y ustedes no lo publicaban. Después resulta que nosotros somos los genocidas.
�Sin embargo, recientemente usted reconoció que la Iglesia podría haber hecho más de lo que hizo.
�Y ustedes también. Los medios podrían haber hecho mucho más.
�¿Qué más pudo haber hecho la Iglesia, además de mandar comunicados?
�¿Qué más? Cuando me encontré con este problema en mi familia, quienes me ayudaron, alentaron y tocaron timbres sin que les abrieran la puerta fueron miembros de la Iglesia. Yo me sentí arropado por mi familia, que era la Iglesia.
�En ese momento la cúpula de la Conferencia Episcopal dialogaba en forma habitual con los militares.
�No. Los obispos siempre tienen diálogo con todas las autoridades de la sociedad. En algún caso ese diálogo se tuvo que intensificar por las cosas que se iban descubriendo. Creo que honradamente se hizo lo que se entendía que se podía hacer. Me gustaría que esta pregunta la planteáramos a todas las instituciones de la sociedad.
�Tengo la imagen de la asamblea episcopal funcionando en San Miguel y las Madres de Plaza de Mayo frente a la puerta cerrada de la Casa de Ejercicios María Auxiliadora, sin que ningún obispo saliera a hablar con ellas.
�Yo tengo otras imágenes. Tengo una imagen mía, en sotana, contra una pared, con los brazos abiertos en alto y con una ametralladora apuntándome. Tengo otra imagen. Había ido a trabajar a Paraguay y no conseguía la radicación temporal. Hasta que me dijeron �acá los servicios de inteligencia trabajamos en conjunto�. Entonces ni siquiera sabía de la existencia de un Plan Cóndor. Como un hermano mío había tenido un problema yo no podía recibir los documentos.
�¿En qué circunstancias desapareció su hermano?
�Un día me dijo que estaba en uno de estos movimientos. Yo le dije que me parecía que la violencia no sirve ni para vencer ni para convencer. Y que la violencia normalmente engendra más violencia. El me contestó que no era violento pero se sentía comprometido para esto. Fue la última vez que lo vi. Toda la familia sufrió una crisis muy fuerte. Unos meses después, a través de un conocido lejano, llegó la noticia de que lo habían detenido. Nunca más supimos nada. Se llamaba Pedro Pablo Delgado.
�¿Para usted fue una guerra?
�Pregúnteselo a los técnicos. Fue un desastre que le pegó a toda la sociedad. El problema es que un grupo social, político, utilizó un medio inmoral, maquiavélico, el fin justifica los medios. Y ese problema se quiso resolver con otro principio inmoral igual pero presuntamente revestido de autoridad, lo que es más grave. Si un ladrón comete un delito está mal, pero si lo comete la autoridad que debe reprimir el delito es más grave. La autoridad debe moverse dentro del marco jurídico.
�¿Qué es el Opus Dei?
�Es una institución de la Iglesia que quiere ser un fermento que recuerde a los cristianos que todos estamos llamados a ganarnos el cielo, a ganar la santidad con las cosas de cada día: el trabajo, la familia, la salud, la enfermedad, las posibilidades o las carencias que tengamos.
�¿No es un grupo de poder en la sociedad y en la Iglesia?
�No, en absoluto.
�¿Por qué no?
�Porque no lo es. Este árbol no es un coche, es un árbol.
�¿Pero no apunta a insertarse en capas dirigentes?
�El Opus Dei está dirigido a toda la sociedad. Pero como, por lo que veo, ustedes se mueven en niveles altos, pueden encontrar personas del Opus Dei que trabajan en el mundo empresario, de la política. Otros trabajarán en casas de familia, en el campo, en la fábrica o manejando colectivos. En eso ustedes no se fijan porque viajan en remises ¿no?
�¿Acaso el Opus Dei no aspira al poder como una forma de alcanzar la santificación del trabajo cotidiano?
�No. No. A eso no aspira el Opus Dei ni lo aspira la Iglesia. El Opus Dei es una institución de la Iglesia y si aspirara al poder yo no estaría en el Opus Dei. Imbécil no soy. Si no me casé, si no tengo un mango, si estoy allá en la selva de Misiones, y ahora me voy a San Juan, si soy agrimensor y dejé mi carrera, que me gustaba muchísimo y me iba muy bien, tan imbécil no soy. El Opus Dei aspira a que en todos los ámbitos de la sociedad se fortalezca esa visión cristiana de la vida. Además, no soy representante del Opus Dei, soy obispo de la Iglesia Católica. Mis directivas me las dan el Papa, la Conferencia Episcopal y la realidad de mi diócesis.
�¿Usted utiliza algún elemento de mortificación?
�Sí. Fíjese. Yo cuando estoy cansado y tengo que seguir trabajando procuro olvidarme que estoy cansado, lo ofrezco a Dios, y trato de tener la mejor sonrisa para mis hermanos. Esa es mi mortificación.
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