Por Sergio Kiernan
Elisa estaba ocupada con su nieto, un bebé de 18 meses demasiado vivaz para las góndolas del supermercado. Nicolás quería tocar todo y su abuela le había dado un librito de cuentos que lo hizo olvidarse un poco de frascos y paquetes. De pronto, cuando ya llegaban a la verdulería, Elisa escuchó a sus espaldas una voz alterada que le gritaba: �A los negros hay que matarlos así, de chiquitos ¡como éste!�. La abuela giró de inmediato y se encontró de cara con un hombre alterado y con la cara colorada, que siguió gritándole: �Negra villera, negra sucia, negra hija de puta�. Elisa alzó a Nicolás para protegerlo y lo apretó tan fuerte que el nene, ya asustado por el griterío, se puso a llorar. �Señor, usted se equivocó�, es lo único que atinó a contestar, todavía pensando ��mire qué ingenua�� que el hombre la había confundido con otra persona. �¡Callate, negra!�, fue la respuesta, seguida de otra lluvia de insultos.
Era el 8 de marzo, uno de los días de semana que Elisa de Souza de Melgarejo, viuda, pensionada y de 55 años, siempre pasaba con su adorado primer nieto. La rutina de juegos, siesta y paseos siempre incluía una parada en el supermercado del barrio, para comprar verdura �fresquita, porque al nene hay que prepararle comida fresquita�. Elisa es negra, delgada, muy elegante. Nació en Uruguay, de un matrimonio brasileño que emigró buscando mejores horizontes y se mudó con marido e hijos a Buenos Aires en 1973, cuando su Montevideo natal quedó bajo los militares. La familia se hizo argentina, trabajó duro. Los hijos fueron a la universidad, y �nunca tuvimos problemas por ser negros. Hasta ese día, que me cambió la vida�.
Temblando de los nervios, con Nicolás apretado al pecho, Elisa se alejó corriendo, cruzó �no sé cómo� la baranda de una rampa y pidió ayuda a dos empleados que ponían panes en una góndola. Resultó que los dos muchachos no trabajaban en el supermercado: eran repositores de pan Bimbo. Al verla tan alterada, uno de los repositores corrió a buscar un guardia de seguridad y el otro se quedó a acompañarla. El agresor estaba cerca, comprando como si nada y �acomodándose el pelo con la mano todo el tiempo�. En ese momento llegó un guardia del supermercado, escuchó a Elisa, le explicó que no tenía poder para retener a nadie sin orden policial y aceptó llamar a la comisaría.
Como si hubiera escuchado, el agresor se dirigió a una caja con poca gente. Elisa comenzó a desesperarse: se iba a escapar. Una señora se acercó, le puso la mano en el hombro y le dijo con afecto: �Está apretando mucho al nene�. Nicolás lloraba y lloraba. Cuando el agresor ya estaba pagando, el guardia del supermercado se volvió a comunicar con la policía y recibió la orden de demorarlo. El hombre, todavía con la cara colorada, ni discutió: giró y corrió por las escaleras que llevaban a las cocheras. En ese momento llegó un patrullero.
Minutos después, el agresor era identificado como Facundo Mazzini Uriburu. Mientras varios agentes hablaban con él en la vereda, otro intentaba que Elisa no hiciera la denuncia. �Piense en el papeleo, piense que va a tener que ir a declarar ¿vale la pena?� Para la abuela, no había dudas: �De ninguna manera. No voy a dejarlo así, yo no hice nada y el amenazó a mi nieto�. Entonces, el tono cambió y Elisa, la agredida, tuvo que aguantarse un interrogatorio sobre su status migratorio que terminó en una discusión: los policías querían que los acompañara a la comisaría y no entendían que el bebé, todavía llorando, estaba primero. Finalmente, aceptaron identificar formalmente al acusado y dejar la denuncia escrita para más tarde. Mazzini Uriburu no quedó detenido, porque no había una denuncia en su contra.
Elisa no sabía que el racismo puede ser un delito. �No conocía la ley, pero él amenazó a mi nieto. Y yo tengo que defenderlo�, explica. �Yo amo a mi familia y cuido a mis gajos.� Esa misma noche, unas pocas horas después del incidente, abuela, hija, yerno y nieto llegaban a la comisaría a hacer una denuncia por amenazas. Nicolás, apenas vio un uniforme azul, rompió a llorar con fuerza: mamá se lo llevó a casa.
Dos días después, asesorada por su hija, Elisa llamó al Inadi e hizo una denuncia por discriminación. El mismo titular del Instituto, Víctor Ramos, la llamó para respaldarla y asegurarle que se encargaría de lo que ya era la causa B/075. Pero Ramos tenía los días contados, el Instituto iba a pasar unas semanas virtualmente paralizado hasta que se decidiera su reemplazo y la causa no avanzó. Fue entonces que Elisa se enteró de que existía la Fundación Todos, que ofrecía asesoramiento legal a víctimas de cualquier tipo de discriminación. Dos de sus miembros, los abogados José María Monner Sans y Carolina Fernández Blanco, impulsaron la causa ante el Juzgado en lo Criminal y Correccional 2, por infracción a la ley 23.592 que pena el racismo.
�Estamos convencidos de que una sociedad que aspira a convivir en democracia no puede tolerar hechos como el que sufrieran la señora Melgarejo y su nieto�, definió Monner Sans. La fundación, que tiene 40 miembros y 160 adherentes, se define como �un grupo de ciudadanos preocupados por los actos discriminatorios que ocurren en el país�. Uno de sus objetivos �centrales� es buscar �la denuncia pública de los hechos que constituyen ostensibles o encubiertas discriminaciones por cualquier causa�. Respecto de la causa, Monner Sans afirma que �no sabemos si los hechos constituyen o no el delito que prevé la ley 23.592, eso le cabe decidirlo a la Justicia. Pero tales hechos deben ser conocidos y valorados por la opinión pública para que sirvan de ejemplo de lo que debe ocurrir�.
El acusado eligió para su defensa a un conocido de su padre, militar retirado: el abogado José María Soaje Pinto, que fuera letrado de dos acusados de participar en el último complot carapintada, defendió al neonazi Alejandro Biondini y representó al criminal de guerra Walter Kutchsmann, que murió detenido esperando su extradición después de varios años de vida argentina bajo el nombre de Pedro Olmo. Para Soaje Pinto, todo el caso no pasa de ser �una maniobra que inició el periodista Horacio Embón, para reflotar a Víctor Ramos y Zulema Yoma�. Como prueba de su teoría, el abogado señaló que Embón hizo una nota en su programa de radio respecto del incidente, en la que consultó a Ramos, por entonces todavía al frente del Inadi pero ya en crisis política. Y que, después de terminar de hablar con Ramos, sacó al aire a la ex señora Menem, con la que comentó el caso. �Embón gestó este caso o lo usó políticamente�, acusó Soaje Pinto, que lleva una causa paralela en la que Mazzini Uriburu, �un muchacho de 30 años que es taxista, tiene un campo y vende caballos de polo�, procesa a Embón por calumnias e injurias.
�El hecho no ocurrió�, definió el abogado defensor. �No lo acepto porque no tuvo lugar. No van a poder probar los hechos, demostraremos que los testigos son falsos y los dejaremos al descubierto. Este es un caso armado para lograr un impacto de mala leche en el público. Lo eligieron a mi cliente por el apellido tan ilustre que lleva. Es un Uriburu, tataranieto de José Félix Uriburu, bisnieto de José Evaristo y del presidente Quintana.� Para Soaje Pinto, un detalle en la historia de esta familia demuestra que el acusado �no puede ser racista: su padre tuvo una niñera morena, que murió en casa de su abuela a los 90 años. ¿A usted le parece?�.
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