Por Esteban Pintos
Sucedió. Cinco minutos antes de la medianoche del viernes, se hizo explícito el anunciado regreso de Sui Géneris, el primer grupo masivo en la historia del llamado �rock nacional� y, por consiguiente, el primer fenómeno emergente de una cultura joven que hasta entonces �principios de los años setenta� había sido obstinadamente ocultada desde el poder y los medios. No es poco, entonces, el valor ciertamente histórico del momento, a pesar de todo. Hay que repetirlo: a pesar de todo. Lo que en un concierto de Charly García, tal como se plantean sus presentaciones de los últimos diez años, es mucho.
Vestido con una bata que parecía prestada por Sandro (rojo shocking), Charly García introdujo desde el piano los primeros acordes de �Cuando ya me empiece a quedar solo� y Nito Mestre avanzó hacia el centro del escenario. Acto seguido, ovación de las cinco mil personas, el 99% �o más-. de las cuales nunca los vieron cantar esa ni otra canción. Naturalmente: las canciones de Sui Géneris resuenan en las cabezas de un arco generacional que va de los 15 a los 55 años y están ya profundamente enraizadas en el imaginario colectivo, en la sección �música popular argentina� con total justicia. La versión fue, como suele suceder en estos casos, emotiva y de gran valor simbólico, pero además tuvo algo de la magia con que se suele calificar estos momentos. Y aplausos, muchos aplausos. Lo mismo sucedió enseguida, con el tono decididamente rocker de �El blues del levante�, territorio en donde, claro, García todavía se mueve como pez en el agua. Mestre acompaña todo lo que puede.
La concreción de esta reunión, que se promete con fastos que incluyen un nuevo disco y una gira latinoamericana que finalizará en un estadio de fútbol, resultó el punto alto de un recital bastante previsible. Paradójico tratándose de un artista, cuando menos, �imprevisible�. Eso sí, este show de Charly García contó también con las presencias de Gustavo Cerati y Pedro Aznar, oasis de calma en medio de una, esta vez, moderada tormenta escénica montada por el artista. También estuvo, como siempre, Pipo Cipollati para el �en los últimos tiempos� infaltable paso de comedia.
Está claro que Mestre, Cerati, Aznar llevaron a García a protagonizar los mejores momentos de su recital. Otra vez, como el día de las 250.000 personas en Puerto Madero, resaltó la versión de �Música de fondo para cualquier fiesta animada�, otra perla de la mejor cosecha compositiva del dúo. Un rato después, Pedro Aznar tomó el bajo y sonó �Angeles y predicadores� en una rara pero potente interpretación (sin guitarra, fundamental en la original). Más adelante, apareció Gustavo Cerati para cantar �Pasajera en trance� e imponerse inclusive con su fino porte de guitar hero por sobre el desprolijo acompañamiento instrumental. Algo mejoró, no obstante, en la flamante �El día que apagaron la luz� �que se repitió al final-final de la performance pero sin Cerati�, una sencilla pero pegadiza melodía con su consiguiente sencillo pero pegadizo estribillo. Un hallazgo que sonará bastante este año. Antes o en medio de eso, transcurrió un recital planteado -.además del �regreso�-. como exhibición preestreno de una obra de corte clásico, la sinfonía titulada �Pasión�, que García escribió pensando en un teatro Colón que nunca llega y para lo cual contó con la colaboración de Gabriel Senanes, encargado de los arreglos para orquesta. La segura buena intención chocó con la realidad, sin embargo: la conjunción orquesta-banda resultó más bien un pastiche sonoro rockero-clasicoide ejecutada con evidentes desprolijidades.
Lució bastante medido, cantó poco y nada pero tocó como siempre (bien), su banda también tocó como siempre (mal). Deshizo el listado más o menos oficial que indicaba el orden de canciones, arremetió otra vez con el Himno nacional. Y se robó la noche cuando, después de reclamar a viva voz por una guitarra acústica y de expulsar a Mestre del escenario �éste avanzaba confiado, una vez más�, tocó y cantó �Confesiones de invierno�, otra de sus grandes creaciones de aquellos años. Así fue la versión Charly García del viernes 19 de mayo de 2000. Mañana, quién sabe.
El que no fue el último
El 5 de setiembre de 1975, en doble función, Sui Generis convocó a 25 mil jóvenes en su despedida en el Luna Park. Aquellos shows quedaron registrados en el doble Adiós Sui Generis. �Me aburría que la gente se volviera loca apenas tocaba el sol mayor de �Canción para mi muerte��, dijo García explicando la disolución.
Además del álbum, la despedida derivó en un film de Bebe Kamin, Adiós Sui Generis, estrenado en 1976 con restricción �para menores de 18 años�.
Charly salió vestido de smoking blanco, galera y zapatillas. El rock de entonces reprobó el atuendo y Charly fue tildado de �cirquero�.
La cola para verlos por última vez comenzó a las 7 de la mañana de ese día. A la primera de las funciones asistieron 14.600 personas; a la segunda, 11.000.
En su momento, García hablaba de sus inquietudes artísticas y estéticas que ya no cabían en la idea Sui Generis: �Estaba buscando empezar de nuevo, tocar para menos gente, en un clima más íntimo, y una música más loca, y más moderna�. |
Ellos dos dicen por qué
�Cuando dijimos chau con Sui Generis, todavía no había dictadura. ¿Quién estaba? Isabelita... ¡Y López Rega! ¡Qué lindo! Sui Generis se separó por Isabelita. Yo estaba enamorado de ella, pero no me dio bola... la bola la tenía Lopecito. Ahora volvemos y la dictadura ya pasó. Quiere decir que la derrotamos.� (García a revista Noticias.)
�Antes del golpe vivía una etapa de libertad extraña, se veía venir que iba a pasar algo denso, pero no se veía qué. Yo tenía 22 años. Después de eso empecé a madurar de golpe. Y ahora encuentro un país culturalmente más bajo, musicalmente peor. Culturalmente, la música que se escucha me parece pobre. Por eso queremos hacer un poquito de quilombo.� (Mestre a Noticias.)
�¿Sui Generis, cuánto tiene de trampa? ¡Todo! Tiene todas las trampas necesarias para ser como los Rolling Stones, como algo que uno tiene ganas de volver a ver. Pero en el fondo no tiene ningún truco. Es plan A: all the way. No hay ningún tipo de plan B. Si falla, falló. Y chau.� (García a La Nación.) |
Cuatro instantes de vida
Vida (1972). El génesis, con clásicos indestructibles como �Canción para mi muerte�, �Dime quién me lo robó� y �Quizás por qué�.
Confesiones de invierno (1973). El disco de la madurez, no sin pretensiones. De aquí data una joya de García: �Cuando ya me empiece a quedar solo�.
Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974). El de la polémica, autocensurado antes de su edición. Así se quedaron afuera �Botas locas� y �Juan Represión�.
Adiós Sui Generis (1975). Testimonio doble del histórico concierto del Luna Park de 1975. Diecinueve años después, en 1994, apareció un Adiós III que ofrecía �Nena� (después grabado por Seru Giran como �Eiti leda�). |
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