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OPINION

Monopolios de la violencia

Por Claudio Uriarte

Paraguay nunca fue una democracia más allá que en las formas más huecas, y Perú se estabilizó sólo cuando empezó a dejar de serlo (aunque amenace desestabilizarse ahora que quiere volver a serlo). Venezuela era una democracia profundamente descompuesta, y los temores de un bonapartismo chavista cedieron lugar bien pronto a la realidad patética de un infierno electoralero hiperplebiscitario donde ninguna decisión se tomaba. Bolivia era una democracia rara, donde el presidente democráticamente electo era el ex dictador militar de los '70 Hugo Banzer y sus aliados sus antiguos perseguidos del Movimiento de Izquierda Revolucionario, hasta que una explosión social gatillada por un neoliberalismo insensato entró en ignición con los bajos sueldos a los militares y el gobierno decidió retroceder en desbande. Ecuador ya no se sabe en qué fase de falsa democracia se encuentra, después de que las fuerzas armadas arbitraran un cambio de presidente luego de que un sector de esas mismas fuerzas armadas intentara un experimento de alianza progresista entre indígenas y oficiales jóvenes. Chile, con el lastre de Pinochet y de unas fuerzas armadas orgánicamente integradas a la economía y a la toma de decisiones por la cúspide civil del Estado, es uno de los ejemplos más flagrantes de insubordinación militar al monopolio de la violencia por el jefe del Estado legítimamente electo, y en Brasil Fernando Henrique Cardoso recientemente tuvo que remover a la cúpula de una fuerza aérea que se le había plantado en rebelión ante una decisión de compra de armas. Unicamente en la Argentina --oh, paradoja-- el disciplinamiento militar parecía resuelto, pero incluso esa ilusión empezó a desmoronarse hace poco ante los inquietantes planteos del jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni.

  Entonces, ¿la democracia en América del Sur está en peligro? La respuesta es que no, y que la pregunta está mal planteada, porque la verdad es que la democracia nunca existió en plenitud en la región, y lo que está ocurriendo ahora es sólo la exhibición en relieve de quiebras y hiatos que se encontraban desde hace rato en el interior de los respectivos entramados institucionales. Esto no es un consuelo, porque la crisis que avanza en la región desmiente el antihistoricismo fukuyamesco y marxista de derecha de un "fin de la historia" plácido y armónico, y muestra que siempre es posible regresar. Pero la situación no es trágica, porque la democracia es siempre una obra en permanente construcción.

 

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