Paraguay
nunca fue una democracia más allá que en las formas más huecas, y
Perú se estabilizó sólo cuando empezó a dejar de serlo (aunque
amenace desestabilizarse ahora que quiere volver a serlo). Venezuela
era una democracia profundamente descompuesta, y los temores de un
bonapartismo chavista cedieron lugar bien pronto a la realidad patética
de un infierno electoralero hiperplebiscitario donde ninguna decisión
se tomaba. Bolivia era una democracia rara, donde el presidente democráticamente
electo era el ex dictador militar de los '70 Hugo Banzer y sus aliados
sus antiguos perseguidos del Movimiento de Izquierda Revolucionario,
hasta que una explosión social gatillada por un neoliberalismo
insensato entró en ignición con los bajos sueldos a los militares y
el gobierno decidió retroceder en desbande. Ecuador ya no se sabe en
qué fase de falsa democracia se encuentra, después de que las
fuerzas armadas arbitraran un cambio de presidente luego de que un
sector de esas mismas fuerzas armadas intentara un experimento de
alianza progresista entre indígenas y oficiales jóvenes. Chile, con
el lastre de Pinochet y de unas fuerzas armadas orgánicamente
integradas a la economía y a la toma de decisiones por la cúspide
civil del Estado, es uno de los ejemplos más flagrantes de
insubordinación militar al monopolio de la violencia por el jefe del
Estado legítimamente electo, y en Brasil Fernando Henrique Cardoso
recientemente tuvo que remover a la cúpula de una fuerza aérea que
se le había plantado en rebelión ante una decisión de compra de
armas. Unicamente en la Argentina --oh, paradoja-- el disciplinamiento
militar parecía resuelto, pero incluso esa ilusión empezó a
desmoronarse hace poco ante los inquietantes planteos del jefe del Ejército,
general Ricardo Brinzoni.
Entonces, ¿la
democracia en América del Sur está en peligro? La respuesta es que
no, y que la pregunta está mal planteada, porque la verdad es que la
democracia nunca existió en plenitud en la región, y lo que está
ocurriendo ahora es sólo la exhibición en relieve de quiebras y
hiatos que se encontraban desde hace rato en el interior de los
respectivos entramados institucionales. Esto no es un consuelo, porque
la crisis que avanza en la región desmiente el antihistoricismo
fukuyamesco y marxista de derecha de un "fin de la historia"
plácido y armónico, y muestra que siempre es posible regresar. Pero
la situación no es trágica, porque la democracia es siempre una obra
en permanente construcción.
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