|
El espectáculo presentado
--que recorrió todo Chile y fue llevado en gira por Estados Unidos, Canadá
y México-- tiene como protagonistas a gentes sencillas. El eje de la
obra, símbolo del Chile democrático, es la historia de amor de una
prostituta y un cantante popular, y se inspira en el libro "Décimas
de la Negra Ester", del escritor y poeta Roberto Parra, hermano menor
de la cantante Violeta Parra.
Renovador del teatro popular
chileno, Pérez Araya hizo punta a comienzos de los 80 --aun bajo la
dictadura de Augusto Pinochet-- con obras de creación colectiva sembradas
de desafiantes humoradas, ofrecidas en la calle y en carpas. Entre sus
trabajos figuran Epoca Allende; adaptaciones de Ricardo III y Noche de
reyes, de William Shakespeare; Popol Vuh, sobre el libro sagrado de los
indios quichés de Guatemala; La consagración de la pobreza, de Alfonso
Alcalde, y Madame de Sade, versión sobre la pieza homónima de Yukio
Mishima, que el grupo trajo al II Festival Internacional de Buenos Aires.
Más allá del significado político
que La Negra Esther tuvo en su país por su intencionada algarabía, la
puesta mantiene hoy como único elemento provocador la gran libertad de Pérez
Araya para echar mano de todo aquello que le parece oportuno. Mixtura técnicas
propias del teatro oriental, la Commedia dell'Arte, el mimodrama y el
circo. También la música ingresa generosamente en este espectáculo que,
si bien gira en torno de una anécdota mínima, es enriquecido de continuo
por minihistorias referidas a un reencuentro o la pérdida del amor, un
terremoto, una represión o alguna muerte cercana. Y todo esto con la
brevedad que impone la necesidad de que prevalezca el clima de fiesta. Un
jolgorio que se expresa a través de la picardía de algunas canciones y
el ritmo de valses y boleros, las tonadas, cuecas y composiciones
aflamencadas que interpretan en vivo músicos y actores. El resultado es
un espectáculo colorido que desdramatiza algunos prejuicios --como los
que sustenta, entre otros, el "pije" (cursi) Roberto-- y
redescubre el impacto que produce la broma unida al absurdo. Un ejemplo de
esto es la secuencia en la que una prostituta ciega le tapa los ojos a la
meretriz Berta para sorprenderla con el regalo de cumpleaños que le
prepararon las pupilas. Entre éstas la inefable Esperanza, personaje a
cargo del mismo Pérez, uno de los intérpretes que más acabadamente sabe
cómo explorar sentimientos con trazos gruesos, pero ajustada ironía.
Desarrollada en el marco de una
escenografía rudimentaria, conformada por andamios y puertas y ventanas
desvencijadas, la obra guarda otras
sorpresas. Detrás de ese decorado "cochambroso", que
simula el frente de un prostíbulo, bulle otra vida: la de los actores
vistiéndose y maquillándose en improvisados camarines que el público
puede visitar durante el intervalo. Es cierto que faltó el vino del
convite (costumbre que aún perdura en el teatro popular chileno), pero, a
cambio, no hubo duda alguna sobre la función de esta modalidad teatral:
aunar fraternidad y conocimiento.
|