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Drexler acaba de publicar
Frontera, una colección de canciones amables e ingeniosas, también pícaras
y profundas que, aunque indudablemente uruguayas, suenan del mundo, aquí
y ahora. Candombes, milongas, canciones de guitarra, tratadas desde un
fino trabajo de ingeniería sonora que remite, oh sacrilegio, a cierta
tendencia electrónica en boga. ¿Electro-candombe? Puede ser. Drexler
aprueba con una sonrisa y se atreve más allá. "Zitarrosa meets Tricky... No,
mejor: Zitarrosa meets Portishead", propone como resumen de este
nuevo sonido que alumbró en compañía de Carlos Casacuberta y Jorge
Campodónico (dos ex Peyote Asesino). En entrevista con Página/12,
Drexler explicó por qué su disco suena tan clásico y moderno. Tiene 35
años y ama a Mateo, Zitarrosa, Rada y Roos, pero también está fascinado
con Beck y Manu Chao. Así de cosmopolita y liberal.
--Más allá de la gráfica
de los sellos de inmigraciones en el pasaporte que figura en la tapa, hay
una idea de viaje constante en el disco.
--El mío es un viaje
localizado. Está Montevideo omnipresente y también Madrid, viendo al
Uruguay desde afuera. Son varias idas y venidas desde esas ciudades. Las
canciones tienen eso y también la parte tecnológica, que es algo que en
realidad conocí allá.
--Sin embargo, ese soporte
es responsabilidad de dos uruguayos...
--Pero son dos uruguayos muy,
muy cosmopolitas. Dos tipos que se criaron en el exilio mexicano, sus dos
familias tuvieron que irse del país en los setenta. Fue un exilio muy
fermental: era de un gran nivel cultural. Entonces pudieron estar muy
vinculados con la música del mundo, y cuando volvieron al país en la época
de la apertura política, vinieron a dos metros del piso. Eso recién lo
empecé a intuir cuando me fui a España.
--¿Por qué?
--La única cultura viva es la
cultura que cambia, la que se mezcla, que interactúa, que prueba, que se
equivoca y vuelve a probar... El resto es la vitrina del museo, el
conservatorio en el sentido de conservar. No hay cultura viva sin
mestizaje. Yendo cada año a Salvador me di cuenta de que los tipos se la
pasan vapuleando el samba y los demás ritmos ancestrales. Lenine, Chico Science... Esa fue la receta que quisimos aplicar, algo
que está pasando en todo el mundo: Beck lo hace en Estados Unidos también.
A mí me encantó esa idea, sí me encanta Zitarrosa y también me gusta
Tricky. Y siempre tenía que andar explicando por qué... De repente,
dije: ¡a cagar! Lo meto todo junto y que la gente saque sus propias
conclusiones. Ojo, el peligro de todo eso es el pastiche, la yuxtaposición,
que es lo que tratamos de evitar. No es agarrar una base de jungle y
encajarle a la fuerza una milonga encima. Tomamos el software que se usa
para programar jungle y lo usamos para procesar una cuerda de tambores
tradicional, grabada de verdad por la cuerda del Lobo Núñez en
Montevideo. Eso que empezó como un juego dio un resultado impresionante.
--¿Qué le sucedió para
tomar ese rumbo?
--Una cierta crisis creativa.
Lo que hacía no era lo que escuchaba, y no sabía qué hacer, estaba
limitado. Me gustan muchísimo las canciones pero escuchaba algo más que
canciones en mi casa. Escuchaba canciones con el fondo de la banda sonora
de la época que vivimos. En un momento pensé: "Si esto fuera el
'68, y yo estoy haciendo una canción con sonido 1955, ¿no me estaré
perdiendo a Los Beatles?" Está pasando algo en el mundo, pese a que
buena parte de mi generación se empeña en decir que música era la de
antes. Este momento musical me parece interesantísimo. Así empezamos a
trabajar con vinilos de música uruguaya, inaudita diría, y empezamos a
cortarlo en pedacitos y pegarlos de nuevo. Descubrimos así un color de
fondo que se podía utilizar, casi siempre jugando y preparándolo para
que viniera el productor, que ya la compañía tenía más o menos
elegido. Pero el juego llegó a un punto en que me di cuenta que era
"eso" lo que quería y que no le hacía falta nada más. Tuve
que explicarle a la gente de la compañía lo que quería. Les dije:
"Quiero hacer con el sonido del Río de la Plata lo que hace Beck con
la música country de Estados Unidos". Por suerte, las maquetas
tuvieron el suficiente poder de convencimiento.
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