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"Sin mestizaje no hay cultura viva"

Jorge Drexler acaba de editar "Frontera", un CD clásico y moderno

Jorge Drexler, un uruguayo poco ortodoxo, sostiene que su música está influenciada por Alfredo Zitarrosa, pero también por Tricky.


Por Esteban Pintos
t.gif (862 bytes) Jorge Drexler es un uruguayo raro, que dice cosas como: "Uruguay es un país bastante tímido, la gente tiene una actitud introvertida. Hay como una especie de moderación en todo: en la geografía, en la manera de vestir, de hablar, en la retórica... Eso lo reconozco en mí, claro, y a veces me gusta y a veces me cansa. A veces Uruguay me parece un país adolescente, que necesita refirmarse y chocar con un modelo de hermano mayor, que tenemos varios". Médico, compositor y cantante, dueño ya de un moderado prestigio artístico en España --es el pollo de Joaquín Sabina, Pedro Guerra habla muy bien de él siempre que puede, Ana Belén, Miguel Ríos y Ketama han grabado sus composiciones--, recién ahora desembarca en Argentina, desde Europa. Antes, no: "Me fui, entre otras cosas, porque en Uruguay no se puede vivir de la música", precisa.

  Drexler acaba de publicar Frontera, una colección de canciones amables e ingeniosas, también pícaras y profundas que, aunque indudablemente uruguayas, suenan del mundo, aquí y ahora. Candombes, milongas, canciones de guitarra, tratadas desde un fino trabajo de ingeniería sonora que remite, oh sacrilegio, a cierta tendencia electrónica en boga. ¿Electro-candombe? Puede ser. Drexler aprueba con una sonrisa y se atreve más allá. "Zitarrosa meets Tricky... No, mejor: Zitarrosa meets Portishead", propone como resumen de este nuevo sonido que alumbró en compañía de Carlos Casacuberta y Jorge Campodónico (dos ex Peyote Asesino). En entrevista con Página/12, Drexler explicó por qué su disco suena tan clásico y moderno. Tiene 35 años y ama a Mateo, Zitarrosa, Rada y Roos, pero también está fascinado con Beck y Manu Chao. Así de cosmopolita y liberal.

  --Más allá de la gráfica de los sellos de inmigraciones en el pasaporte que figura en la tapa, hay una idea de viaje constante en el disco.

  --El mío es un viaje localizado. Está Montevideo omnipresente y también Madrid, viendo al Uruguay desde afuera. Son varias idas y venidas desde esas ciudades. Las canciones tienen eso y también la parte tecnológica, que es algo que en realidad conocí allá.

  --Sin embargo, ese soporte es responsabilidad de dos uruguayos...

  --Pero son dos uruguayos muy, muy cosmopolitas. Dos tipos que se criaron en el exilio mexicano, sus dos familias tuvieron que irse del país en los setenta. Fue un exilio muy fermental: era de un gran nivel cultural. Entonces pudieron estar muy vinculados con la música del mundo, y cuando volvieron al país en la época de la apertura política, vinieron a dos metros del piso. Eso recién lo empecé a intuir cuando me fui a España.

  --¿Por qué?

  --La única cultura viva es la cultura que cambia, la que se mezcla, que interactúa, que prueba, que se equivoca y vuelve a probar... El resto es la vitrina del museo, el conservatorio en el sentido de conservar. No hay cultura viva sin mestizaje. Yendo cada año a Salvador me di cuenta de que los tipos se la pasan vapuleando el samba y los demás ritmos ancestrales. Lenine, Chico Science... Esa fue la receta que quisimos aplicar, algo que está pasando en todo el mundo: Beck lo hace en Estados Unidos también. A mí me encantó esa idea, sí me encanta Zitarrosa y también me gusta Tricky. Y siempre tenía que andar explicando por qué... De repente, dije: ¡a cagar! Lo meto todo junto y que la gente saque sus propias conclusiones. Ojo, el peligro de todo eso es el pastiche, la yuxtaposición, que es lo que tratamos de evitar. No es agarrar una base de jungle y encajarle a la fuerza una milonga encima. Tomamos el software que se usa para programar jungle y lo usamos para procesar una cuerda de tambores tradicional, grabada de verdad por la cuerda del Lobo Núñez en Montevideo. Eso que empezó como un juego dio un resultado impresionante.

  --¿Qué le sucedió para tomar ese rumbo?

  --Una cierta crisis creativa. Lo que hacía no era lo que escuchaba, y no sabía qué hacer, estaba limitado. Me gustan muchísimo las canciones pero escuchaba algo más que canciones en mi casa. Escuchaba canciones con el fondo de la banda sonora de la época que vivimos. En un momento pensé: "Si esto fuera el '68, y yo estoy haciendo una canción con sonido 1955, ¿no me estaré perdiendo a Los Beatles?" Está pasando algo en el mundo, pese a que buena parte de mi generación se empeña en decir que música era la de antes. Este momento musical me parece interesantísimo. Así empezamos a trabajar con vinilos de música uruguaya, inaudita diría, y empezamos a cortarlo en pedacitos y pegarlos de nuevo. Descubrimos así un color de fondo que se podía utilizar, casi siempre jugando y preparándolo para que viniera el productor, que ya la compañía tenía más o menos elegido. Pero el juego llegó a un punto en que me di cuenta que era "eso" lo que quería y que no le hacía falta nada más. Tuve que explicarle a la gente de la compañía lo que quería. Les dije: "Quiero hacer con el sonido del Río de la Plata lo que hace Beck con la música country de Estados Unidos". Por suerte, las maquetas tuvieron el suficiente poder de convencimiento.

 

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