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OPINION

Los buenos  y los malos

Por James Neilson

Los nunca suficientemente denostados �ultraliberales� cuentan con aliados poderosísimos: sus archienemigos populistas del ala política del gobierno de turno. Toda vez que alguien como Raúl Alfonsín insinúa que convendría olvidarse de las recetas fondomonetaristas o Leopoldo Moreau habla pestes del establishment financiero, crece la probabilidad de que el Gobierno se vea obligado a girar aún más hacia la derecha. Es así porque al oír los gritos de los sensibles, los inversores y quienes calculan, con precisión maniática, el �riesgo-país�, aseguran que en los próximos meses el ministro de Economía tendrá que actuar con mayor dureza. Si rehúsa hacerlo por motivos �principistas� o �humanitarios�, los mercados lo tomarán por un pobre inútil y todo se vendrá abajo.
A esta altura, no sirve para nada culpar a los �neoliberales� por el atraso, el abandono a su suerte de millones de necesitados, la desigualdad y todos los demás males del país. En la Argentina el �liberalismo� en cualquiera de sus formas siempre ha sido un credo muy minoritario. Su influencia se debe casi exclusivamente a la inoperancia al parecer congénita de los que insisten en recordarnos que se creen buenos. De haber obrado éstos con un mínimo de eficacia y realismo cuando tenían la oportunidad, la Argentina se hubiera ahorrado la serie interminable de �ajustes� que las circunstancias le han impuesto. Pero ni siquiera se les ha ocurrido intentarlo. ¿Han mostrado los estatistas criollos algún interés en hacer del Estado nacional un instrumento servible, comparable con el francés? ¿Los igualitarios han protestado una sola vez contra los sueldos asombrosos que se votan los políticos? ¿Han denunciado la corrupción o la evasión fiscal con la misma vehemencia que manifiestan cuando rabian contra el �liberalismo�? Desde luego que no.
Los socialistas europeos, y los pocos socialistas que hace muchos años parecieron estar por abrirse camino aquí, sí entendían lo fundamental que era hacer las cosas bien. Eran conscientes de la importancia de la eficacia, de no gastar más dinero de lo que recaudarían, de respetar las leyes no tanto del mercado cuanto de la matemática, de la austeridad personal, de la honestidad absoluta. Por eso pudieron crear estados de beneficencia auténticos que a pesar de todo siguen funcionando. En cambio, en sociedades menos exigentes abundan los que creen que les sería dado copiar los resultados sin tener que preocuparse por los demás. Millones están viviendo las consecuencias de su irresponsabilidad.

 

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